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The Shadow

Alfonso Alba

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Tradicionalmente se denomina sombra a un espacio al que no llega la luz del sol. Una sombra sería algo así como una proyección invertida de un objeto que aspira la luz. Donde hay luz suele haber sombras. Técnicamente una sombra es la imagen oscura que proyecta un cuerpo opaco sobre una superficie al interceptar los rayos del sol. La vida (y la vida política) está poblada de sombras. Curiosamente, suele ocurrir, que cuando en la vida (también en la vida política) entra un poco de luz, las sombras, inmediatamente, se estiran y agrandan.

Cuanto mayor es el ángulo entre la dirección de la luz y un objeto que la obstaculice, más pequeña es la sombra. Por el contrario, cuanto menor sea ese ángulo entre la dirección de la luz y la superficie en la que aparezca la sombra, más alargada será esta. Las sombras suelen vivir sin dar tregua a quienes acompañan (permanecen siempre insomnes, preparadas). Están presentes en cada movimiento, en cada paso, en cada recuerdo. Sorprendentemente en las sombras las heridas no sangran (el dolor lo sentimos nosotros). Las sombras se adaptan a cualquier circunstancia, sea tiempo de bonanza o de penuria. De infamia o de olvido.

La vida política sabe mucho de sombras, es más, a veces se confunde con ellas. Las penúltimas sombras en aparecer tienen una enorme dimensión y poseen nombre propio: caso Edu, caso Pujol, Operación Púnica, caso Gürtel, caso de los ERE, Bárcenas, Tarjetas Black... Las grandes maquinarias de la vida política (y sus dirigentes) son incapaces de desembarazarse de sus sombras. En algunos casos, torpemente, nos aseguran que esas sombras no son suyas o se las adjudican con descaro a otros. O nos venden que han adoptado otra sombra más pequeña o más discreta o... El problema no es lo que nos venden, el problema es lo que nosotros compramos. Sin embargo, las sombras están ahí. Inalterables. Perennes. Inamovibles. Solo les quedaría una solución sincera: situarse al borde de un acantilado, esperar la llegada del sol y, cuando la sombra vaya creciendo, empujarla para que se termine despeñando. Y comenzar de nuevo.

En la vida, muchos sabemos que somos lo que hemos sobrevivido a las diferentes sombras que nos han acompañado. En la vida somos lo que le ganamos a la muerte (escribiría un poeta).

Nota: el domingo por la tarde estuvimos leyendo, mi hijo pequeño y yo, un impresionante cuento de Hans Christian Andersen, The Shadow (La Sombra). Se trata de un cuento fantástico. Lo fantástico es lo que nos produce perplejidad ante un hecho increíble. Narra la historia de un sabio que vive en un país frío y quiere viajar a un país cálido. El sabio y su sombra llegan, al fin, a una ciudad donde calienta mucho el sol (posiblemente Andersen estuviera pensando en Sevilla). El sabio se arrepintió pronto de su decisión. Le pareció que aquello era como un horno candente y comenzó a adelgazar. Su sombra también menguó... Un día su sombra lo abandonó y él se volvió a su lugar de origen. Al cabo del tiempo su sombra apareció de nuevo proponiéndole al sabio un pacto: viajarían por todo el mundo cambiándose los papeles. La sombra haría de señor y el señor haría de sombra (irían siempre juntos o delante o detrás según la posición del sol). La sombra desveló a su dueño el secreto de su nueva identidad: “Vi lo que ningún otro ve, lo que nadie debe ver. Vi lo que ningún hombre debe conocer (...). Lo malo del prójimo (...)”. Mi hijo y yo terminamos de leer el cuento y apagamos la luz.

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