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Apresúrese a vivir Córdoba

MADERO CUBERO

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En varias ocasiones se ha vuelto a traer a colación el célebre artículo de Carlos Castilla del Pino titulado “Apresúrese a ver Córdoba” aparecido en la revista Triunfo en 1973. Una llamada de atención y advertencia que leída hoy, resulta más que necesaria, a la vista de los efectos que el desarrollismo y un cierto espíritu de abandono colectivo hacia el patrimonio (material e inmaterial) han producido sobre la faz de la ciudad.

Sorprende la vigencia de algunas de sus advertencias sobre lo que la especulación era capaz de hacer, no sólo sobre edificios patrimoniales sino sobre la vida misma de la ciudad. Y no desde una perspectiva reaccionaria contraria al progreso o a la evolución de un cuerpo vivo como es una ciudad, sino desde el cuidado a la identidad que diferencia a unas ciudades de otras.

Intriga saber qué hubiera escrito desde esa actitud y cultura amplia y abierta al ver cómo se transforma nuestra ciudad en manos de otras fuerzas menos visibles pero con la misma capacidad de derribar muros y gentes.

La ciudad, desde los años 70, se ha expandido y desarrollado, como bien sabemos los que nacimos y vivimos nuestra infancia en aquella década, en la que “íbamos a Córdoba” desde Cañero y comprábamos la leche en la vaquería o pescábamos ranas en el arroyo Pedroche. Y en muchos sentidos, sorprende al viajero por su inmenso y hermoso casco vivido y por un cierto autocontrol en cómo se presenta a sí misma.

Es el casco histórico quien guarda la continuidad histórica y, de alguna manera, el espíritu que continúa a través del paso del tiempo. Los que vivimos en él sabemos qué es esa sensación de tiempo detenido al pasar por callejas a veces solitarias o por la presencia apabullante de la historia y, por qué no, de una cierta armonía, en plazas y casas.

Sin embargo, percibimos cómo nuestro vecindario está cambiando, cómo algunas de las viviendas de nuestras comunidades ya no están habitadas por vecinos sino por viajeros, que siguen un ritmo independiente y que no cruzan palabra con nosotros. Y por otro lado, nos empezamos a dar cuenta de que para muchas personas es más rentable alquilar las viviendas del casco que vivir en ellas. Sin contar con quienes adquieren las viviendas o solares no para vivir sino para alquilar por días. No sabemos a ciencia cierta los datos, pero notamos los cambios. Si no nos apresuramos, habrá barrios donde vivir empezará a ser un asunto extraño, de otros tiempos.

A esto se une una  cierta espectacularización de la ciudad, un enfoque de muchas actividades culturales y festivas hacia la atracción del turista. Lo hacen mucho las instituciones, ávidas de datos de las famosas pernoctaciones. El espacio público se orienta en muchas ocasiones a quien nos visita y no a quienes vivimos. Se corre el peligro de convertir la ciudad en un parque temático de sí misma.

No es cuestión de ser un reaccionario, ni de “cualquier tiempo pasado fue mejor”. Esta ciudad tiene logros y ha conseguido ser una ciudad vivible por sus gentes. Ha evolucionado. El historicismo y la fosilización son tan dañinos como la turistificación o la espectacularización. La cuestión es orientar, prevenir, regular y aminorar los efectos perversos sin atacar necesariamente las actividades económicas que surgen (a veces muy poco intensivas en empleo y en calidad del mismo). Podemos evitar lo que en París llaman la ville-musée. Otras ciudades se han puesto en marcha. Apresurémonos a poner los carriles para una evolución contemporánea de nuestra ciudad. Apresurémonos a seguir viviéndola en nuestro siglo y como se vive en nuestro siglo.

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