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El 'pizzo' del Sector Sur

Alfonso Alba

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Pizzo en siciliano significa, literalmente, pico de ave. Pero cualquier italiano entiende que en sentido figurado significa otra cosa: extorsión o el pago de una comisión a alguien que te protege (o que si no le pagas no solo te va a dejar de proteger, sino que te va a atacar).

Este sábado, en el A Vivir que son dos días, el programa de la SER, ha hablado sobre los orígenes de la mafia. En el programa han citado el libro que sigue siendo una referencia: Historia de la mafia. Cosa Nostra, ‘Ndrangheta y Camorra (de 1860 al presente), de John Dickie,  que arranca el libro con esta frase: “La forma más negra de desesperanza que a veces se adueña de una comunidad es el temor de sus gentes a que vivir de forma honesta sea un gesto vano”.

En el Sector Sur no hay mafia. Al menos, no es esa mafia que va dejando cadáveres por las esquinas de una noche oscura. Tampoco de la que te incendia el negocio, te manda una cabeza de caballo a tu dormitorio (con su sangre) o la que se enfrenta a tiro limpio con bandas rivales. No, de hecho, me niego a considerar que lo que ha pasado en la Fundación Guadalquivir tenga tintes mafiosos.

Sin embargo, hay actitudes que no dejan de ser una auténtica extorsión. O pagas el “donativo” o no trabajas, o aportas parte del dinero de la subvención que has recibido o simplemente estás fuera, o te callas o a pesar de tener dos carreras te llamo “subnormalita”, como le ocurrió a una de las trabajadoras que denunció al ya exsecretario de las Juventudes Socialistas en Córdoba, Cristian Menacho. Ya saben: “calladita estás más guapa”.

En su libro sobre los orígenes de la mafia, Dickie sostiene (y ya hay un amplio consenso) en que fueron los españoles los que llevamos al Sur de Italia todas esas prácticas. Luego los italianos las mejoraron, perfeccionaron y recrudecieron. Pero que en el siglo XIX los españoles éramos campeones de la extorsión (los bandoleros no dejaban de ser unos bandidos que no solo robaban a los ricos).

Hasta hace no muchos años, en Córdoba imperaba otra ley del silencio. Había temas tabú sobre los que apenas nadie podía hablar y muchos menos informar. Solo el añorado Alberto Almansa se atrevía a contar lo que ocurría en el entorno de Miguel Castillejo, por poner un ejemplo, mientras la ciudad callaba. O miraba para otro lado.

En el Sector Sur no se ha hecho nada diferente a lo que ha venido ocurriendo en muchos sitios de Córdoba (no me refiero ahora a Castillejo) durante muchos años. Bueno, sí que ha pasado algo distinto: un grupo de valientes trabajadores ha decidido denunciarlo. Es a esos trabajadores a los que habría que aplaudir en la puerta de los juzgados, pero no, para una escasísima representación del barrio lo mejor es empujar a periodistas que están haciendo su trabajo.

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