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Privilegios económicos de la Iglesia Católica

Redacción Cordópolis

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Hablar de la economía de un Estado europeo moderno debería ser en gran parte hablar de transparencia, especialmente si nos referimos a la cuentas públicas. Que un sujeto reciba dinero público, realice operaciones empresariales y no tribute por ellas, y además lleve unas cuentas desconocidas, parece una ficción. Pero no lo es. Así es la economía de la Iglesia Católica. Su economía. Cabe decir “su economía”, como separada del resto. Las cuentas de la Iglesia están separadas del resto en atención a sus privilegios. Esos privilegios económicos son tres.

En primer lugar, recibe dinero de las arcas públicas anualmente, con la asignación de la conocida casilla del Impuesto sobre la Renta. Esto, ya supone un trato de favor diferenciado a una comunidad religiosa concreta, contrario a la Constitución. Vulnera tanto el principio de igualdad religiosa como los principios del sistema tributario español señalados por la Constitución: universalidad, capacidad económica e igualdad. Además obtienen beneficios por diversas explotaciones económicas, como las visitas a Catedrales o la Mezquita de Córdoba. Esto se une con el segundo privilegio, que no pagan impuestos. Gracias a la Ley de Mecenazgo la Iglesia tiene un régimen tributario mucho más beneficioso. Tributos rebajados de unas explotaciones ya de por sí subvencionadas, o mantenidas con dinero público. En tercer lugar, y para cerrar el círculo, sus cuentas son secretas. Un empresario debe depositar sus cuentas en el Registro Mercantil, e idéntico régimen se aplica a fundaciones u ongs. Pero no a la Iglesia, que no está obligada a depositar sus cuentas en ningún Registro Público.

Esto ha sido siempre así, por ser la Iglesia. Pero,

¿qué justificación es esa? Es la justificación dada por la jerarquía eclesiástica. Esta trinidad de privilegios constituye un auténtico dogma.

Dicen tener ese régimen por dedicarse, por dedicar esas cuentas, a la caridad y a acciones sociales. Pero, ¿cómo se sabe eso?

No hay comprobación posible. Cuando recibe dinero público o lo gana empresarialmente, la Iglesia puede decir que lo destina a la caridad o a la asistencia social. Si no lo dijese, el dinero “iría a la Iglesia”, que se dedica de nuevo a esos fines. Es un círculo vicioso. Sencillamente, no existe la transparencia que permita afirmar con seguridad que la Iglesia se dedica a eso. Sin esa transparencia, decir que la Iglesia se dedica a la caridad es una cuestión de fe.

Que obtenga beneficios no permite poner en entredicho su labor, siempre que los dedique efectivamente a ella. Los beneficios, en el sentido de ventajas o ganancias para sus miembros o jerarquía, son los que impiden que se considere que ésta actúa sin fin lucrativo. Y esto sólo puede aclararse con la publicidad en las cuentas. Lo que resulta inaceptable es que reciba dinero público y obtenga beneficios empresariales y no tribute por ellos, y a cambio sus cuentas sean secretas. Muy al contrario, debería suponer un nivel ampliado de transparencia, superior al común.

Claudio Rodríguez Vera

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