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Cuando no éramos nadie

Un Córdoba de finales de los 80, en los años de Segunda B.

Paco Merino

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Igual subimos otra vez a Primera División dentro de unos meses. Aunque sea de aquella manera. Agarrando con agonía la séptima plaza en la última jornada para meternos en el play off y con un gol en el alargue de un partido suspendido por invasión de campo. Fichando a coste cero. Qué más da. Los milagros no se ensayan ni se compran. A uno se le puede aparecer la virgen sin que la haya llamado. El Córdoba ha cambiado de entrenador y ha ganado dos partidos seguidos. Uno en Copa al Málaga y otro en Liga al Reus. Suficiente para que el cordobesismo se excite y piense en que le puede caer una de esas alegrías contra pronóstico y lógica que salpican la turbulenta historia del club.

Al Córdoba se le da mal eso de hacer planes. Prefiere ir a lo que surja, siguiendo el camino raro, siempre con tendencia al drama y con brotes autodestructivos que nunca van a mayores pero se quedan cerca. El cordobesismo se tortura por lo que debería pasar y no pasa. Su historia es una cadena de temporadas irrelevantes en el plano nacional que se salvan por las explosiones emocionales -siempre excesivas, como es natural- provocadas por los títulos de los pobres: ascensos y salvaciones. La indignación nos mantiene vivos.

El Córdoba ha estado un solo año en Primera División en las últimas cuatro décadas y fue para hacer un ridículo espantoso. No obstante, se ha empeñado en volver. Lo hace como candidato camuflado. Vendió este verano a sus futbolistas más cotizados, montó un plantel apañadito a base de descartes y acaba de echar a un entrenador de nombre -Oltra, con un par de ascensos a la élite en su currículum- para colocar a Carrión, un hombre de la casa que al llegar solo tenía en el expediente un partido dirigido en Segunda: perdió con el Córdoba por 3-0 en Los Pajaritos ante el Numancia en 2013. ¿Y eso qué quiere decir? Pues nada. El Córdoba puede sobrevivir a todo. Incluso a sí mismo. Porque es un grande.

Lo dijo el otro día Carlos González, el presidente y dueño del Córdoba CF, en una televisión local. “El Córdoba es un grande y el objetivo que tiene es el de los grandes: ascender”, explicó. Lo que pudo sonar como una soflama para el cordobesismo se pervirtió de mala manera. Si alguien sigue sin explicarse cómo es posible que este señor no tenga un busto en algún lugar de la ciudad, que le eche un vistazo al programa. Recordó que antes de 2012, el Córdoba estuvo cuarenta años sin pasar del décimo puesto en Segunda. Es verdad. El equipo estuvo mucho tiempo en Segunda B y hasta en Tercera, categoría en la que el año pasado el filial se proclamó campeón. Así fue. Recordó la ruina económica heredada, el paso por la administración concursal y el superávit actual de un buen puñado de millones de euros. “De matrícula de honor”, fue la nota que puso a su gestión financiera. Tres play offs en cinco años. Un ascenso. En fin, una edad de oro. Nadie le aplaudió. Bueno, Sedano sí. Menos mal que González no ve las redes sociales, porque en las horas siguientes le pusieron fino. Entre otras cuestiones, por recordarnos que éramos una mierda.

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