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Las mujeres maravilla

Elena Lázaro

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Wonderwoman se casó con un canijo y dio tantas ostias que muchas mujeres de los 60 vieron en ella una metáfora de la lucha feminista. El personaje de la factoría DC Cómics, la misma que había ideado al buenazo de Superman y al enigmático Batman, era un símbolo del poder femenino. Y eso gustó a las nuevas corrientes feministas, que obviaron su escote y su evidente sexappeal. ¿Cuántos adolescentes se encerrarían con ella en el baño?

Jean Grey, más conocida como Fénix, fue imaginada como una mutante con superpoderes mentales. Nadie la eligió como bandera de ninguna reivindicación y acabó convertida en una villana, por suerte de una especie de posesión místicocerebral.

No es que pretenda una juzgar a los fans de los cómics, a esa legión de incondicionales capaz de reconstruir las biografías de los personajes de las viñetas hasta un nivel de detalle inimaginable para un personaje histórico real, pero un poco preocupada me quedé con el asunto de que el feminismo original del que muchas descendemos prefiriese la fuerza física de la Mujer Maravilla a la capacidad mental de Fénix. Luego pensé que era precisamente por eso, por el hecho de que Jean Grey no tenía una gran capacidad intelectual, sino una poderosa mente capaz de controlar a sus enemigos.

Entonces imaginé a las seguidoras de Beauvoir aclarándome que no es lo mismo la mente que el cerebro y que lo de ser controladoras y manipuladoras es sólo un cliché machista de quienes pretenden negar la inteligencia femenina disfrazándola como un hipotético superpoder de control que convierte a las mujeres es castradoras de los sueños de libertad de hombre.

Con esas dudas en mi mente, perdón, en mi cerebro, me presenté a mitad de la semana más feminista del año a arbitrar un combate entre Wonderwoman y Jean Grey. La primera, convertida en catedrática de Biología Celular, me explicó que la bandera del feminismo tenía lo que fisiológicamente se entiende como “normopeso”, el índice adecuado de masa corporal, calculado sobre su peso y altura, y que era más que probable que fuese producto de una genética extraordinaria y un adecuado estilo de vida saludable. La segunda, que mutó aquella tarde en doctora en Psicología, me aclaró que las mujeres ni aprendemos ni nos emocionamos de la misma manera que los hombres y que es posible alcanzar el superpoder de Fénix a base de empatía, poniéndote en el lugar del otro y adelantándote a su manera de pensar.

El combate acabó en alianza. Wonderwoman aceptó que la fuerza de nuestros intelectos es tan o más necesaria que nuestra fuerza física y Fénix se rindió a la necesidad de contar con una buena fisiología para poder combatir al verdadero enemigo. Creo que se referían a ese machismo invisible que se cuela en cada rincón de nuestra existencia desde que somos pequeñas como un villano de cómic al que creemos vencer y reaparece en cada secuela de la historieta ésta en la que vivimos.

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