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Día a día son todos los días (I)

Juan José Fernández Palomo

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En el barrio vive un señor que hace las cosas normales de la gente del barrio: sale a comprar a la frutería, saluda a los convecinos, compra el pan, sube a casa, vuelve a bajar, echa una partidita de dominó, se toma un par de cañas, se va comer.

Luego, después de la

siesta, bajará la basura, se tomará un tinto, verá un rato el partido en el bar (si lo ponen), charlará con los parroquianos y volverá a casa.

Lo normal.

Es un hombre más bien flaco, de edad incierta, aunque por sus costumbres parece estar jubilado.

Toda esa rutina la realiza con un casco en la cabeza, desde por la mañana en la frutería hasta por la noche en el bar. Siempre lleva un casco de moto de color rojo oscuro, no integral de colorines y de marca, sino de esos que hoy definiríamos como “vintage”. Como si hubiese aparcado la Bultaco junto a la acera.

Pero no. Nunca ha tenido moto ni bicicleta. Sólo el casco.

Cuando compra tomates para el gazpacho lleva el casco, cuando pide una telera lo hace con el casco, cuando cierra la partida de un fichazo con un 3-4, cuando apura la copa… siempre lleva el casco, en invierno y en verano, llueva o hiele, bajo el sol.

Así lleva más de veinte años. Desde que le diagnosticaron narcolepsia.

Lo normal.

Es un hombre tan afable como precavido. No quiere que un mal sueño lo descalabre.

No quiere que una mala hostia a destiempo le rompa la crisma o su rutina.

Es un ejemplo.

Un héroe, según mi humilde punto de vista.

Cotidiano.

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