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Mafalda se va de botellón

Elena Lázaro

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Hay dos tiras de Mafalda que adoro especialmente. La primera empieza con su madre en la cocina terminando de preparar la sopa; continúa con la imagen del padre lavándole las manos a Guille y termina con Mafalda sentada a la mesa y un cordón de seguridad alrededor de su cubierto mientras le dice a su madre: “Sopa ¿verdad? De la frontera ideológica para allá, por favor”. En la segunda, Mafalda está sentada delante del plato de sopa mientras desde fuera de la viñeta su madre le advierte que si no la toma, no habrá postre. La niña responde a gritos: “No la tomo y no la tomo. Y yo sería una repugnante si hubiera algún soborno capaz de hacerme desertar de mis principios, traicionar mis creencias y vender mis convicciones”. Su madre responde con una sola palabra: “Panqueques”. Mafalda empieza a comer mientras piensa: “qué asco me doy a veces”.

El jueves camino de la oficina escuché a un mafaldo en la radio. No sé qué edad tendría, pero fue presentado por la locutora como uno de los miles de jóvenes que acudieron en masa a un botellón junto al río el miércoles de Feria en Córdoba. Un evento que dejó toneladas de basura en la calle, a unos cuantos metros de una zona declarada Monumento Natural conocida como los Sotos de la Albolafia. El joven usó el micrófono para reivindicar su “derecho al botellón”, erigiéndose en portavoz de la muchachada y argumentando que ésta es injustamente discriminada en las casetas a las que teóricamente no se les permite el acceso por ser menores de edad. Y tan a gusto se quedó después de la parrafada. Se le olvidó, claro, matizar que lo que se les prohíbe es el consumo de alcohol sencillamente porque es ilegal beber con menos de 18 años. Tampoco aclaró por qué razón o con qué intención el activismo botellista deja su basura expuesta para la vergüenza de toda una ciudad. Se me ocurrió pensar que quizás sea una forma de reclamar el derecho de las botellas y bolsas de plástico a compartir el planeta con nosotros.

Me gustan especialmente las escenas citadas porque presentan al personaje en estado puro. Mafalda es una activista, inteligente y mordaz en sus críticas y honesta en su denuncia de la injusticia, pero, sobre todo, Mafalda es una niña y por muy bien que argumente contra el caldo de gallina acaba siempre comiéndose la sopa porque, a pesar de ser una demócrata de pro, acepta el principio de autoridad.

El jueves eché en falta la respuesta de la madre de Mafalda. Alguien que atravesara su frontera ideológica y le plantara el plato de sopa a aquel crío, haciéndole ver que su falta de civismo da asco.

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