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Nana de los latidos y las estrellas

Antonio Manuel Rodríguez

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Sentado en la arena, el niño miraba el horizonte. Absorto en la franja de color verde esperanza que se dibuja entre el azul del mar y el dorado de la mañana. Sin duda, el paisaje de la utopía. Lo despertó una ola enorme que arrastraba consigo cientos de estrellas de mar, como una plaga bíblica. El niño se puso en pie y empezó a devolverlas al agua y a la vida. Una a una. Los mayores lo contemplaban indolentes al sol sin entender la actitud del niño. A lo sumo, apartaron las que les cayeron encima. Uno de ellos advirtió al niño de su empeño inútil. Pronto morirían y nunca conseguiría salvarlas a todas. Eso le dijo. El niño le contestó: ¿por qué no se lo pregunta a la última estrella que acabo de arrojar al mar? Y continuó salvando estrellas convencido de que los mayores no ven la franja verde en el horizonte.

Escribo esta columna a las 12 del día 12 de julio en apoyo de los hombres y mujeres que sí vemos la franja verde en el horizonte de los desahucios. Que somos conscientes de la constitucionalidad de un Decreto simbólico que salvaría de perder su vivienda a cientos de andaluces. Y que, a pesar de ello, ha sido recurrido indolentemente por el gobierno central obedeciendo a Merkel y a la Troika. Un Estado que no garantiza pan que comer y techo bajo el que dormir no merece llamarse social y democrático de Derecho. Y sólo merece llamarse hipócrita y servil al mismo partido que prefiere defender la Europa de los mercados a la Andalucía de las personas, mientras declara a Ibiza “isla libre de desahucios” o establece en Navarra una norma espejo a la que ha recurrido.

La norma andaluza es constitucional de los pies a la cabeza. Fue el mismo Tribunal Constitucional en 1987 quien sentenció sin matices que Andalucía es competente para regular la función social de la propiedad. Se pronunció sobre la Ley de Reforma Agraria de 1984.  Hace treinta años, a todos nos parecía una ley de mínimos. Hoy, un Decreto similar nos parece una propuesta revolucionaria de máximos. Sin embargo, los supuestos de una y otra norma son idénticos. La expropiación de uso de las fincas infrautilizadas equivale a la de viviendas que quedarían deshabitadas en caso de lanzamiento. Y la sanción de fincas yermas equivale a la de viviendas vacías. El Tribunal Constitucional desmontó entonces una a una todas las alegaciones del mismo partido que hoy recurre el Decreto. No dudo de la profesionalidad e independencia de los miembros del Tribunal. Como tampoco dudo de que actuarán en conciencia. Y que a fecha de hoy, su conciencia es mayoritariamente conservadora.

Ayer se tenía previsto el lanzamiento de la familia de Carolina en Málaga. Sólo la petición de justicia gratuita consiguió paralizar el proceso de desahucio. Ella se aferraba a la franja verde de esperanza del decreto andaluz. Hoy su estrella permanece en la arena porque una maquinaria insensible ha suspendido la eficacia de la norma. Los Estados son fríos como el hielo porque carecen de corazón. Y con la misma frialdad juzgarán la norma andaluza. La sentencia será histórica. Porque al Tribunal sólo puede utilizar una ley para tumbarla, el Tratado de Lisboa, y considerarlo superior a la propia Constitución marcando las nuevas reglas del juego, confirmando que el Estado español carece de soberanía y que Europa no va a tolerar que territorios infraestatales demuestren tener más autonomía que el gobierno que controlan.

El art. 2.3 del Tratado de Lisboa define Europa como “una economía social de mercado altamente competitiva”. Y sólo después reconoce que “la Unión  combatirá la exclusión social y la discriminación y fomentará la justicia y la protección sociales”. De manera que un Tratado Internacional ha derogado la naturaleza “social y democrática de Derecho” del Estado, por un alegato capitalista neoliberal que antepone los balances contables a los latidos del corazón.

Cuando nació mi primer hijo le compuse un nana para enseñarle a contar. Un juego musical que demuestra que los números y los sentimientos son compatibles. Ahora se la canto a mis dos hijos y dice así: “Duérmete mi amor. Quédate dormido en mi pecho. Y a cada latido yo te iluminaré una estrella en el cielo. Cuenta con los dedos. Uno, dos y tres”. No sé cuántas estrellas enciendo cada noche. Son pocas. Como las estrellas de mar que salvaba el niño de la playa. Pero mis hijos se duermen en paz porque saben que despertarán mañana. Hoy la que duerme es una ley andaluza, sin duda insuficiente, pero justa y constitucional. Y con ella se han apagado cientos de latidos y estrellas. Sólo pido a los que vemos la franja verde sobre el mar y cantamos nanas a nuestros hijos que sigan creyendo y luchando para que vuelva a amanecer.  Porque seguro que amanecerá. Si así lo exigimos.

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