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Síndrome de la Estrella del Sheriff

Miguel Ángel Luque

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Me están llegando en los últimos tiempos numerosas referencias sobre cambios que se producen en organizaciones en el ámbito de los Recursos Humanos, donde el foco se pone en las sustituciones, relevos, de directivos y mandos intermedios.

En todo cambio de puesto, especialmente en lo que a directivos se refiere, hay un ganador y un perdedor. El ganador es el directivo promocionado, el perdedor el directivo sustituido. Respecto a este último puede en ocasiones plantearse una opción algo más “honrosa”: la amortización del puesto de trabajo, en el que la empresa decide que la función desempeñada por el individuo no contribuye según el nivel de expectativa inicial ó,  las circunstancias y coyunturas externas cambian de tal manera, que el puesto se hace irrelevante. Puede también darse la opción de cambios horizontales dentro de la empresa, por ejemplo, el directivo responsable de las compras pasa a Marketing, y el de Marketing a Innovación.

En cualquiera de los casos, la persona entra en una situación emocional difícil de gestionar, provocada o bien por esa pérdida de poder o bien por el ejercicio de esa nueva faceta hasta ahora desconocida por ella.  Y uno de los aspectos que determinará su futuro a corto plazo en este nuevo camino será el liderazgo ejercido en la etapa que deja atrás. Si éste ha estado centrado en una actitud y vocación de servicio, orientación a extraer el máximo talento de sus colaboradores, establecimiento de un rumbo claro, creación de consenso y participación, obtención de resultados dentro de un equipo motivado, competente y confiado, resolución de conflictos tratados de una manera madura y justa, el futuro puede contemplarse de una manera muy  positiva, los colaboradores así lo reconocerán  y así lo transmitirán al resto de la Organización.

Pero si el liderazgo ejercido ha sido de corte autoritario dominante, donde la imposición de jerarquía era la única forma de consenso y toma de decisiones, donde el respeto hacia los empleados directos flaqueaba constantemente, cuando la comunicación era parcial e interesada, cuando no se defendía con coraje la actuación de los empleados ante situaciones hostiles internas, etc, en este momento se produce lo que he bautizado como el Síndrome de la Estrella del Sheriff, comparándolo con el hecho que acontecía en las películas del Oeste, cuando el Sheriff del lugar renunciaba a su puesto y le era arrebatada la estrella que lucía en su pecho. A partir de ese momento, el estatus del garante de la ley en el lejano Oeste cambiaba, y pasaba a ser “un ciudadano más”. Pues bien el ex-líder tóxico  también pierde esa “estrella” y en ese momento su inmunidad de resiente, y se topa con la cruda y dura realidad: a los que antes mandaba de forma coercitiva, no contestan a sus llamadas, sus emails, ... en reuniones posteriores se enfrentan sin temor a él, sus chistes ya no son tan graciosos, al igual que sus ideas tampoco son tan brillantes, los contactos interesados que tenía tanto a nivel interno como externo se hacen más débiles (tampoco le interesa a ellos, ¡perdió el estatus!), ya no tiene los asistentes a los que mandarles el trabajo sucio y con los compañeros que está ahora no puede contar con ellos básicamente porque no sabe como tratarlos desde un punto de vista de igual a igual...

Los verdaderos líderes no necesitan mostrar la estrella de sheriff, porque no es un cargo lo que le confiere ese estatus, sino su comportamiento y la coherencia de éste con su discurso. Los verdaderos líderes tienen la estrella tatuada en su cabeza y en el corazón. BE TIM.

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