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La escalera hacia el infierno

Antonio Manuel Rodríguez

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Jacob soñó con una escalera que le conducía al cielo y mi amigo José Antonio sufre la pesadilla de una escalera que le conduce al infierno. Desde hace años convive con una silla de ruedas. Un accidente le arrebató la sensibilidad de las piernas para concentrarla por duplicado en su voluntad y en el resto del cuerpo. Cuando cierro los ojos, veo a José Antonio sonriendo y empujándose a sí mismo como una metáfora visual de nuestro destino en la vida. En las aventuras del barón de Münchhausen se cuenta que cayó a un lago del que logró salvar a su caballo y a sí mismo tirándose de la coleta.  José Antonio también se salva a sí mismo y a todos nosotros demostrando con su ejemplo que la sensibilidad y la voluntad son los únicos músculos que el tiempo no atrofia ni enferma. Justo los que no han empleado los responsables de la Escuela  de Arte Mateo Inurria al suspenderle las asignaturas que no pudo cursar porque no podía subir las escaleras. 

Johan Huizinga, filósofo holandés perseguido y desterrado por los nazis, lamentaba que occidente hubiera preferido el término democracia al de “isonomía” o igualdad ante la ley. Para los griegos, más que sinónimas, democracia e igualdad eran palabras siamesas. Herodoto decía que “la democracia lleva el más bello nombre de los nombres: igualdad”. La una no existe sin la otra. Por eso, cuando esta igualdad ante ley no existe, somos los ciudadanos quien debemos ejercer directamente su poder y exigirla. Sin igualdad no hay democracia. Y sólo con democracia puede existir la igualdad.

Vivimos tiempos difíciles para la igualdad y la democracia. Cada vez resulta más insalvable la brecha económica abierta con el austericidio entre ricos y pobres. Y como si la desigualdad rodara por una escalera hacia el infierno, arrastra y resucita los fantasmas de todas las discriminaciones latentes. Racismo. Xenofobia. El terrorismo machista multiplica sus víctimas a diario. Si en lugar de simples machos fueran creyentes de “religiones equivocadas”, abrirían los noticieros de todo el planeta.  Las mujeres caen a la cola de los salarios y del desempleo, condenándose de nuevo a ser amas de casa con el beneplácito de la cuarta parte de los estudiantes universitarios. También se reabre la brecha entre el mundo urbano y el rural. Entre lo público y lo privado... Y lo peor es que ocurre al amparo de leyes insensibles, fabricadas por políticos insensibles y esgrimidas por personas insensibles.  Como decía Blas Infante hace un siglo, esta crisis de occidente no es política ni económica, es una crisis de humanidad.

José Antonio es un héroe civil, anónimo y humilde, que sale cada tarde en su silla de ruedas a jugarse la vida por la carretera protegido por una simple bandera de Andalucía. Para mí es un ejemplo. A quienes lo conocemos y admiramos, no nos cabe la menor duda de que acabará subiendo esas escaleras y cuántas les coloquen en su camino. Él sabe que me tiene y que tiene a muchos que podrían llevarlo en volandas a dónde quisiera llegar. Pero su actitud vital es la del barón de Münchhausen: salvarse para salvarnos. Y demostrar que sólo la gente puede salvar a la gente cuando quienes mandan sólo piensa en salvarse a sí mismos. 

https://cordopolis.es/2015/04/10/suspenso-por-estar-en-silla-de-ruedas/

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