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Defender la vivienda en cuerpo y alma

Antonio Manuel Rodríguez

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Fausto era un viejo amargado que malgastó su vida sin vivirla. El diablo se le apareció cuando estaba apunto de suicidarse y le ofreció recuperar el tiempo perdido a cambio de su alma. Fausto aceptó. Su piel se hizo tersa y adolescente. Quiso comerse la vida a bocanadas. Tuvo todos los placeres mundanos en la punta de su lengua. Pero murió aún más insatisfecho que antes porque carecía de alma para disfrutarlos. Cuando hipotecas tu vivienda también actúas como Fausto. Has vendido el alma al diablo. Y en muchas ocasiones, hasta la vida.

La vivienda también es cuerpo y alma. El inmueble es el cuerpo. Y la vida, el alma. Sin vida, no hay vivienda. Y ahí radica la clave de su protección jurídica como derecho humano. No hay metáfora que lo explique con más luz y elocuencia que la propia palabra:  vivienda es el gerundio en femenino del verbo vivir. Todos tenemos derecho a una vida digna en un espacio concreto durante un tiempo indefinido. Cuerpo, alma, espacio y tiempo bajo el mismo techo. Cuando la vida afecta a un inmueble se convierte en vivienda. Deja de ser un bien patrimonial y adquiere el rango de bien jurídico (como la vida, la salud o el medio ambiente), merecedor de una protección infinitamente mayor que la del inmueble que cubre con su velo.

No podemos caer en la trampa impuesta por este sistema liberal de confundir el cuerpo con el alma. No existen viviendas vacías, sino inmuebles sin vida. Cuerpos sin alma. La vivienda no es un inmueble potencialmente habitable, sino efectivamente habitado. De ahí que el derecho vinculado por naturaleza a la vivienda sea el de posesión, no el de propiedad como nos han hecho creer. Todos tenemos el derecho humano a la posesión justa de una vivienda y a ser protegidos frente a desahucios injustos. Y no podemos consentir que el simple derecho de propiedad sobre un inmueble venza al derecho humano a poseer una vivienda.

Fausto simboliza la voracidad egoísta de nuestra sociedad insatisfecha. Y el dogma del derecho de propiedad es el mismísimo diablo. Todos aspiran a tener más de lo que tienen. Y en el primer escalón de esta diabólica pirámide se encuentra la vivienda. En propiedad, por supuesto. Nos hemos dejado abducir por una ecuación equivocada que confunde el derecho humano a la vivienda con la obligación de adquirirla en propiedad mediante un préstamo hipotecario. Y no es así. Aceptando las reglas de este juego perverso, la realización de una hipoteca implica la pérdida del derecho de propiedad pero no necesariamente su posesión. Vale que la titularidad del inmueble pase a la entidad bancaria por el impago del préstamo. Pero un Estado social debe garantizar que la familia no será privada de la posesión de su vivienda cuando concurran razones humanitarias. Cuando conste que la familia no puede afrontar la deuda por una insolvencia sobrevenida. Cuando son poseedores de buena fe, aunque no sean dueños de nada. Cuando haya menores, ancianos, enfermos, discapacitados. En mitad del crudo invierno o del calor infernal del verano. Mientras no se encuentre otro techo... Cualquier cosa antes que entregar el alma al diablo.

Nazareth, Leonor, Richard, Eugenio, Ana Belén y Antonio, salieron a pie el 1 de julio desde Córdoba hacia Bruselas para defender la vivienda en cuerpo y alma. Apenas le quedan unos días para alcanzar su destino que es el nuestro. Y cuando lleguen a Bruselas descubrirán que Amparo se quitó la vida antes de que la empresa municipal de Madrid le quitara su vivienda por la miserable cantidad de 975 euros. Se enterarán que en Andalucía se ha iniciado la tramitación de un Anteproyecto de Ley para proteger a los consumidores hipotecarios. No es la solución, sin duda, pero es una solución. Quizá cuando regresen a Córdoba esta derecha fáustica vuelva a presentar un recurso de inconstitucionalidad, por si todavía no ha quedado claro que prefieren defender el derecho de propiedad de los bancos al derecho humano a la vivienda. Es probable que estos héroes anónimos de la plataforma Stopdesahucios vuelvan a casa al anochecer. Decía Fausto que “nunca como al anochecer conoce el hombre lo que vale su morada”. Para que no llegue el anochecer al hogar de miles de familias, sigamos el ejemplo de estos ciudadanos andaluces y defendamos la vivienda en cuerpo y alma. Porque el Estado social no es un ente abstracto que habita en despachos y coches oficiales. El Estado social somos todos. Eres tú.

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