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Andalucía y la mentira del café para todos

Antonio Manuel Rodríguez

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No es verdad que Andalucía pidiera “café para todos”. Ni que saliera a la calle para exigir la unidad de España. No. Eso es mentira. El pueblo andaluz no ganó en las urnas ser como uno más en el Estado, sino como el que más. Y eso es precisamente lo que está en juego en estas elecciones y de lo que casi nadie habla.

Estamos inmersos en un acontecimiento tan histórico como clandestino: la segunda transición. La primera se consintió por la gente mientras se pactaba en los despachos. En rigor, fue una “transacción política” en los tres pilares del Estado contenidos en su escudo: cruz, corona y territorio.  Adolfo Suárez asumió la responsabilidad de ejecutarla como el clavo que siempre sobresale y al que todos terminan golpeando. Reunía los dos requisitos del elegido: ser una cara nueva para evitar rebeliones externas y pertenecer a la derecha orgánica para eludir las internas. Su misión transitoria pero histórica pasaba por consolidar los pilares del nacionalcatolicismo en un marco de libertades formales. La transición monárquica y militar la consiguió emparedándose con chaqueta y corbata entre los uniformes del Rey y Gutiérrez Mellado. La transición religiosa fue su tarea más urgente, asegurando un estatus privilegiado para la jerarquía católica gracias a un tratado internacional con el Vaticano. La transición territorial, sentando a los nacionalistas conservadores vascos y catalanes en la mesa constituyente. Y la ideológica, procurando ocupar el centro junto al PSOE para consolidar el bipartidismo y marginar en los extremos al comunismo y a la ultraderecha.

Andalucía dinamitó esta planificación en el día más radiante de su historia reciente: el 4 de diciembre. Es importante recordar que en 1977 no había Constitución. Un lobby de poder político y económico estaba diseñando en las catacumbas el modelo territorial del Estado. A pesar del secretismo, a nadie escapaba que Cataluña y Euskadi serían reconocidas de manera diferenciada en el futuro texto constitucional. Andalucía no quería ser menos. Y se movilizó para ser como la que más. Sirva como ejemplo este párrafo tomado del ABC de 6 de febrero de 1977: “Será un error como lo fue hace 40 años, pensar que a pistoletazos o con prohibiciones se elimina la identidad regional de los pueblos de España. Hoy no es ayer, y el mañana -verde, blanco y verde- está llegando”. Aquel mañana llegó el 4 de diciembre. Y no sólo en Andalucía. Las manifestaciones en Madrid y especialmente en Cataluña convirtieron la causa andaluza en un problema de Estado. Andalucía se postulaba como sujeto político reivindicando el mismo reconocimiento que las comunidades con mayor autonomía. Pero aquel lobby constituyente nos dio la espalda. Y tuvo que ser Manuel Clavero quien incrustara el durísimo art. 151 en la Constitución para aliviar la injusticia. Sólo Andalucía hizo uso un 28 de febrero de aquel artículo infernal que permitía a los pueblos decidir y hacer historia. En consecuencia, aquel 4 de diciembre es el precedente más importante y actual del “derecho a decidir”. En la forma y en el fondo. El pueblo andaluz exigió decidir y el Estado se vio forzado a permitir una vía constitucional que lo hiciera posible. Y haciendo uso del mismo, a pesar de los escollos legales y políticos, Andalucía se sintió y se supo libre y mayor. Capaz de todo.

¿Y que consiguió? ¿Café para todos? Sí. En parte es cierto. Sólo que el pueblo andaluz fue el único del Estado en pedir que llenaran de café la mejor taza. Andalucía exigió simetría social con las máximas competencias. Por eso nuestras elecciones deben ser propias y nuestro estatuto se aprueba en referéndum con el rango de constitución federable en un futuro proceso constituyente.

La abdicación de Juan Carlos y la simbólica muerte de Suárez han cerrado la primera transición para abrir las puertas para la segunda. Y todo ha comenzado casi igual. El empoderamiento conseguido por el nacionalcatolicismo intentará que los tres elementos del escudo de España permanezcan inmutables sin consultar a la ciudadanía. Cruz, corona y territorio se perpetuarán en la mesa camilla que pactó la primera transacción democrática. Sólo que esta vez, no hay elegido. Serán las fuerzas políticas, económicas y religiosas aferradas a lo viejo que no acaba de morir las que protagonicen esta maniobra para que lo nuevo no termine de nacer. Pero la gente se ha cansado de ser ignorada y está reivindicando su legítimo derecho a participar en esta transición pactada. Sabe que transigir y transitar son dos verbos distintos. Y quiere conjugarlos en primera persona del plural.

La transición monárquica se ha resuelto desoyendo el clamor de calles y plazas. La jerarquía católica sigue siendo una muñeca rusa dentro del Estado español debido al mayor escándalo inmobiliario de la historia, y a la vigencia inexplicable de aquellos Acuerdos con el Vaticano, contrarios a las normas de la Unión Europea y de la propia Constitución. Queda la transición territorial que se culminará en las elecciones generales y catalanas a finales de año. Y en medio, otra vez, Andalucía. Sólo que no somos conscientes de lo que nos estamos en jugando. El PSOE está vendiendo una versión manipulada de nuestra propia historia para defender desde Andalucía lo que no puede hacer desde Madrid: la unidad de España. No es eso lo que se pidió en 197, ni siquiera el objeto del debate. Por respeto democrático a lo que conseguimos entonces, ocurra lo que ocurra, nadie puede derogar que Andalucía pertenece por derecho propio a los países del Estado con mayor rango autonómico. Nuestra aspiración como pueblo es y será la igualdad en derechos y deberes en cualquier parte de la Tierra desde el respeto a nuestra diferencia. Por esa razón, un andaluz seguirá pidiendo café para todos. Sí. Pero Andalucía en la mejor taza y a rebosar.

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