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A perros viejos, todo son hurras

Concierto de Mike Stern, Randy Brecker, Tom Kennedy y Dennis Chambers en el Festival de la Guitarra | TONI BLANCO

Juan Velasco

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Doscientos cincuenta y seis años había este lunes sobre el escenario del Teatro de La Axerquía. Con toda probabilidad ha habido más o menos el mismo número de años sobre el escenario que de entradas vendidas en la platea de un recinto al aire libre que ha tenido que prescindir de las gradas para ofrecer uno de los mejores cuartetos que ha pasado por la 38 edición del Festival de la Guitarra.

La intimidad propia de un club de jazz pero al aire libre. La sorpresa inicial por el cierre de las gradas y la reubicación de todo el mundo en primera línea ha acabado convertido en un acierto en términos de energía.

Probablemente hay muy pocos, si no nadie aparte de Pat Metheny, capaz de vender un concierto de guitarra de jazz aceptable en un recinto como el Teatro de La Axerquía en la actualidad. Pero también es cierto que pocos hay con capacidad para aprovecharse de esta debilidad y convertirla en fortaleza como Mike Stern (Boston, 1953), que, si en su última visita llenó el Gran Teatro de gente, este lunes ha llenado el vacío de La Axerquía de jazz.

De su última visita al festival hace cuatro años, Stern solo ha movido una pieza. Si en 2014 acudía con un saxofonista como Bill Evans, en 2018 los vientos son cosa de Randy Brecker, historia viva del jazz rock y la trompeta eléctrica. El resto del cuarteto se mantenía inamovible con el bajista Tom Kennedy y el baterista Dennis Chambers.

Lo dicho, doscientos cincuenta y seis años y dos horas largas de un vibrante concierto de jazz fusión con todos los recovecos posibles. Un recital que arrancó en clave de jazz rock con un Kennedy abriendo espacios entre el fraseo de Stern, y que, junto con Chambers, fueron cargando de electricidad el ambiente antes de la entrada, como un vendaval, de Randy Brecker, que hasta entonces y durante gran parte del concierto parecía ensimismado, cuando en realidad estaba enchufándose.

La alternancia entre Brecker y Stern como solistas ha marcado la pauta de la noche, que basculaba del rock al funk con facilidad, según el protagonista, y que contaba con dos sostenes de excepción en Kennedy y Chambers, acaso los grandes ovacionados cada una de las veces que se ha presentado a la banda.

Del Out of the Blue que ha abierto el concierto -y que ha durado más de 20 minutos-, se ha pasado a una suave versión -sordina incluida por parte de Brecker- de Avenue B que ha acabado convertida en un medio tiempo de manual al que se ha ido sumando el cuarteto. Para cuando llevaban media hora, el público, mucho menos numeroso que en otros conciertos en La Axerquía, ya era más ruidoso en su rendición ante la filigrana.

A ello ha contribuido la vitalidad del propio Stern, que cada vez que agarraba el micro era para devolver el cariño a España y para mostrar también su “amor” por Donald Trump. “No hace falta que os digamos que no aguantamos al hijo de puta”, manifestó al presentar la primera canción que ha sonado del repertorio de Randy Brecker, un presunto homenaje al actual presidente estadounidense que muy oportunamente se llama mierda profunda.

Cada número en el boleto de estos músicos superdotados era una línea, con Chambers llevando la batuta rítmica y Kennedy como red de seguridad de todo el conjunto a base de una técnica impoluta. La letra pequeña del programa del concierto este lunes era en mayúscula y en negrita, y no todo el mundo lo supo hasta que los tuvo delante y descubrió a dos músicos que han sido virtuosismo puro al servicio de un bien mayor.

Ese bien mayor es el propio Stern, que sigue siendo un frontman con la fuerza suficiente como para reclutar a tres perros viejos para los que, como para él, todo son hurras. Hurra por la energía. Hurra por el mensaje. Hurra por la vitalidad. Hurra por la entrega. ¡Hurra por la música!

La despedida, con una blusera Red House de Jimi Hendrix, fue el preludio de un generoso aunque pequeño bis con el que el cuarteto obsequió al público. “Hasta la próxima vez”, decía al término del concierto Stern, un perro viejo siempre dispuesto a dejar su marca en el árbol del jazz del Festival de la Guitarra de Córdoba.

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