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Wert que no quiero verte (sobre la necesidad de españolizar a los andaluces)

Antonio Manuel Rodríguez

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Verdad y credibilidad son conceptos hermanos. Como Caín y Abel. Existen verdades que nadie creería jamás. Y mentiras con las que se consiguen ganar elecciones. Unos buscan la verdad. Otros se conforman con que lo parezca.

Alguien me contó que la BBC entrevistó a Juan Ramón Jiménez en Puerto Rico. Debió ser en 1956, tras ganar el Premio Nobel de Literatura con una premonitoria elejía andaluza: tres días después, perdió a su compañera y el poeta murió en vida. Franco no podía obviar puertas adentro este reconocimiento mundial, ahora que por fin había conseguido su ingreso en la ONU con el respaldo de Estados Unidos. Curiosamente los mismos que en 1948 excluyeron a España del Plan Marshall y en el 1952 de la OTAN, alegando la naturaleza antidemocrática e integrista del Estado.

En este juego político de verdades y apariencias, el dictador envió un despacho al Vaticano implorando una interpretación favorable a la libertad de culto para paliar la hambruna, a falta de maná divino, con la leche en polvo de los yankis. Cuatro años tardó el Papa en contestar: “España es y será Católica, Apostólica y Romana, única religión verdadera, y Franco Caudillo por la Gracia de Dios”. Estados Unidos continuó con el juego de intereses y un día de 1953 olvidó de repente sus prejuicios democráticos y confesionales a cambio de cuatro bases militares. De esta manera, España se convertía en el aliado anticomunista por excelencia de los norteamericanos en Europa. Y a Franco, como contrapartida, no le quedaba más remedio que reclamar la cinta a la BBC para proyectar al poeta exiliado en España. La censura comprueba que no hay ataques al régimen franquista pero recomienda que se doble a Juan Ramón al castellano: “un poeta que gana el Nobel no puede hablar tan mal”.un poeta que gana el Nobel no puede hablar tan mal Y así lo hicieron. Juan Ramón Jiménez era andaluz. Hablaba andaluz. Y ganó un Nobel de Literatura escribiendo en andaluz. Algo insoportable para el nacionalismo español que prostituyó Andalucía como escaparate del régimen. Sinceramente, desconozco si esta historia es verdad. Pero lo parece.

Hace poco corrió el rumor de unas declaraciones del Ministro Wert en las que advertía de la necesidad de enseñar a los andaluces a pronunciar correctamente el castellano. Quizá sean mentira. Pero no lo parecieron a tenor de las muchas respuestas que recibieron en las redes sociales, idénticas a las manifestadas a raíz de la entrevista de Melody en las que se nos acusa de hablar mal por no haber estudiado. Olían el mismo tufo que los ataques pre-electorales de algunos conservadores catalanistas. Unos y otros confunden España con Andalucía. Por ignorancia. Por interés. Por ambas cosas. En un pleno del Congreso, un diputado de ICV dijo que la LOMCE eran las iniciales de la “Ley del Ordeno y Mando del Catolicismo Españolista”. Dos ataques a la libertad religiosa y cultural por la misma subida de tasas y recorte de becas. Con toda la razón.

Cuando escuché semejante sandez del Ministro, me alegré. Quizá entonces los andaluces nos demos cuenta y reaccionemos. Quizá en los colegios se comience a explicar con naturalidad que los andaluces hablábamos “algarabía” (hispano-árabe de occidente), que lo pronunciábamos con “imela” (cambiando “a” por “e”), que tras la conquista nos vimos forzados a aprender el castellano transcribiéndolo con los sonidos y las letras del alifato (aljamía), y que por eso se habla andaluz de forma tan diferente según la consonante elegida en cada zona. Un andaluz perfecto y no un mal castellano.

El otro día preguntaron a mi hijo de nueve años por escritores andaluces. En el manual de la asignatura sólo aparecían Góngora, Machado y Lorca. Yo le rogué que añadiera a Averroes, Maimónides e Ibn Hazm. Lo hice sin pensar en el dilema ético que siempre implica callar o no ante un atropello, con el agravante de penalizar a mi propio hijo con sus consecuencias. El profesor lo aprobó, confesando desconocer quién era el autor de “El collar de la paloma”. Seguro que también era cordobés como Ibn Hazm. Tan seguro como que las competencias educativas son andaluzas. Y tampoco las han ejercido.

La ley Wert es un engendro que atenta contra la diversidad religiosa y cultural del Estado. Una ley en blanco y negro que nos recorta 40 años de democracia. Quizá frente a ella tengamos que levantar la bandera de la poesía. Parafraseando a otro poeta andaluz, que también hablaba y escribía en andaluz: Wert que no quiero verteWert que no quiero verte. Lo digo de verdad. Y espero que se crea.

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