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Los veranos perdidos de Teo

El joven transexual Teo Alises del proyecto 'x los veranos perdidos' / ALEX GALLEGOS

Juan Velasco

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Cuando le preguntas, Teo Alises recuerda con exactitud fechas y lugares de su vida, aunque no se extiende y prefiere resumir en unas pinceladas todo el camino que le ha llevado a ser el hombre que es hoy. A simple vista, nada en él remite a lo femenino. Pelo corto, barba de un par de días y aspecto como de estudiante aplicado. “En invierno llevamos más ropa”, replica el joven, nacido con cuerpo mujer en Alcázar de San Juan en 1989. Y en aquel pueblo y aquella época que le parece tan lejana, Teo sitúa la historia de ella.

Y ella es una niña. Una niña que ya no tiene nombre. Es la menor de 3 hermanos, “el antojo de mamá”, y sueña con que llegue el verano y su promesa de días largos sin toque de queda. Para el invierno, las casas de muñecas y las 'barbies'. En verano, batallas de globos de agua, la rayuela, el pilla pilla, el balón de fútbol, vestir como uno quiere y andar con quien uno quiere. Ir despertando la conciencia de uno mismo en tardes aburridas, largas y calurosas y en noches frescas de cielo estrellado. El verano es el paraíso al que los adultos nunca vuelven. Y ella tampoco.

Porque bastan unos pocos veranos más y ella es una adolescente. Su cuerpo ha cambiado. Viste ceñida y “femenina”. Es la “mujer que se supone que tiene que ser”. Echa de menos los veranos y siente que algo no encaja. Pero culpa a las hormonas, a la pubertad o los complejos propios de su edad. Y de pronto tiene ya 20 años y cree haber logrado el equilibrio entre lo que ella añora y lo otros añoran para ella.

Y de pronto el equilibrio se rompe. Basta una charla. Una palabra y un contexto. Una amiga que le habla con franqueza y a la que ella escucha. Lo que dice su amiga tiene sentido. Así que ella desaparece. Se desvanece. Y, como una tormenta de verano, de esas que te calan hasta los huesos aunque todo el mundo las ve venir, nace Teo, un joven que desde hace casi una década se esconde detrás de una camiseta cuando llega el verano para tapar su pecho de mujer.

Cirugía a golpe de cultura, concienciación y teatro

“A mi me ha tocado vivir con este cuerpo, con este vehículo para moverme por la vida, y sólo podía aceptarlo o tomar decisiones drásticas”, recuerda Teo en Córdoba, la ciudad en la que recaló hace cinco años y en la que vive y trabaja como cocinero. Su sueldo es suficiente para vivir, pero no le permite cumplir su sueño, que no es otro que masculinizar su pecho, para lo cual tiene que extraer la grasa de sus senos y conseguir un torso completamente diferente. Un pecho nuevo que requiere una cirugía que cuesta unos 3.500 euros. Eso vale su sueño.

Y para lograrlo, se inscribe en el programa que ofrece el Servicio Andaluz de Salud para el cambio de sexo, acepta viajes semanales a Málaga, única ciudad en la que se le podía tratar en aquella época -en 2013- y someterse a unos test psicológicos con preguntas que casi parecían propias de un ingreso en un hospital de salud mental y que “hoy por suerte ya no se hacen”. Teo Alises cumple con todos los requisitos y puede iniciar el tratamiento hormonal y cambiar su nombre y su sexo de manera legal. Aunque nunca renuncia al objetivo final.

Sin embargo, mientras más casos conoce de cirugías para la masculinización del pecho en la sanidad pública, más presiente que no tiene todas las garantías estéticas que él quiere. Así que se informa de los servicios que prestan clínicas más caras, pero que garantizan un resultado estéticamente mucho mejor. El problema esta en que no puede pagarlo.

Y entonces, Virginia Molina, la dueña del Patio Vesubio, conoce su historia y le ofrece su patio para llevar a cabo actividades con las que, por un lado, se recauden fondos para la operación, y por otro se conciencie a la gente sobre este tema. Así nace x los veranos perdidos, por todos los que Teo ha pasado escondido detrás de una camiseta tapando su pecho y por aquellas épocas estivales en las que, en plena infancia, aquella niña de Alcázar de San Juan aparcaba las muñecas y dejaba a Teo salir a jugar. De seguido, crean una página de Youtube y otra en Facebook y no tardan en unirse otros espacios, como la Casa Bien Ser y el Centro Alma.

El proyecto ha ido creciendo lentamente pero con firmeza y con apenas cuatro actividades ya han recaudado casi 500 euros. Sin embargo, el gran apoyo al viaje de Teo llegará este sábado con la representación en Córdoba de Extremófilos, de Luis Fernando de Julián, una obra ganadora del XVIII Premio Internacional de Teatro de Autor Domingo Pérez Minik, y que se representará en el Salón de Actos de la Diputación de Córdoba bajo la dirección de Manuel Canseco y con el objetivo de donar todo lo recaudado al proyecto de Teo Alises. A ello ha ayudado el interés mostrado por la actriz Carmen Latorre, impulsora de la representación, y el colectivo Todes Transformando (TT) y la delegación de Igualdad de la Diputación, que han logrado dar con este espacio para la función.

Una transición que afecta mucho en el entorno familiar y personal

“Yo creía en este sueño, y cuando he estado preparado para él han surgido cosas como ésta”, señala Teo, que insiste en que él ni siquiera ha sido el promotor de esta iniciativa y que a veces es un mero testigo de un acto de solidaridad. Es en respuesta a este gesto por lo que ha tomado la palabra. Y no lo oculta. Desea, eso sí, que su voz sirva para que no haya más niñas sin nombre. Y, sin embargo, antes de escribir esta historia, el periodista recibe un WhattAspp de Teo: “Estoy MUY nervioso con lo que vas a publicar”.

“La transición en una persona transexual es también la de la familia y las amistades, que llevan sus ritmos y sus procesos de asimilación o incluso de aceptación o no aceptación”, relata sobre cómo fue sincerarse con su familia, especialmente con su madre. Y es que, según especifica, cuando se aborda la incomprensión o el rechazo familiar hacia casos como el suyo, es muchas veces el miedo y el instinto de protección paterno-filial lo que impide que los padres, los hermanos o los tíos, acepten algo como lo que ha vivido él. “Por las dificultades que supone, por la sociedad, por los retos que te vas a encontrar, por los obstáculos, por tantas trabas”, enumera Teo cuando piensa en cómo ha vivido su familia su reto.

Por eso mismo, remarca que este proyecto va mucho más allá de poder vivir veranos sin camisetas. x los veranos perdidos, dice, va de poder vivir “sin inseguridades”. Libre como una niña o un niño que al terminar el colegio tiene por delante un verano infinito.

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