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Vecinos

Alfonso Alba

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El pueblo de Jedwabne se encuentra en el condado de Lomza, en el centro de Polonia. Este pueblo tenía en 1941 unos tres mil habitantes. Durante la II Guerra Mundial esta población fue ocupada, en 1939, por las tropas soviéticas hasta junio de 1941. Este breve periodo dejo un reguero de persecuciones y una gris estatua de Lenin colocada en la plaza del pueblo. El 23 de junio de 1941 la ciudad fue ocupada por un destacamento de nazis alemanes. Dos días después un grupo de vecinos asaltan las casas de otros vecinos. Los alemanes no intervienen. Una decena son asesinados a golpes. Dos mujeres consiguen huir al campo. Son perseguidas: “Chaja Kubrzanka, de 28 años, y Basia Binsztajn, de 26 años, salieron corriendo con sus hijos recién nacidos (...). Fueron hacia una charca dispuestas las dos a arrojarse a ella antes de caer en manos de aquellos energúmenos. Echaron al agua a sus hijos y los ahogaron con sus propias manos; entonces Basia saltó al agua y se hundió inmediatamente, pero Chaja sufrió durante varias horas. Las bestias se reunieron a contemplar el espectáculo. Le gritaban y aconsejaban que se pusiera boca abajo, para ahogarse antes. Por último, al ver Chaja que los niños habían muerto, se sumergió con todo su ímpetu en el agua y murió” (*). Uno de los párrocos del pueblo amonestó a los vecinos y les instó a que parasen la matanza, que ya se encargarían los alemanes de esa tarea. La tranquilidad duró exactamente diez días.

El 10 de julio, el alcalde de Jedwabne, Marian Karolak, convocó a una parte de la población, en la plaza del pueblo, la excusa era la de realizar tareas urgentes de limpieza. Cuando cientos de vecinos se encontraban ya en la plaza fueron rodeados. El alcalde, junto a un carpintero, Bronislaw Sleszymski, dirigía la operación. Forzaron a los concentrados a derribar la estatua de Lenin. Una vez destruida se les obligó a trasladar cada trozo, en procesión, alrededor del pueblo, para finalizar en un enorme pajar (propiedad del carpintero Sleszymski). Durante el recorrido tenían que cantar: “Nosotros tenemos la culpa, nosotros tenemos la culpa de la guerra”. Estos vecinos fueron rodeados de otros vecinos armados con hachas, mazas, látigos, cuchillos y porras. Los que estaban armados eran carpinteros, funcionarios, agricultores, albañiles, carteros, zapateros..., todos polacos. Los que iban en procesión hacia el pajar eran funcionarios, albañiles, tenderos, carpinteros, carteros, zapateros..., todos polacos. La pequeña guarnición de nazis alemanes permaneció al margen. Se limitaron a realizar fotografías. Una vez en el pajar se les prendió fuego. Más de mil fueron quemados vivos. Otros quinientos murieron a golpes. La mitad de la población desapareció en un día. Solo sobrevivieron siete vecinos refugiados y escondidos por la familia Wyrzykowski.

Cuando finalizó la guerra, la historia oficial adjudicó esta matanza a los nazis. La familia Wyrzykowski tuvo que marcharse de Jedwabne. Su presencia era insoportable e intolerable para los vecinos del pueblo. Esa familia era, esencialmente, pura memoria de lo ocurrido. Un riesgo para el necesario olvido.

Se tardó treinta años en desvelar lo que sucedió. Demasiado tiempo. Polonia no es el único país que trato de ocultar la infamia. En Francia, durante la ocupación nazi (1940/1945), se enviaron cinco millones de cartas de delación, de vecinos contra vecinos. En 1983 André Halimi lo denunció en su obra La délation sous l´occupation. En la Italia de Mussolini la acusación, la delación y el chivatazo eran un deber cívico. En China se continúa celebrando, cada año, el “día de la delación”, en el que los vecinos explican sus denuncias contra otros vecinos, y son largamente recompensados. En el actual régimen de Irán está instaurado todo un sistema de delación de los enemigos del régimen (en el que los tribunales islámicos y los denominados “guardianes de la revolución” son piezas fundamentales). La dignidad de las víctimas, en ausencia de justicia, vive en la memoria.

Nota: La película “Ida” del director Pawel Pawlikowski, acaba de recibir el premio a la mejor película europea. Esta filmada en blanco y negro. Austera. Inteligentemente hermosa. Narra la búsqueda de la verdad de una joven a través de un viaje por la memoria. Sucede en Polonia. Merece la pena verla y pensarla.

Nota:

(*) Jan T. Gross escribió un libro testimonio que denuncia, por primera vez, lo ocurrido entre vecinos polacos: “Vecinos. El exterminio de la comunidad judía de Jedwabne (Polonia)”. Barcelona: Crítica, 2002

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