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Sobre este blog

Hay quien tiene que aprender a vivir con los pies demasiado grandes o la nariz exageradamente puntiaguda o unos ojos minúsculamente dibujados en su rostro. Yo hace años que acepté mi patológica propensión a espiar a la gente, a meterme en sus conversaciones, a observarla, a escuchar atenta la sabiduría de la calle. Al principio ocultaba mi defecto de la misma forma que mi vecino del tercero usa zapatos de vestir que disimulen su talla 48 de pie; o mi seño Doña Matilde usaba gafas de aumento para hacer crecer su mirada. Llegué incluso a crear un seudónimo bajo el que esconderme. Me hice llamar Mujer Cero. 
Con la edad, claro, he aprendido a disfrutar de esta tara que arrastro desde la infancia. En Cordópolis he salido del armario y he decidido profesionalizar mi propensión al espionaje, convirtiéndome en la Agente Lázaro, una cotilla en la city. Si nos cruzamos por la calle, disimulen, les estaré observando.

Lo que cuenta de 'Las que cuentan'

Elena Lázaro

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Sobre este blog

Hay quien tiene que aprender a vivir con los pies demasiado grandes o la nariz exageradamente puntiaguda o unos ojos minúsculamente dibujados en su rostro. Yo hace años que acepté mi patológica propensión a espiar a la gente, a meterme en sus conversaciones, a observarla, a escuchar atenta la sabiduría de la calle. Al principio ocultaba mi defecto de la misma forma que mi vecino del tercero usa zapatos de vestir que disimulen su talla 48 de pie; o mi seño Doña Matilde usaba gafas de aumento para hacer crecer su mirada. Llegué incluso a crear un seudónimo bajo el que esconderme. Me hice llamar Mujer Cero. 
Con la edad, claro, he aprendido a disfrutar de esta tara que arrastro desde la infancia. En Cordópolis he salido del armario y he decidido profesionalizar mi propensión al espionaje, convirtiéndome en la Agente Lázaro, una cotilla en la city. Si nos cruzamos por la calle, disimulen, les estaré observando.

Ya está. Otro año lleno, otro año de risas, de lágrimas, de sorpresas, de aprendizajes y de mucha diversión, que es a lo que una va al teatro un sábado: a pasarlo bien, a emocionarse. Y todo pasa volando, casi sin tiempo de saborear un menú que hemos estado cocinando durante más de un año. Doce meses para elegir el tema; solicitar el teatro; cuadrar agendas de las doñas; buscar financiación; tramitar pagos; localizar alojamientos, trenes y vuelos; consensuar guion, escenografía, programa y cartel; gestionar permisos; realizar formaciones, ensayos, pruebas de sonido, de proyecciones… Y se apaga la sala y se enciende el escenario. Y sean todas bienvenidas a Las que cuentan la ciencia.

Desde la quinta fila, en una butaca que alguien reservó y decidió dejar vacía, veo a “las doñas” (así nos nombramos) desfilar contando historias de mujeres, de ciencia, de cuerpos. Y veo a “las doñitas” (así hemos nombrado a las ganadoras de Las que contarán la ciencia) emocionando y sorprendiendo a un público absolutamente entregado, tanto como para empezar el día haciendo sentadillas solo porque la Boticaria García les ha dicho que hay que mantener a raya a los adipocitos, tanto como para acabar el día EN CÓRDOBA celebrando la Feria DE SEVILLA. No hay rivalidad histórica que resista al desparpajo de Clara Grima, la sevillana más cordobesa que ha parido madre.

Me gusta quedarme sola mientras sucede todo. Miro quién entra, quién sale, quién ríe, quién comenta el chiste más bestia de Raquel Sastre. Puedo hacerlo porque todo está controlado, porque David Sánchez rige el espectáculo desde el backstage, porque Silvia Márquez e Irene Contreras lo están contando todo en las redes, porque Pablo Hinojosa controla los tiempos, las llegadas y regresos, porque María Sánchez atiende cada imprevisto de producción de última hora (eso, con Sassy Science deslumbrando en escena, Boti inventando y Clara perpetrando, no es poco). Y muto en Agente Lázaro, para fisgonear y pegar la oreja a los comentarios susurrados durante las charlas.