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Pepe Murcia

Pepe Murcia.

Paco Merino

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Estuvo sólo trece partidos al frente del Córdoba grande: ocho de Liga y cinco de Copa del Rey. Desde finales de noviembre de 2001 hasta los estertores de enero de 2002. Un invierno del que va a hacer ahora quince años. Un periodo corto pero turbulento y delirante, cuyo impacto emocional aún perdura en una generación de cordobesistas de mediana edad para quienes la irrupción de este joven canterano -de pura sangre- en el Córdoba post-infierno de Segunda B resulta inolvidable.

De Pepe Murcia nos hemos acordado todos este año porque le dio un infarto en Finlandia, donde anda la mar de entretenido ascendiendo a la segunda división a un club modesto llamado Inter Legirus. Ya está bien. Le operaron y salió adelante. El león del Alcázar Viejo seguirá rugiendo en la jungla del fútbol. Ya sea en Rumanía, en Bulgaria o en Helsinki, la capital del país del Noroeste de Europa en el que se ha empeñado en dejar su impronta. Que nadie le olvide, que lo que hizo quede grabado. Cuando Finlandia ganó en 2006 el festival de Eurovisión con un grupo de hard rock llamado Lordi -sus componentes iban disfrazados de monstruos y demonios, aún hay niños con pesadillas-, Pepe estaba reparando las averías que había dejado el argentino Carlos Bianchi en el Atlético de Madrid. Ahora, una década después, trabaja a miles de kilómetros de su casa y no pierde de vista lo que sucede en el Calderón, donde aún queda uno de los suyos -Fernando Torres, un ídolo juvenil para aquellos tiempos duros-, y en El Arcángel, algo más que su hogar.

El cordobesismo se acuerda de él cada vez que llega la Copa del Rey y se cruza en el camino un equipo de superior categoría. Y todos vuelven a hablar de aquel Córdoba de Pepe Murcia, repleto de canteranos, que echó del torneo a un Mallorca que por entonces jugaba la Champions League y que tenía como líder en el campo al camerunés Samuel Eto'o. En los octavos de final de la Copa 2002, el Córdoba le ganó contra pronóstico al cuadro balear en El Arcángel (2-1) y viajó a Son Moix con una tibia esperanza. Una portentosa actuación del guardameta Leiva y un gol de Álvaro Cámara, uno de esos one hit wonder del fútbol, llevaron al cordobesismo al éxtasis. Hubo recibimiento masivo en la estación, con la alcaldesa Rosa Aguilar al frente, y el personal se volvió loquísimo. Más que nada porque después de décadas siendo un perfecto club intrascendente, el Córdoba fue alguien importante.

Eso disparó las endorfinas a todo el mundo, pero sobre todo al presidente: Rafael Gómez Sánchez. Cuando el sorteo de cuartos deparó como rival al Figueres, de Segunda B, hubo quien se abonó a la ensoñación viendo un pase a los cuartos y hasta más allá. Pero no. El Figueras ganó en El Arcángel (0-2), el Córdoba no pudo remontar (0-0) y a Pepe Murcia lo acabaron poniendo en la calle en contra del sentir popular y de sus jugadores. Sandokán se trajo a un técnico de pedigrí -el ex madridista Mariano García Remón-, que fue el cuarto en un asiento que antes habían ocupado Verdugo -lo echaron en la jornada dos- y Crispi. Ésa es la historia. Murcia se fue y ya no volvió más.

Ahora el Córdoba está en los octavos de final de la Copa y le ha caído el Alcorcón. “Acordáos del Figueras”, dicen los veteranos como advertencia. Y casi nadie sabe de qué están hablando. Porque no fue ése el recuerdo que dejó Pepe Murcia. Su última imagen en El Arcángel fue la de una rotunda victoria por 3-1 contra el Levante. Los granotas se fueron al descanso con ventaja por 0-1. En el palco había miradas cómplices. Ya estaba todo decidido: a Pepe Murcia lo iban a despedir. Estaba sentenciado, pasara lo que pasara. Quienes estuvieron dentro del vestuario en el descanso de aquel partido ese frío 20 de enero no olvidarán lo que sucedió. Los espectadores, tampoco. Soria, Whelliton y Alfonso sellaron una memorable remontada en cuarenta y cinco minutos excitantes, que emocionaron a todos. En cada gol, los futbolistas corrían como locos hacia el banquillo para fundirse en un abrazo con Pepe Murcia, el míster.

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