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Europa contra Andalucía

Antonio Manuel Rodríguez

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Europa es un Estado sin nación y Andalucía una nación sin Estado. En medio, España. Una metonimia política. Una parte que designa al todo. Un Estado compuesto de varias naciones siendo España una de ellas. Esta anomalía sólo ocurre con España en toda la Unión Europea. La mayoría de los Estados miembros no son plurinacionales, sino naciones-Estado, Estados-nación o Estados sin alma. Algunos del tamaño de Chipre o Luxemburgo. Pero entre los que sí son incuestionablemente Estados plurinacionales (Alemania, Italia, Bélgica o Gran Bretaña), sólo en España convive un nacionalismo excluyente que se arroga el todo para negar la diversidad de las partes. Incluso durante la guerra civil, sus partidarios fascistas se autodenominaron “nacionales” negando esta condición a los republicanos. En verdad, debieron llamarse “nacionalistas”. Españoles, por supuesto, católicos y castellano parlantes.

Europa es un péndulo que se mueve hacia una república federable o hacia su deconstrucción en naciones o Estados. Las dos posibilidades son infinitamente mejores que la ameba política actual. Y en ambos casos, con Alemania sujetando el hilo. Los primeros intentos de federación política se asentaron sobre el concepto perverso de Estado-nación. Las “democracias cristianas” (así se llaman sus formaciones políticas sin que nadie se tire de los pelos), con Aznar a la cabeza, impusieron la tradición católico-protestante como el elemento definitorio del nacionalismo europeo. A ella unieron el elemento “judío”,  convenientemente sugerido por la religión del dinero (la verdadera confesión de Europa) y consentida por el sentimiento de culpabilidad alemán. Esta maniobra excluye a Turquía de la UE, convierte al Vaticano e Israel en miembros de honor, e incentiva la discriminación social hacia inmigrantes y musulmanes de segunda generación como material humano desechable.

Pero Alemania sabe que este nacionalismo europeo no se basta por sí solo para ser el magma de una federación política. Y a los lazos racistas e integristas, con la complicidad de la Troika, ha añadido los económicos. Las deudas atan más que el amor. Y entre todos han generado una compleja y creciente red de dependencias financieras con Estados formalmente soberanos pero carentes de autonomía política: Grecia, Portugal, Irlanda, Chipre...  En este juego, ningún Estado debe salirse del guion, procurando el mayor grado de austeridad y centralismo en su calidad de avalistas finales de la deuda. Este discurso encaja a la perfección con las políticas ultraliberales y nacionalcatólicas de la derecha en Madrid. De ahí que Merkel se deshaga en elogios hacia los siervos que favorecen sus intereses y cuestione con dureza a los díscolos que la ponen en evidencia. Como Andalucía.

El proyecto de ley sobre la función social de la vivienda es tan constitucional como insuficiente. La derecha sabe lo primero y el gobierno andaluz lo segundo. Por eso la derecha no recurrió en su momento la norma (se abstuvo en el parlamento) y el gobierno andaluz no cruzó la frontera para evitar el recurso. Unos y otros son conscientes de su eficacia simbólica en relación a la magnitud del problema. Y si es así, ¿de verdad se pone en riesgo la estabilidad bancaria europea?  Claro que no. ¿Por qué van a ser más peligrosas las medidas andaluzas cuando son idénticas o menores a las de otros Estados de la UE? Lo que pone en riesgo el ejercicio de nuestra autonomía es este modelo europeo de dependencia política absoluta entre los Estados deudores y la Alemania acreedora. Desnuda las miserias de una construcción federal sobre un nacionalismo europeo inexistente. Y abre la puerta hacia un nuevo marco de diálogo que reconocería también a las naciones como sujetos políticos federables. De ahí el interés de Escocia y Cataluña en izar su derecho a decidir como bandera de su soberanía y autonomía políticas.

Andalucía debe actuar por sí y alejarse como la peste de este nacionalismo europeo. No es su guerra. Aunque haya puesto en vergüenzas al general disparándole con un tirachinas.

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