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La ciudad que se queda en la anécdota (o mirando al dedo)

Alfonso Alba

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Córdoba es una ciudad que se desangra en debates anecdóticos y que desdeña los profundos, los verdaderamente importantes y justos. Esta semana, coincidía con el profesor (también fue alcalde) Manolo Pérez en una tertulia en Radio Córdoba. A la salida, con una caña en la mano, hablábamos sobre el debate de la memoria histórica, la reciente creación de la comisión en el Ayuntamiento y en cómo todo ha derivado en la anécdota, accesoria, de si hay que cambiarle el nombre a la calle Cruz Conde (nadie lo va a hacer, no teman) o al barrio de Cañero (no se puede, ya que no hay nada en Córdoba, ni plazas ni calles, con ese rótulo).

Mientras, languidecen en los dos cementerios de Córdoba al menos 4.000 cadáveres sin identificar, sepultados en una fosa de manera indigna y hasta cruel. Lo importante: la ONU le ha dicho a España que debe sacar a sus muertos de la Guerra Civil y entregárselos a sus familias. De paso, siguen quedando en algunas ciudades nombres de calles de personajes directamente relacionados con la represión franquista (como el caso del Periodista Quesada Chacón, asistente personal del terrible Don Bruno) y algún resquicio más. Entrar en el debate de la calle Cruz Conde o la avenida de Conde de Vallellano (que fue un ministro de Franco) además de agotador puede resultar de todo menos pragmático.

80 años después, hay unanimidad política sobre la memoria histórica: hay que hacer algo con las fosas comunes de los cementerios. Hasta el PP, que siempre ha titubeado con la memoria histórica, apoya esta iniciativa. En Málaga, ciudad gobernada por los populares, se exhumaron las fosas. Otro debate es saber si se podía haber hecho mejor (seguro) o porqué un concejal decidió instalar un pipican en el lugar después.

Córdoba es una ciudad desdeñosa que a veces se incendia cuando corrió el rumor (nunca existió tal intención) de que el Ayuntamiento iba a cambiar de sitio un cuadro de San Rafael colocado en un pasillo de Capitulares en el que casi nadie había reparado jamás. O que se echó a la calle cuando la Junta, decía Castillejo, se iba a llevar a la caja de ahorros de la ciudad, y al final resultó que fueron los curas los que la quebraron y provocaron que su propiedad se fuera más lejos que a Sevilla: al País Vasco. Pero cuando eso ocurrió nadie protestó. A lo mejor la culpa no es tanto de quien señala la Luna con el dedo, sino de quien decide que hay que mirar al dedo.

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