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El Arenal: campo de refugiados para los 'perolistas' de Los Villares

Peroles en El Arenal | TONI BLANCO

Manuel J. Albert

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A primera vista, si uno no está avisado de antemano, puede parecer un poco inquietante. Decenas, tal vez centenares de puntos humeantes en esa planicie en tierra de nadie que es El Arenal. Solo unos toldos -en realidad, esqueletos de casetas de feria, verdaderos habitantes naturales del recinto- dan al paisaje un punto de remota familiaridad.

¿Qué ha ocurrido para que todas esas personas se hayan lanzado a uno de los rincones más áridos y con menos sombra a encender candelas como si nadie fuese a rescatarles? Pues dos cosas: primero, el arcángel custodio de Córdoba, San Rafael; segundo, la sequía, que ha impedido -por riesgo de incendio- que los tradicionales peroles de la festividad que se celebra este lunes en la capital se hayan desarrollado allí donde todo cordobés sabe que hay que ir: el campo (Los Villares, concretamente).

“La verdad es que sí que tiene esto pinta de campo de refugiados”, confiesa mientras se da unos baños de humo de carbón José Gómez, un joven de La Magdalena que ha venido con otros nueve amigos a hacer una barbacoa en el día festivo. “Por mucho que se quiera, esto no es como el campo. Y mira que yo tampoco soy de ir de peroles todos los años, pero no es lo mismo”, prosigue.

Débora, otra joven de la misma pandilla, opina igual pero reconoce que, si es por el bien de la naturaleza, no le importa pasar el día en El Arenal. “Solo hace falta que una persona no tenga la conciencia o la educación suficiente para que haya un accidente y se queme medio monte”, cuenta mientras airea con un trozo de cartón el carbón. Ese humo lo van a respirar, a medio metro, tanto José como este periodista.

¿Y el cambio de ubicación qué le parece? “El Ayuntamiento dice que ha habilitado la zona pero yo creo que se podría haber hecho mejor”, prosigue la joven. “Bueno”, le responde el redactor, “hay un montón de leña que ha puesto el Ayuntamiento, ¿no?”. “Sí, pero nosotros hemos llegado un poco tarde”, reconoce la joven, “y ya no quedaba nada”.

El reportero agradece la charla y se da la vuelta. A escasos diez metros se topa con un montón de leña amontonada en mitad de El Arenal. No es el único punto para avituallarse. Siguiendo la larga curva que supone el medio arco del recinto ferial de El Arenal hay más montículos de combustible vegetal. El periodista está a punto de darse la vuelta para advertir de la presencia de leña a Débora y sus amigos, pero la chica, entre la neblina, sigue enfrascada en avivar las brasas del carbón vegetal y no está para nada. Así que el plumilla que se da la vuelta y sigue camino.

No muy lejos se encuentra a José Luis, un vecino de la Avenida de Libia que lleva media mañana impregnándose de todos los matices del ahumado de carbón y de encina vieja que salen de su barbacoa. Él si que ha reunido unos cuantos troncos de leña municipal que ya arden. Mientras, las chuletas de cerdo esperan en sus bandejas de corcho. “Nosotros estamos bien”, dice el hombre lacónicamente. “Somos dos familias y estamos bien. Nos gusta esto”, prosigue en el mismo tono. ¿No echan de menos nada? ¿Servicios, tal vez? “Bueno, hay algunos, pero lo mismo da hacerlo fuera que dentro”, insiste gráficamente. “No están muy limpios, ¿sabes?”, continúa. ¿Y qué solución queda? ¿Ir al río, como en la Feria? “Claro. Yo acabo de venir de allí. He meado con el pito de otro”, sentencia.

El periodista se ríe sin entender un pimiento (que por cierto también caerán en la parrilla). Pero lo apunta todo, metódicamente, en su libreta. Está convencido de que algún sentido le encontrará cuando lo escriba en el ordenador. Y aunque tampoco será el caso, ignorante, emprende el camino de vuelta. No sin antes echar un último vistazo y reafirmarse en que sí: “Parece un campo de refugiados”. ¡Y cómo le huele la camiseta a candela!

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