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Dios

Juan José Fernández Palomo

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Una amiga me dice que, el otro día, se encontró con Dios en el paseo de caballos de El Arenal y se hizo un selfie con Él. Desgraciadamente, después, en el servicio de la caseta Salmonete y Rinconcillo (o algo así), el móvil se le cayó al inodoro y se le borró la tarjeta SIM. Yo creo en mi amiga, como ella cree en Dios y en su Sansumg Galaxy; así que no voy a desdecirla.

Es verdad que los auténticos creyentes solamente creemos en dos dioses: Maradona y Pink Floyd. Nuestro panteísmo es cortito. Para qué más.

Lo que aquí entendemos por “dios” es un invento nuestro, de la raza humana, de la especie humana. Asimilable, así, a internet o a la llave inglesa. Si utilizas internet para joder al personal o si usas la llave inglesa para abrirle la cabeza a alguien en vez de para arreglar un grifo, estarás usando el nombre de tu dios en vano. Y eso es un pecado fatal, mortal. Deberías de saberlo: está en tu educación.

Mientras, la mariposa monarca emigra todos los inviernos desde Alaska hasta la Patagonia. 5000 kilómetros de norte a sur. Y, luego, hacia el norte, unas cuatro generaciones después, desde la Patagonia a Alaska. Y la mariposa no sabe quién es dios ni Maradona ni Roger Waters, solamente hace lo que hace. Natural.

Maradona le puso cara de gilipollas a todo el Imperio Británico metiéndole un gol con la mano a Inglaterra en el Estadio Azteca (un templo). Jamás ha perdido perdón por eso. Pynk Floyd sacaban cerdos volando en sus conciertos y pusieron a un perro a cantar en el coliseo de Pompeya y tampoco han perdido perdón por esas ocurrencias dionisiacas.

Obama estuvo el otro día en Hiroshima y tampoco pidió perdón por nada. Y eso está muy mal; porque Obama no es más que un simple hombre mortal. Los hombres perdonan y piden perdón; los dioses, no.

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