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La generación que abandona su ciudad

Redacción Cordópolis

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Corre un día cualquiera y dos amigos, en una etapa limítrofe de su vida, se encuentran en la calle Cruz Conde.

Se refugian en un bajo de la lluvia y comienzan a charlar. Llevan meses sin verse, pese a haber mantenido una relación estrecha durante la Secundaria.

Ambos notan, en su conversación, que sienten el mismo vértigo. Están cursando un máster, el epílogo que da Bolonia a la vida estudiantil, en la Universidad de Córdoba. Ambos concluyen en lo mismo: pasado el período de prácticas obligatorias del máster, sin remunerar, esperan vegetar en casa de sus padres hasta que salga “algo”.

La ciudad lleva años muriéndose. Ahora hemos rebasado los 40.000 parados y llevamos ocho años perdiendo población. Se presentan por miles a las dos o tres decenas de plazas que el Ayuntamiento convoca de vez en cuando. Opositor es una ocupación que puede ser tan estable y de larga duración como el propio ejercicio de la función pública.

Cualquier joven de Córdoba nota, a los veintidós o veintitrés años, que su círculo social empieza a menguar. Hay gente que, afortunada, puede permitirse estudiar en Madrid ese epílogo que es el máster, esperando quedarse allí para siempre. Otros hacen directamente las maletas para trabajar en Madrid, Barcelona, Londres o Berlín. La sensación general es de hastío: cualquier oportunidad de irte fuera es un paño caliente frente a la gelidez del mercado laboral cordobés.

Cualquier oferta de empleo está masificada. Fundecor, que hace las veces de bolsa de empleo de la ciudad, convoca con cuenta gotas ofertas de prácticas académicas con ayudas al estudio que oscilan entre los 250 y los 350 euros por unos meses. Se presentan decenas de estudiantes, y son seleccionados uno o dos. Los afortunados disfrutarán de una breve experiencia laboral donde puede que incluso trabajen más de las cinco horas estipuladas bajo la esperanza de un futuro contrato.

“Pero oposita, no seas ingenuo” es la recomendación de nuestros mayores. Profesionales que pasan dificultades para sacar su negocio adelante o profesores de la universidad.

Padres y familiares preocupados y horrorizados de haber pagado una carrera para ir directamente a la precariedad. Es un consejo unánime y unívoco, reacción lógica ante el estado de la ciudad y de la provincia.

Un viernes por la tarde, los mismos chavales quedan para tomarse unas cañas en la Avenida del Aeropuerto. Uno piensa, nada más sentarse, como fueron quince hacía tres años, en una mesa larga y ruidosa. Hoy son cinco, más mayores. La vida va como siempre: uno ya ha hablado con un preparador de oposiciones para empezar nada más que termine el curso. En un par de años, quizás tres, espera obtener su plaza al grupo A2. Otro lleva semanas en tensas negociaciones con toda su familia, abuela y tíos incluidos, para obtener unos cuantos miles de euros que le permitan dar el salto a Madrid a estudiar un máster el curso que viene. Mientras, estudia inglés y va al gimnasio, mientras busca un trabajo de camarero. El año que viene habrá que verse por Skype dice otro, con una broma que trata de hacer menos dolorosa la realidad: que esta ciudad ya no ofrece oportunidades a nadie.

Francisco León Báez, estudiante del máster de abogacía en la Universidad de Córdoba

Twitter: gaelico_legio

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