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Orquesta de Córdoba: Patrimonio de Andalucía

Antonio Manuel Rodríguez

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Hace veinte años también hacía frío en invierno. Y siempre es invierno donde se desprecia a la cultura. Yo quería llevar la música clásica a mi pueblo. Muchos vecinos escucharían un piano o un violín por primera vez en sus vidas. Hace veinte años también hacía frío en la cartera. La osadía de los jóvenes utópicos era todo mi patrimonio. Y la gasté en la misma puerta del Gran Teatro. Los esperé toda la tarde. Eran músicos. Cubanos. Uno era inmenso y negro como un jirón de madrugada. Se llama Jorge. Lo acompañaba su amigo Yamir. Y a los dos, el apéndice inseparable de sus instrumentos. Me arrojé sin red para rogarles que tocaran en mi pueblo. Ellos se reconocieron inmediatamente en mis ojos. Y sonrieron.

Nos sentamos en un bar. Y Jorge me contó cómo los reclutaron para un conservatorio soviético. Las pruebas que les hicieron siendo muy niños. Palmadas. Ruidos. Los dos fueron seleccionados para curarse del frío con la interpretación disciplinada de la viola y el violín. Sus dedos parecían juncos congelados a punto de quebrarse. Fue duro. Muy duro. Eso me contaron. Pero los dos coincidían en que peor era el frío que pasan los pueblos donde sólo reina el silencio. Al regresar a Cuba, decidieron tocar gratuitamente para las trabajadoras de las fábricas en Sierra Maestra. Como hicieron en mi pueblo. Tres veces. Tres regalos inolvidables. Y al igual que en su tierra, también fueron hombres y mujeres del pueblo quienes se sentaron a su alrededor para curarse con música los espasmos del frío.

No creo casualidad que Carlos Gardel utilizara veinte años como unidad de medida para la nada. Y no quiero creer que en Córdoba enmudezca de frío porque calle para siempre la orquesta que lleva su nombre. La misma que ha hecho historia con los más grandes de la música clásica, flamenca y contemporánea. La misma que no sintió remilgos en interpretar en las plazas de aldeas o en los mejores teatros del mundo. La misma que ha tocado ante niños y ancianos. La misma que ha llevado el nombre de Córdoba con la misma universalidad que la Mezquita. Porque las dos son Patrimonio del pueblo y de Andalucía. Por eso nos corresponde a nosotros exigir a la ciudad y a la Junta de Andalucía que no nos condene al frío del silencio.

Hemos caído en la trampa de exigir piedras y ladrillos como la única prueba de rendimiento político. Un error imperdonable. Ahora que no hay nada que construir, miremos lo que no debe ser destruido. Derechos fundamentales. Libertades públicas. Y cultura. La música es la arquitectura del aire. La más invisible. Reconozcamos que se ha penalizado socialmente de una manera injusta y dañina. Cuestionando el coste de los discos por igual a músicos humildes que a la minoría con éxito. Consintiendo la piratería. Y ahora, para colmo, soportando el IVA más alto de Europa. Ya está bien. La música es el único decorado sensible para los ojos cerrados. Y no podemos tolerar que les cerremos la vida a quienes la crean e interpretan.

La Orquesta de Córdoba es un ejemplo público de dignidad que trasciende incluso de la inmensa profesionalidad de sus componentes. Ellas y ellos lo han demostrado con sus manos y con sus corazones. Trabajan con una disciplina y entrega modélica. Horas y horas al servicio de una ciudad que no puede darle la espalda. Ahora toca devolverles lo mucho que nos han dado. Para no morir de frío. Para que en Córdoba no siempre sea invierno.

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