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La disciplina de la tierra

Juan José Fernández Palomo

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Escuché a la veterinaria con su acento de la tierra decir que no había que ir a buscarlas después del incendio del establo.

Que volverían.

Y volvieron, no todas, pero regresaron al establo destartalado cuatro yeguas con llagas en el belfo y en los costados.

Y la veterinaria, que es científica y cree en Dios, acertó también en que volverían los cerdos supervivientes a su zahúrda y las cabras al corral y los hombres y las mujeres al bosque.

E insistió: no los busquéis, volverán.

Y los hombres y mujeres de buena voluntad siguieron ordeñando a las vacas y sacrificando a los terneros que habían vuelto cuando el infierno cesó su ira.

La disciplina de la tierra hizo que en el bosque volviera a brotar el brezo, los helechos, los abetos, los pinos, los abedules repoblados…

Salieron níscalos, champiñones silvestres sin almohada, alguna flor…

Quiso un Dios biólogo o bromatólogo o veterinario que se hiciera la lluvia y llovió; pero la ira de Dios es la ira de los hombres que, en su delirio, inventaron a Dios para que Dios les mandase “comeos los unos a los otros sin masticaros siquiera. Sois el infierno que queréis ser”.

Mientras, la tierra, disciplinada, se sacudió las cenizas y volvió a parir frutos sin preguntar y sin ir al juzgado ni como testigo, ni como imputada. Ni siquiera como sospechosa.

Libre. Y sin pasaporte que retirarle.

Pero la vida no va así.

Desgraciadamente no va así.

https://youtu.be/cxcv8_0JEkc

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