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Vértigo al borde del precipicio

Alfonso Alba

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Querría no saber escribir, para así no tener que firmaresta sentencia de muerte que tanta congoja y tristeza me produce" (Nerón)

Los denominados dualistas morales son aquellos que dicen tener un corazón imbuido de ternura y amor al tiempo que degüellan el cuello de un inocente. Recuerdo una espectacular entrevista realizada por Jesús Quintero a Jon Idígoras, dirigente de Herri Batasuna; Idígoras se emociona cantando una nana en euskera al tiempo que denomina como bestialidad la práctica de la caza. Este dirigente, hasta su fallecimiento, amparó y justificó la práctica violenta y terrorista de la banda ETA. Eran de su tribu.

Recuerdo que tras fallecer mi amigo Diamantino García Acosta, presidente de Derechos Humanos de Andalucía, denuncié las palabras (y su significado) del entonces ministro de Interior, Jaime Mayor Oreja, al declarar en una entrevista que existía mucho teatro en el fenómeno de las pateras y los desaparecidos. Tuve que recordarle su supuesta moralidad cristiana. Los migrantes no actuaban como prójimos para este ministro. Se le olvido el precepto de la Torá y más tarde de la Biblia cristiana que establece que el prójimo es todo aquel que está en peligro.

Recuerdo los desesperados intentos del señor Moratinos, ministro de Asuntos Exteriores, por desacreditar a Haminatu Haidar, activista saharaui, y a la huelga de hambre que protagonizó. Todo un discurso moral de apoyo al derecho del pueblo saharaui, desarrollado durante años, se diluía en una utilitarista (y chantajista) actuación.

Recuerdo la lectura de un testimonio que me produjo verdadero vértigo: un joven israelí, durante la ocupación de Jerusalén, se encontró al final de un pasillo, en un hospital abandonado, con otro soldado; ante el temor de que se tratara de un soldado enemigo y disparara primero, apretó el gatillo y ¡disparó! Era un espejo que se rompió en mil pedazos. Era su reflejo. Era él mismo.

Tengo la necesidad de huir del ruido mediático y partidario que nos va a acompañar durante un larguísimo año electoral. Cuanto más ruido se produzca menos se escuchará el lamento y el sufrimiento de mucha gente. Nos colocarán a todos al borde del precipicio y esto solo produce un enorme vértigo. Será un tiempo en el que las imágenes sustituirán al pensamiento (en verdad es así casi siempre) y ya estoy mayor para ese espectáculo.

Nota: mientras tanto recomiendo la lectura, lenta y suave, de Carta a un rehén de Antoine de Saint-Exupéry. Una buena manera de reconciliarse con la humanidad (aunque no sea con toda la Humanidad)

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