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La paciencia que vence al silencio de las víctimas y de sus familias

Familiares de víctimas del franquismo antes de un homenaje | Acto en memoria de las víctimas de la guerra civil y la dictadura | ALEX GALLEGOS

Juan Velasco

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Remedios tiene 86 años y cuando ocurrió lo que relata tenía 4. Sin embargo, recuerda de forma cristalina las vicisitudes que pasaron ella y su madre cuando, después de que los falangistas mataran a su padre y a su hermano, tuvieron que echar a correr desde su Santa Cruz natal hasta Jaén. Se acuerda del hermano que nunca tuvo, pues su madre perdió el niño que llevaba en vientre en aquel improvisado viaje, que era realmente una huida.

Ni a aquel niño ni a su padre podrá ponerle nunca rostro Remedios, que ahoga el llanto solo de pensarlo. Al que no nació y al que murió. Ninguno de los dos sobrevivió al conflicto ni tampoco lograron formar un recuerdo nítido en la memoria de aquella chiquilla de 4 años que no pudo coger ni una foto de su progenitor y a la que solo le queda el dibujo de la ausencia y la esperanza de hallar su rastro en alguna fosa.

A su lado, está Carmelita 90 años en cada gesto. Otra niña sin padre. Una más de las muchas huérfanas, viudas, pobres y miserables que vivieron la guerra y la dictadura y que este jueves eran los protagonistas de los actos del 14 de junio, una fecha especial según la Ley de Memoria Histórica y Democrática, pues celebra el día en el que hace 15 años se llevó a cabo la primera exhumación de una fosa común con fusilados en el territorio andaluz.

La promulgación de esta ley, el trabajo de las asociaciones memorialistas, el apoyo que hoy tiene esta causa o el inicio de las exhumaciones anunciado no mitigan una cierta desesperanza en los ojos de Carmelita. “Yo es que no me lo creo hasta que no pase. Porque hay muchos nichos, echaron cal encima y está todo...”, reflexiona dejando un hueco vacío en su discurso.

Susurros y gritos de AsesinoAsesino

Es fácil entender que esa falta de esperanza viene de décadas de silencio. “Mis tías y mi madre hablaban bajito. Pero como las niñas somos más curiosas que los niños, yo me ponía a escuchar y me enteraba de cosas”, dice sobre aquellos años de susurros de los que también guarda una imagen de valentía: la de su madre llamando “asesinos” a los falangistas en plena calle.

Eso fue después de que mataran a su padre, un panadero que tenía 33 años cuando la Guardia Civil se lo llevó de su negocio. Estaba afiliado a un sindicato y al Partido Socialista, de donde sacaron su nombre entre una larga lista de militantes. Así que se lo llevaron a la cárcel y tres días después lo fusilaron. Carmelita está segura de que los restos de su padre están en el Cementerio de San Rafael.

Remedios, por su parte, solo sabe dónde le mataron al padre al que no pone rostro, pero no dónde está enterrado. Le dieron muerte a él y a su hermano en un olivar, dice. Los sabe porque lo ha pisado con sus propios pies. También ha pisado de nuevo la casa en la que vivió sus primeros cuatro años de vida, que sigue en pie en Santa Cruz, y en la que correteaba antes de correr literalmente en una huida desesperada junto a su madre, su hermana y su hermano.

Porque Remedios y Carmelita se consideran víctimas con todas las letras de la guerra y “no solo familiares de víctimas”. “Yo lo que de verdad quiero es que se me considere víctima del franquismo. Que seamos víctimas del franquismo”, repite Carmelita rotunda.

Los que murieron y los que huyeron

Estas dos mujeres son parte visible de la llamada “causa de los 4.000”, en referencia al número de víctimas de la Guerra Civil y el franquismo que fueron asesinadas y yacen en fosas comunes de los cementerios de San Rafael y La Salud en la capital cordobesa. El número se multiplicaría por 3 o 4 si se cuenta a quienes desaparecieron o, como Remedios, tuvieron que coger lo puesto y huir.

La niña que era entonces recuerda a aquella “habitación pequeña, sin cama” en la que dormían ella, sus hermanos y su madre enferma tras perder el hijo durante el viaje, pero que al mismo tiempo les preparaba los papeles para viajar a Rusia. No hizo falta el exilio porque un tío accedió a hacerse cargo de ellos en Jaén. Y allí vivieron un tiempo pasando hambruna y olvido.

“Por eso yo estoy agradecida al Gobierno porque haya rescatado a los inmigrantes esos del Barco. Yo me he visto en ellos. Yo he andado así como ellos y nadie nos ayudaba ni nos daban comida. No había esto de los derechos humanos. A nosotros nunca nos ayudaron”, afirma emocionada Remedios.

No tarda en recuperar la concordia. “Después de tantos años callados, ahora hablamos por los codos”, dice risueña. Carmelita entonces la coge del brazo y juntas se marchan de vuelta al salón donde va a comenzar el acto con el que rinde homenaje a la paciencia que han tenido y que deben tener todavía estas dos mujeres, ahora que están cada vez más cerca de lograr parte de lo que ansían: una certeza, un lugar, un rostro definido, un llanto o un duelo que no dure 80 años.

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