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Zarco, 13: la memoria viva de una familia

Propietario del patio de Zarco, 13 | TONI BLANCO

Rafael Ávalos

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No es poco lo que legan. Sin duda lo más valioso es el afecto, así como la sensación de protección. También regalan rasgos en la cara o detalles del carácter, personalidad. En ocasiones, la herencia es además material. Aunque en este último caso el aspecto sentimental prime más que el valor de lo tangible. Ejemplo es una de las casas que en Santa Marina, a un puñado de metros de la parroquia, parecen esconderse a la mirada del viandante. Las puertas y fachadas tímidas en otras fechas están abiertas de par en par cuando mayo llega. Sucede en la estrechez de la calle Zarco, donde el número 13 esconde la memoria viva de una familia. Es la que estos días muestran macetas, y sus plantas y flores, en esta casa-patio que retorna tras más de una década al Festival de Córdoba.

El inmueble es habitado en la actualidad por Santiago Hernández, quien recibe a los visitantes junto a la nueva cocina. Es nieto de Julia Alonso, anterior propietaria de la vivienda y su abuela. Es el encargado de cuidar un legado familiar, que aúna muros y emociones. El joven recupera el nombre de la casa-patio en el mapa del Concurso en esta edición después de más de tres lustros. ¿Por qué? “Un día entró la vecina y me preguntó: ¿Por qué no lo presentas al Concurso? La verdad es que nunca me había animado, porque recuerdo el Concurso con mucha gente y no me hacía mucha ilusión abrir el patio. Ya me animaron mis padres y familiares y dije: Voy a presentarme, pruebo este año y si no me gusta, se acabó”, confiesa. El número 13 de Zarco tiene tras el zaguán la esencia más pura de los patios con sello cordobés. Incluso en lo que no puede verse.

“No hemos tocado nada. Se conserva incluso con la distribución de casa-patio, sigue manteniendo las llaves, las cerraduras, las puertas, todo. La cocina es lo único que se cambió de sitio, por lo que antes era el dormitorio de uno de los vecinos”, cuenta al detalle Santiago Hernández. Entonces ofrece una pista del origen del inmueble, que antaño tenía carácter vecinal. “Mi abuela entró viviendo de vecina y después compró la casa. Nos dijo que vivían seis familias y nos contó también cómo surgió la historia de los patios, porque lo vivió. Como las habitaciones eran estrechas, la gente hacía vida en el patio y cada uno decoraba su rincón”, explica el joven, que rememora con cariño los años en que era un niño de la mano de su abuela. Fue Julia Alonso precisamente quien mimó el patio durante parte final del siglo XX. De su mano entró en el Festival en 1993, año en que el número 13 de Zarco comenzó una andadura hasta 2002 “en que murió ella”, recuerda Santiago. Entonces como ahora se presentaba en la modalidad de arquitectura antigua.

El nuevo propietario de esta vivienda, aunque realmente lo son sus padres, recuerda aquel tiempo. “Yo estaba aquí con ella y recuerdo que el horario era de todo el día. Era muy incómodo, es el recuerdo que tengo. Tenías que guisar o salir a la calle, estabas comiendo, y la gente seguía pasando”, señala de los días en que su abuela diera vida al florido espacio. “Era lo que no me hacía mucha gracia. Ahora me he informado de los horarios y la cosa ha cambiado, porque tienes un tiempo de relax de dos a seis”, añade Santiago, que admite que lo de cuidar el patio le viene “de sangre”.

De hecho, el joven destaca el valor sentimental que guarda el recinto al aire libre. “Claro. Si no, no lo habría abierto. El patio está así todos los años”, asevera acerca de un espacio que en este caso es coqueto pero grande en cuanto a ornamentación floral. Una escalera al fondo conduce a la azotea, junto a los peldaños un azulejo de San Rafael. Las macetas son protagonistas, y a su vez reflejo de una labor constante. “Esto tiene un trabajo de 365 días al año, no te puedes despistar ni un día”, indica Santiago, que al tiempo aprovecha para reconocer el respaldo de otra persona de importancia en su vida. “Mi abuela vivía con quien yo llamo mi tata, que es como si fuera mi abuela también. Es la que me ayuda a regar las macetas en verano cuando me voy y quien cuidaba el patio junto a mi abuela”, expone.

Santiago Hernández demuestra con cada palabra su respeto y la defensa del legado que le dejaran. El número 13 de Zarco es la memoria viva de una familia, que también es protección de una tradición de la ciudad. “Es importante” mantener esta costumbre, entiende el joven, que no olvida sin embargo la necesidad de apoyos. “Pero también que las autoridades y los hosteleros se impliquen en ello, y me he dado cuenta de que por parte de los hosteleros no ha habido implicación ninguna”, expresa. Pide en este sentido “subvencionar un poco, porque esto supone el esfuerzo físico y económico de los cuidadores”. “Es verdad que los abrimos porque queremos, pero también que los hosteleros se lucran muchísimo con la Fiesta de los Patios. Ya que hacen negocio a nuestra costa, que por lo menos se vuelquen un poco”, reclama.

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