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Niño de Pura encandila con un trepidante concierto

Actuación del Niño de Pura | TONI BLANCO

Francisco Martínez Sánchez

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Escuchar a Niño de Pura es dejarse llevar por un caudaloso trepidar de falsetas, picados, contratiempos... en insaciable vorágine de notas flamencas que le definen como guitarrista. El 37 Festival de la Guitarra de Córdoba ha permitido reencontrarnos con el concertista sevillano en el Teatro Góngora para volver a disfrutar de unos toques en los que el virtuosismo es solo una excusa para lograr el objetivo pretendido: atrapar a quien escucha en un laberinto de sonidos bien engarzados que se suceden sin desmayo, con apenas momentos para el oportuno silencio. En este sentido Niño de Pura ejerce de honesto prestidigitador en clave flamenca, fluyendo sus composiciones con prodigiosa naturalidad, teniendo en cuenta la ardua complejidad técnica para el desarrollo y conclusión de cada pieza.

La taranta en solitario con la que ayer comenzó su concierto Mi tiempo tuvo la contundencia sonora que le caracteriza, rehuyendo de argumentos en los que las falsetas se suceden en plácido remanso para hacer el toque elástico y moldeable. En Niño de Pura las falsetas emergen precisas y afiladas, en vibrante síntesis. El toque de resonancias levantinas dio paso a las alegrías, con todo su grupo en el escenario. Llegó el momento para la expansión rítmica y el vértigo musical de un flamenco equilibrado por paradójico que resulte. A las alegrías le sucedieron una original fantasía flamenca, una fascinante farruca, dando paso a unas exuberantes bulerías, concluyendo con los aromáticos fandangos de Huelva.

El magisterio de Niño de Pura estuvo nutrido por unos acompañantes que posibilitaron que el concierto alcanzase el clímax deseado. Los cantes de Rafael Espejo Churumbaque aportaron nervio al armazón musical presentado por el guitarrista; el cantaor cordobés mostró profesionalidad, desenvoltura y sensibilidad en el repertorio de estilos y letras escogidas, con voz templada y sin titubeos en el necesario envite artístico, demostración de sólida experiencia artística. Complementando a Churumbaque la cantaora Pura Navarro, hija del guitarrista, también aportó necesarias cadencias flamencas en puntuales cantes. El bailaor Rafael del Pino Keko, tanto en la fantasía flamenca, con soleá, rondeña y jaleos extremeños incluidos, así como en la farruca, sustanció bailes en los que se armonizaron los detalles técnicos más exigentes que se le puede demandar a un bailaor, partiendo de la colocación en el escenario, el desarrollo del zapateado, la verticalidad en la pose, braceo puntual, así como pertinentes giros y desplantes.

Todo con la innata expresividad que define a este bailaor cordobés. De segundo guitarrista Carmelo Picón, quien conoce al dedillo cada una de las composiciones de Daniel Navarro, por lo que la aportación del tocaor resultó muy conveniente para la efectividad del concierto. Agustín Henke en la percusión marcó con exquisita medida el latir de cada toque. El batería Oscar Linares en la farruca y rumba subrayó contratiempos, imprimiendo a los ritmos y compases rotundidez y efectividad. Al bajo David Galloso, contribuyendo con adecuados acentos sonoros a la propuesta de Niño de Pura, que contó a las palmas con su mujer María José Álvarez.

Mi tiempo resultó ser simbiosis y síntesis del recorrido artístico de Niño de Pura, composiciones en el tiempo y otras de nuevo cuño, con las que el guitarrista sevillano fascinó al público que se dio cita en el Teatro Góngora, correspondiendo éste con una ovación que el guitarrista agradeció con unas rumbas para concluir un vibrante concierto.

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