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Orgullo de Paquera

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MADERO CUBERO

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Hace muchos años, allá por los noventa o quizás incluso a fines de los ochenta, siendo un estudiante universitario, solía dirigirme a la Facultad de Filosofía y Letras atravesando entre otros lugares el barrio de San Pedro y La Magdalena. En uno de esos días oí que alguien me gritaba. ¡Guapo!, decía desde arriba alguien mientras seguía pintando fachadas de casas.

Al pasar por allí en otras ocasiones me di cuenta de que se trataba ni más ni menos que de La Paquera. Con mayúsculas, sí, como merecen las instituciones. Como instituido estaba cuando eramos críos el que a cualquier chico más o menos fuera de los cánones viriles de aquel tiempo se le insultara como maricón y, aquí en Córdoba, como su sinónimo: Paquera. Era un insulto común en  los patios de colegio de los 70, de los 80 y puede que más adelante. La personificación de lo innombrable, lo nefando, lo que no existe, pero que se te podía aparecer por la Ribera o por cualquier otro sitio para decirte sólo con su presencia lo que no se podía esconder.

Años de hierro para lo diferente, que se cebaron en aquellos y aquellas que quisieron vivir su vida como les salía de sus entrañas y que, frente a la mofa, el escarnio e, incluso, los golpes, fueron auténticos héroes y heroínas, o las dos cosas a la vez, o héroe y luego heroína (porque aún no se hablaba ni de transgénero ni mucho menos de género fluido). No han tenido reconocimiento en esta ciudad que pierde la memoria con facilidad.

El año pasado transcurrió la I Marcha por la Diversidad y ,al entrar a las Tendillas, cientos de personas (de toda identidad y género, heterosexuales incluidos) se pusieron a gritar soy maricón, maricón, maricón… al modo del archiconocido soy español, español, español. Era una afirmación de identidad. De la posibilidad de ser y estar en la ciudad y el país en los que vivimos hoy como bisexual, lesbiana, gay, transexual, intersexual… o no querer identificarse de manera estable y quedarse en construcción. Quien se lo iba a decir a La Paquera, que se llenaría las Tendillas con un grito como ése.

La Paquera, antes Antonio Muñoz, pertenece a la memoria de la ciudad, y particularmente de los colectivos que han sufrido aquí y en otros lugares del país, la persecución social, la degradación vital y la represión política (como vagos y maleantes, según ley vigente durante décadas). Merece un recuerdo por parte de quienes defienden la diversidad de esta ciudad. Y por quienes regentan el poder político y tienen la posibilidad de hacer un homenaje material y simbólico. Como parte de la lucha por vivir en libertad y por la diferencia, que siempre ha caracterizado a la idiosincracia de las ciudades como lugares de encuentro y convivencia de los y las distintos.

En una entrevista de 1978, hacía repaso de sus dolores y sus alegrías, con un desparpajo muy poco de estos tiempos tan políticamente correctos. Merece la pena revisitar su figura y sus propias palabras. Las de una heroína popular , pese a quien pese.

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