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Dejad que me busque la vida

Antonio Manuel Rodríguez

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No me creo cómo se cuentan las cifras del empleo. Y mucho menos a quienes me las cuentan. Ya no sólo por el descrédito que se han ganado a pulso a fuerza de repetir mentiras. No me los creo porque no les veo los ojos. A mi amigo XXXX, sí. Hace dos años que perdió el empleo y la luz de su mirada. Me lo encuentro cada día esperando a sus hijos a la salida del colegio. Mitad por respeto, mitad por pudor, apenas me atrevía a saludarle guardando una distancia estúpida que en verdad no existe. Ayer vencí ambas excusas y me acerqué a darle el abrazo que nos merecemos. La amistad, como el amor y la memoria, se gasta de no usarla. Lo miré. Los ojos son el escaparate del alma. Y los suyos parecían el de un negocio en liquidación. Qué estás haciendo, le pregunté. Y él me respondió: “buscarme la vida”. Como si se le hubiera escapado de los ojos.

Sólo buscan la vida quienes la han perdido. Por eso estos burócratas de la política consideran a los desempleados como números sin vida. Mi amigo es uno más.  Y conozco a demasiados números, amigos y familiares, con los ojos deshabitados que tampoco se creen las monsergas esperanzadoras del gobierno. Están cansados de escuchar las cifras de la trinchera a la que pertenecen. El número desalmado de quienes se siguen buscando la vida. Ellos quieren saber cuántos trabajan.  Cuántos han cruzado a la otra orilla. Cuántos han encontrado empleo. Cuántos se han marchado. Cuántos ya no están. Cuántos han encontrado la vida en sus ojos.

La demagogia es intemporal. Y estos tecnócratas del siglo XXI la emplearían con idéntica frialdad para explicar el desempleo en la posguerra. A decir verdad, no hay mucha diferencia entre los ministros de uno y otro tiempo. Seguramente coincidirían en afirmar que la crisis ha tocado suelo y que se ha roto la tendencia destructiva. Pero callarían el número de fusilados que no computan como población activa. El número de presos. El número de mutilados. El número de exiliados. El número de emigrantes. El número de amas de casa (con la misma denominación machista que mantienen los académicos de la lengua). Y al final, sin contar las cunetas, claro que salen las cuentas. Igual que ahora.

Hay cinco millones de parados sobre una población activa en la que faltan más de un millón de personas. Menos cotizantes, más parados y más pensionistas: una ecuación económicamente insostenible. En palabras insensibles de la Ministra Bañez, esos que ya no están ejercieron su derecho a la “movilidad exterior”. Unos porque han regresado a su país de origen llevándose de la mano a sus compañeros de tajo con DNI español. Otros son jóvenes graduados que se fueron sólo para demostrar que todas las carreras en España tienen tres salidas: por tierra, mar y aire. Pero hay muchos que viven un exilio interior. Que se resisten a perder su vivienda o su familia. Y se buscan la vida en ese maldito eufemismo que llaman “economía sumergida”. Como duele esa palabra. La mayoría malviven en economía de subsistencia. Claro que los hay que se aprovechan del sistema. Pero los que se mueven como pez en el agua tienen el tamaño de ballenas. Me refiero a las grandes fortunas en paraísos fiscales o que han blanqueado impunemente su dinero. Verdaderas economías abisales. Algunas incluso por la gracia de dios.

Esta semana rescataron en Córdoba un chico de Tánger que viajó como una garrapata aferrado a los bajos de un autobús. Yo los he visto tumbados boca arriba, agarrarse al parachoques y estrellarse contra el asfalto. También los he visto esperar a unos metros de las alambradas de la frontera. También ellos se buscan la vida y no computan en los números de hielo. Escribo desde la atalaya de quien a fecha de hoy tiene empleo. Amenazado, como el de cualquiera. Y lo valora. Por eso me niego a que se me oscurezca la mirada. Y haré lo indecible para amanezca en la de mis amigos y familiares sin trabajo. Exijamos como primer paso que las cuentas del paro se contrasten con las de la población activa. Y como segundo, que dejen en paz a quienes se están buscando la vida para que la encuentren. Por ejemplo, ajustando al volumen de negocio inicial los impuestos para la creación y funcionamiento de pequeñas empresas o autónomos. Esa es la prioridad para Andalucía. Un proyecto serio de presente que tenga como pilares la tierra y la memoria. Industrias y campus de excelencia que se vertebren en torno a la agricultura y ganadería ecológicas, a nuestro patrimonio natural y cultural, a la energía que nos da el sol y el aire. Mi amigo tiene la suerte de tener unos hijos que le devuelven la luz a los ojos al salir del colegio. Y la responsabilidad de que no les falte comida en la mesa. Al despedirse me dijo:  “igual me voy fuera para que puedan comer, aunque yo nos lo vea”.  Y su mirada se oscureció como un atardecer de otoño.

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