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Religión (es)

Juan José Fernández Palomo

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El Papa Francesco se postra genuflexo ante una pequeña muñeca que representa a la Virgen de Fátima y reza en silencio. Es posible que Bergoglio se acuerde de su madre, allá en la Argentina, en el pasado, esa cosa inasible.

Miles de personas ven a ese anciano vestido de blanco con los ojos cerrados delante de un ídolo y piensan en todas las madres del mundo y en las suyas mismas que son una al fin.

Fátima, la favorita, la bisabuela de los nietos de Mahoma, la que desteta, la que da nombre al cordero, la de su mano en las puertas… Fátima la madre.

La nueva teología explica que existe un evangelio mariano, femenino, más confortable, más accesible, maternal, protector frente a un evangelio masculino más agresivo representado por los discursos populistas de Jesús de Nazaret o Mahoma y sus exégetas.

Será verdad. Yo no voy a discutirlo. Es confort. Es huir el conflicto. Es natural. Es política.

En la Grecia clásica las madres-diosas se arrancaban las tetas y los ojos al primer berrinche; en el mundo contemporáneo nadie se arranca nada pero los hijos pierden madres y las madres hijos cada día.

El orbe cristiano mira a Portugal para celebrar que tres pastorcillos estaban peor que sus cabras y que en la Cova de Iria se les apareció un ectoplasma que les contaba secretos a los que quiere acceder Donald Trump para conocer mundo.

Julian Assange es otro pastorcillo beatificado por unos, demonizado por otros.

Ah, amado Cristiano Ronaldo, el de los abdominales de barro y los pies de Nike, tu adversario no es Messi: es la Virgen de Fátima, verdadero Balón de Oro.

Tu madre.

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