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Bajo la luna brotan Los Secretos más íntimos

Concierto de Los Secretos y la Orquesta de Córdoba | TONI BLANCO

Rafael Ávalos

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Tras el velo oscuro ocultas están las emociones. Las sonrisas son furtivas. Húmedos están los ojos. El tiempo pasado es tiempo futuro. Es un presente continuo. La mirada ajena es un pensamiento propio. Tras el manto sombrío escondidos están los miedos, los únicos y los compartidos. Los recuerdos son confesiones. Son cartas reunidas por un cordel. Es una caja con un puñado de fotografías. Cortes en la piel, alcohol vertido en una acera. La juventud es ahora, nunca ayer. El amor, el corazón resquebrajado, la soledad, la compañía, el sol y la luna… Sobre todo, la vida. Más allá del último día. La barra hecha escenario cargada de copas se encuentra. En el suelo, los cristales rotos. El aire sin embargo es de felicidad. Rompen la intimidad Los Secretos, con discreción pero a viva voz. Como la atemporal música del grupo con dicho nombre. Al cantar los violines, vuelan los sueños. Y Enrique lo observa y escucha, lo disfruta quizá con vello de punta, allá en lo alto. En la zona más elevada de la grada, en el teatro y bajo las estrellas que le acompañan, contempla.

Urquijo es el apellido. Álvaro, el nombre. Él es el líder de una de las bandas españolas de más notable recorrido. Imprescindibles son Los Secretos, que de repente aparecen en La Axerquía. Como si cuarenta años no fueran nada, como si el equipaje no pesara apenas. Probablemente no lo hace ante el abrazo de la gente. Cuatro décadas es lo que celebra precisamente el grupo, a partir de Tos -germen en 1978, con el malogrado Canito entre sus componentes-, a lo largo de este 2018. Un aniversario cuyas velas lucieran también este miércoles en Córdoba con motivo del Festival Internacional de la Guitarra, que, es curioso, es de menor edad. El certamen ya es una realidad de nuevo en la que es su trigésimo octava edición. Y qué mejor comienzo con el sonido de los relatos atemporales de un conjunto con sello propio en las calles de punk, del Madrid movido de Tierno Galván y atormentado en su vista atrás. Enrique mira orgulloso.

El final es el principio. Siempre sucede con lo que no puede acabar. La historia de Los Secretos es inacabable. Quizá porque sus canciones son atemporales. El adiós, que no lo es tampoco en esta ocasión, es un saludo distinto a los que ha de venir después. Más de 3.000 personas, aproximadamente, actúan de coro cuando suena, bajo el cielo de la ciudad eterna, Déjame. El mayor de los himnos de la banda sirve para entonar la despedida. Es alegre, intensa. A Álvaro Urquijo y sus compañeros -Ramón Arroyo, Jesús Redondo, Santi Fernández y Juanjo Ramos- les acarician los acordes de la Orquesta de Córdoba, que con Miquel Rodrigo al frente también conmemora el viaje de un grupo dedicado a ensalzar la proeza de vivir. La hazaña de reír y llorar, de sufrir, de caer y recuperar la verticalidad, de sentir el aliento de los fantasmas interiores, de enfrentar la debilidad y vencer con osadía a la tristeza.

Déjame, el tema que abriera en cierto modo -en 1981- para la banda las puertas de una habitación infinita, es el cerrojo a una noche mágica. Aunque no es así. Es unos minutos después de las diez y media cuando por vez primera la guitarra regala notas en el julio cordobés. Lo hace después de que Álvaro Urquijo se congratulara de pisar “un sitio privilegiado”. “Sin el público no existiría la música”. Dicho y hecho. Agárrate a mí, María abre la caja repleta de las postales de una existencia, la suya y la de todos. Enrique canta como escribiera, y piensa otra vez en su hija. En la niña a la que atara fuerte sus latidos entre las penumbras que le pudieran perseguir. Hasta el último día. Urquijo, compositor y cantante, artista de pleno al que recuerda emocionado quien hoy da voz a sus versos, su hermano.

A pesar de que el auditorio invita a incrementar los decibelios, el concierto arranca en acústico. Es la desnudez más absoluta, vestida con los acordes de canciones como Quiero beber hasta perder el control o Por el bulevar. El pop nacido en la Edad de Oro no tiene forma exacta. Es country y es ranchera, géneros que hiciera propios de modo brillante Enrique Urquijo. Toque de lo último tiene Ya me olvidé de ti, que esta vez fuera uno de los “entremeses” antes de que la Orquesta de Córdoba completara un escenario al comienzo con cinco tenues focos de luz sobre los artistas. La luz es más impetuosa, sin perder su delicadeza. La conjunción entre Los Secretos y el conjunto sinfónico es sencillamente un truco de prestidigitador, un obsequio de precio elevado. Tal y como demostrara la genial introducción de un suite con Aunque tú no lo sepas, con letra de Quique González, como punto de partida. Una delicia para los oídos.

Lo incierto es tan importante como lo agradable. Es sello inconfundible del grupo por obra de los hermanos Urquijo, con la presencia de vez en cuando de otros como Joaquín Sabina. Abierto queda el balcón de los Ojos de gata antes precisamente de Aunque tú no lo sepas. Y al público le dieron las once, y las doce. Y las doce y media después de Volver a ser un niño. ¿Acaso no es lo que con desgarro suave pero doloroso lo que cualquiera desea sobre la montaña de hojas caídas de calendarios? Momento único es el que compartiera la banda también en La Axerquía, en un inicio dulce del Festival Internacional de la Guitarra, con Pero a tu lado. Entonces sólo cabe mantener vacía la cabeza, escuchar y susurrar, liberar al corazón, permitir el salto de los sentimientos. Y más antes de romper la calma con Ojos de perdida, que sonara en el bis tras Por la calle del olvido. Olvido, jamás; melancolía, casi siempre. Enrique aplaude desde su asiento. Bajo la luna, Los Secretos más íntimos.

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