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Las frigorías y la nada

Juan José Fernández Palomo

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Me sé algún soneto de Shakespeare de memoria y algún verso de Hamlet o de Macbeth (Full of scorpions is my mind) . Estudié, de un modo un poco casual, bien es cierto, para ello.

Leo a Emily Dickinson en versión original y acabo de comprarme una poesía reunida del doctor William Carlos Williams en edición bilingüe, lo cual está muy bien porque entiendo algunos matices que pueden perderse en el vuelo de las traducciones.

Tengo muchos libros de Joseph Conrad, el mejor escritor en inglés que era polaco.

Nada de esto sirve cuando se te rompe el aire acondicionado en plena ola de calor.

Ni leer Nostromo o Heart of the darkness en su lengua o saberse de memoria “Era sólo para decirte que me comí las ciruelas que estaban en el frigorífico…”

(I have eatenthe plumsthat were inthe iceboxand whichyou were probablysavingfor breakfastForgive methey were deliciousso sweetand so cold

)

Nada de eso sirve.

Las empresas frigoristas a las que llamo están saturadas y no me aseguran venir a casa. Gracias a un contacto del bar del barrio (única red social en la que creo) consigo el teléfono de un operario del sector. Viene, arregla el trasto en diez minutos y me cobra una pasta.

Soy un mierda. No sé nada de las cosas que importan.

Mi padre dijo una vez de mí: “es mi hijo el mayor; es gilipollas, pero sabe inglés”. Mi padre era un sabio.

Releo los libros de la estantería, recuerdo el dinero que se gastaron mi padre y el ministerio para pagar mi carrera… No entiendo nada.

Ahora bien, estoy muy fresquito.

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