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La ciudad petada

Alfonso Alba

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Desde hace un par de décadas, Córdoba perdió su industria. En la Electromecánicas trabajaban 4.000 personas. Ahora, apenas si lo hacen 200. La Vega de Córdoba se pobló de parcelaciones que se construyeron sobre uno de los suelos más fértiles de Europa y que veía cómo crecía azúcar (remolacha) y algodón de una calidad que podía competir con lo mejor de Estados Unidos. Entonces, decidimos apostar todo, o prácticamente todo, al turismo.

Córdoba es hoy una ciudad de bares, de hoteles, de apartamentos turísticos y de una masa de visitantes que aún no pernocta más de una noche (de media) que, poco a poco, ve como se va perdiendo su esencia. El turismo, como todo en la vida, es bueno en dosis moderadas. Pero si se empieza a traspasar la delgada línea de la saturación puede hacer un daño salvaje.

El turismo de masas está causando estragos. No hace falta poner los ejemplos de Venecia, donde sus cada vez menos habitantes se han unido para pedir que cada día entre un número limitado de visitantes. No pueden más. No es un caso único. Roma en época de vacaciones es insoportable. Los alrededores de la Alhambra de Granada casi en cualquier época son intransitables. Y Córdoba va camino.

Cada mes, se publica un balance de la llegada de turistas a la ciudad. Cada mes, el número es más alto que el mes anterior, que el año anterior, que hace equis años, que nunca antes. Poco a poco, se nota. La Judería, con calles estrechas, es ya un lugar hostil para el cordobés de a pie, con unas tabernas que tienen de todo menos la esencia de hace unos años. Hay plazas enteras donde ya no viven vecinos. Se han quedado para los apartamentos turísticos.

Acaba de empezar el mayo festivo y Córdoba, sobre todo en el concurso de patios, empieza a sufrir los estragos de la saturación de un turismo que además está muy estacionado. La ciudad se llena, imagino que los hoteles hacen un negocio extraordinario y los bares y restaurantes también. Me alegro. Pero poco a poco esa masa va desplazando a la esencia de lo que, en el fondo, los turistas vienen a ver (además de la Mezquita, obviamente) y la ciudad empieza a perderse.

En Semana Santa, los vecinos de la Axerquía emitieron un comunicado en el que denunciaron que vivían poco menos que en una ratonera. Es verdad. En Semana Santa, en cruces, en patios y fiestas de guardar, no es fácil vivir en el casco histórico. La saturación puede acabar provocando la expulsión de sus vecinos y que la ciudad, poco a poco, se vaya transformando en un escaparate decadente muy parecido al de Venecia y algunos puntos de Roma.

Si queremos vivir del turismo (parece que no queda otra) tiene que ser sostenible o no será.

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