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Misterios de piscina y colchoneta

Elena Lázaro

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Las mañanas en la piscina de la urbanización son letalmente aburridas y tan previsibles que resulta imposible hacer memoria y distinguir un día de otro. Sobra tiempo para recorrer con la mirada las siete sombrillas de madera y cañizo distribuidas alrededor del agua. Hay además otras dos colocadas en segunda línea, justo en el camino que lleva al baño. Son las menos cotizadas, claro. El oasis de palmeras cercano a la piscina pequeña y la sombra del olmo de la puerta lateral son propiedad de la pandilla del policía local y la maestra y de la familia y amigos del presidente de la comunidad, respectivamente.

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Los personajes y el atrezzo de toallas, hamacas y colchonetas desfilan monótonamente  a partir de las once de la mañana, dos horas después de que salga del agua la vecina del portal 5 tras haber nadado sus 17 minutos de rigor. Le gusta hacerlo antes de la invasión de flotadores de mediodía. Luego resulta verdaderamente incómodo ir apartando criaturas a cada brazada.

Cuando cada cual ocupa su espacio, la escena parece un mandala en el que fuera posible perderse hasta tener algún tipo de revelación mística. Las chicharras ponen la banda sonora y la frase “cierra la boca que te vas a beber media piscina” se convierte en el mantra que permite la abstracción definitiva. Desde el fondo del recinto, detrás de las sombrillas de la senda del baño es posible verlo y escucharlo todo. Sólo hay que prestar la suficiente atención. Lástima que ayer nadie ocupara ese lugar. Si algún vecino lo hubiera hecho quizás podría resolver el misterio planteado esta mañana cuando se ha deshecho el mandala y roto la atmósfera de rutina y tedio. Han desaparecido dos sillas y nadie sabe dónde están.

La madre y la abuela marroquíes del bajo izquierda se olvidaron de ellas anoche y las dejaron instaladas en la primera sombrilla, la que está colocada a la derecha de la puerta principal. El funcionario jubilado da fe de que a las 21:45 seguían allí. Diez minutos después salió otra vecina, que también las sitúa en el lugar y recuerda que a esas horas quedaban en el recinto la pandilla de las palmeras y el grupo de niñas adolescentes que juega a las cartas cerca del baño. Dos de ellas son inmediatamente interrogadas por sus madres. Afirman haber visto las dos sillas, pero no haberlas tocado. Entonces, desde el agua, el policía local recuerda que el último en salir fue el vecino loco. La maestra le reprende con la mirada y le recuerda que ese chico es esquizofrénico y que la enfermedad mental no es sinónimo de criminalidad.

A la primera vecina, la que ha implicado a las adolescentes en el misterio, se le ocurre que quizás alguna de las familias sudamericanas que pasan las tardes en el descampado junto a la urbanización haya necesitado alguna silla extra, que no dice ella que sea un robo, que a lo mejor las devuelven. La maestra, en cambio, recuerda que el chico nuevo de mantenimiento es el primero en llegar a la piscina y no sabemos de qué pie puede cojear. El policía local le recuerda que ser joven y atractivo y no querer tontear con una maestra cuarentona no te convierte en ladrón. Esto último se lo ha dicho bajito al oído.

La mujer del jubilado, que sigue en activo con su oficio de ama de casa, menciona a la nadadora del portal 5 e informa a las víctimas de que esa señora vive resentida desde que perdiera las elecciones a presidenta de la comunidad y que sabe de buena tinta que se va este fin de semana a la playa donde le vendrían muy bien dos sillas como las suyas.

Una de las adolescentes, nieta del presidente, interrumpe la conversación. Acaba de recordar que anoche bajó a la piscina el hijo del dueño de la cafetería de la esquina, aquel que le pidió salir a principios de verano y que ella dejó porque era un aprovechado y sólo quería lo que quería y es un facha que odia a lo moros, perdón a los musulmanes, perdón a los árabes.

La abuela enumera mentalmente la lista de sospechosos:

Un esquizofrénico

El jardinero

Una familia ecuatoriana

Una vecina que prefiere la soledad a esta panda de cotillas

El exnovio de una adolescente despechada

La conversación continúa y cada uno de los testigos repite una vez tras otra sus argumentos sin añadir nada nuevo.

El loco no sabe lo que hace, el jardinero es un prenda, los extranjeros sólo vienen a robarnos, la resentida no sabe vivir en comunidad, el facha sólo quería mis tetas, perdón tus sillas / El loco no sabe lo que hace, el jardinero es un prenda, los extranjeros sólo vienen a robarnos, la resentida no sabe vivir en comunidad, el facha sólo quería mis tetas, perdón tus sillas / El loco no sabe lo que hace, el jardinero es un prenda, los extranjeros sólo vienen a robarnos, la resentida no sabe vivir en comunidad, el facha sólo quería mis tetas, perdón tus sillas / El loco no sabe lo que hace, el jardinero es un prenda, los extranjeros sólo vienen a robarnos, la resentida no sabe vivir en comunidad, el facha sólo quería mis tetas, perdón tus sillas...

Las siete sombrillas hacen girar sus sombras, el agua de la piscina es un mosaico de figuras geométricas producto del reflejo del sol, el juego de colores de hamacas y flotadores termina de componer la imagen. La abuela ha entrado en trance: el loco,el jardinero, los extranjeros,la resentida,el facha, las sombrillas, el agua, el sol... La revelación: las sillas desaparecidas están en el trastero. Olvidé haberlas recogido al volver del cine.

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