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Basura

Antonio Manuel Rodríguez

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La basura no es de nadie porque es de todos y todas. Propiedad pública desde el momento que cae dentro del contenedor. Jurídicamente, cuando arrojas algo a la basura estás renunciando a su titularidad privada por abandono liberatorio. Mientras la bolsa vuela por el aire, la basura es “res nullius” y cualquiera puede hacerse dueño de ella por ocupación. Pero en el momento en que se aloja en el contenedor, pasa a la propiedad pública. Ya es de todos y todas. Y por eso nuestro Ayuntamiento se deja la piel en su defensa hasta el extremo de multar a quien se atreva a robárnosla, aunque sea para comer o buscarse la vida. Este impecable argumento técnico se lo hemos escuchado a dirigentes populares para defender con uñas y dientes nuestra basura como patrimonio público. Tan impecable como esperpéntico. Vergonzante. Ridículo. Inhumano.

No hace mucho tiempo se encontraron vigas califales de la Mezquita de Córdoba en la basura. Un escándalo mundial. Y otra vergüenza más para la ciudad. Por entonces, la basura no era propiedad pública y no había razón para multar a quienes las cogieron para venderlas o decorar sus casas. No estaban robando a nadie. Era basura. Si las hubieran encontrado bajo tierra, sería un expolio patrimonial imperdonable. Y la administración se hubiera lanzado al cuello del ladrón. Pero no. Fue en la basura. Y no pasó nada. Distinto hubiera sido haber encontrado una muñeca, cartón o restos de comida. Porque entonces, sí que hablaríamos de un auténtico robo al dominio público y merecería un castigo ejemplar. El pobre es un extranjero en su patria. Y como todos los extranjeros pobres, por definición, delincuente y culpable.

Qué lástima que las plazas públicas no quepan en la basura. Porque si las fuentes de la Mezquita o la plaza del Pocito o del Triunfo de San Rafael, documentadamente públicas, las hubiera arrojado el Obispo al contenedor como una viga califal cualquiera, entonces el Ayuntamiento sí que las defendería a muerte. No buscaría sofismas jurídicos para escurrir su responsabilidad, argumentando que lo no inscrito es público pero cuando se inscribe deja mágicamente de serlo. Siendo basura, el Ayuntamiento lo defiende y la Iglesia lo desprecia.

Llama la atención que las únicas Iglesias que la jerarquía católica inscribe sin acreditar su propiedad sean las ya restauradas con dinero público. Fernando Sebastián, entonces Arzobispo de Pamplona, se jactó públicamente en manifestar que “la Iglesia no inmatricula ruinas”. El ahora Cardenal también es autor de esta célebre frase: “La homosexualidad es una deficiente sexualidad que se puede normalizar con tratamiento”. En la misma línea, el Obispo de Córdoba nos alertó del plan de la Unesco para convertir a la humanidad en homosexuales. Y, con el mismo criterio patrimonial, tampoco inmatricula ruinas.

La Iglesia Campo Madre de Dios, en ruinas, es basura. El Convento de Regina, en ruinas, es basura. El Convento de Santa Clara, en ruinas, es basura... Y como son basura, corresponde a los poderes públicos hacerse cargo de ellas, rehabilitarlas y defenderlas de los ladrones. Sin embargo, cuando por obra y gracia del dinero público dejan de ser basura, por obra y gracia divina retornan a la propiedad inmemorial de la Iglesia. Así ocurrió con la Ermita del Socorro o con la Iglesia desacralizada de la Magdalena. Todas ellas dejaron de ser basura porque ya son del Obispo. Y entonces, el Ayuntamiento sí que se deja la piel y las agallas en defender a su nuevo propietario. El verdadero alcalde de Córdoba.

La denuncia social y el ridículo mediático que han hecho intentando multar a quienes buscan en la basura para sobrevivir, les ha forzado a echarse atrás. Espero que defiendan con la misma dureza el resto de patrimonio público como si también fuera basura. Mientras no sea así, para muchos la basura será quien permite que eso ocurra.

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