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Vivir entre las ratas en mitad de Las Moreras y con un bebé

José y Raquel muestran los escritos solicitando ayuda y las ratas muertas junto a la cuna de su nieta | ÁLEX GALLEGOS

Manuel J. Albert

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En el barrio de Las Moreras hay un amplio patio de vecinos con espíritu de plaza bautizado como La Voz del Pueblo. Pero en algunos de sus pisos bajos la única voz que se escucha es la de las ratas musitar. Sus sonidos agudos y el constante roer inquietan el sueño de moradores como José Bailón y Raquel Molina, que viven con sus dos hijos en un piso a ras de acera, de protección oficial e infestado de alimañas. Unas condiciones insalubres que se ven empeoradas por la constante aparición de roedores -algunos del tamaño de botellas de medio litro- que han hecho de aquellos pisos sus madrigueras.

La familia está harta. Lleva años pidiendo mejoras en la vivienda y ya no puede más. “O me dan una solución pronto o le doy una patada a la puerta de una casa vacía y me meto con mis hijos. No hay derecho a vivir así”, se lamenta Raquel, de 36 años, mientras acuna a su nieta de cuatro meses, fruto de su hija de 15 años. A su lado, José inspecciona dos de los cartones donde la familia ha improvisado con pegamento que le fía una papelería trampas caseras para matar a las ratas más pequeñas. “Se quedan aquí pegadas pero para las grandes no sirve, esas se escapan y hay que perseguirlas”, cuenta el hombre, de 49 años. “Raquel se las ha encontrado en la encimera de la cocina o dentro de la despensa arrasando con todo, incluso metidas en un pan”, cuenta.

José y Raquel estuvieron casados aunque ya llevan tiempo divorciados. En paro y sin recursos económicos, la crisis y la pobreza les ha impedido dejar de vivir bajo el mismo techo. “El piso es de AVRA [Agencia de Vivienda y Rehabilitación de Andalucía, dependiente de la Junta] y está a mi nombre pero yo no iba a permitir que mi exmujer, mis hijos y mi nieta se quedasen en la calle”, cuenta José. Por eso, todos comparten este piso de algo más de 50 metros cuadrados con cocina, salón, cuarto de baño y dos dormitorios. “Mis dos hijos duermen en una habitación, Raquel en el salón y yo en el otro dormitorio. En uno del que ya han salido ratas y que tengo medio tapado con cartones”, prosigue el hombre.

“Antes le pedíamos a AVRA que nos ayudase a arreglar la casa pero ahora ya no podemos esperar más. Necesitamos mudarnos porque nuestra situación económica a veces nos obliga a estar aquí nosotros cinco y también las parejas de mis hijos. Nos podemos juntar seis o siete personas”, se queja José. El hacinamiento y la insalubridad ya se traducen en cuadros crónicos de asma y otras afecciones gástricas y respiratorias en Raquel y su hija. “Pedimos que nos den un piso un poco más grande, sin humedades ni ratas”, continúa, “y que arreglen esta vivienda, desinfectándola para que pueda entrar a vivir una familia menos numerosa que nosotros”.

Tras presentar decenas de escritos, José y Raquel recurrieron al Ayuntamiento de Córdoba. “Hay que reconocer que ellos se están portando bien. Han visto cómo vivimos y se han quedado horrorizados”, cuenta Raquel. De esta forma, la comunicación con AVRA parece haberse restablecido después de meses paradas. “Alegan que poco pueden hacer por la deuda de casi 3.000 euros que tenemos con ellos”, explica José. “Y es verdad que la tenemos, pero es que no hemos podido pagar los 40 euros mensuales cuando tenemos que pedir a Cáritas y a Cruz Roja para poder comer todos”, consigue decir el hombre conteniendo como puede el llanto. “Hasta 2013 vivíamos bien. Yo era Oficial de Primera en Jardinería y trabajaba en varias empresas en Córdoba. Pero me despidieron y desde entonces he consumido todo el paro y casi todas las ayudas sociales”, reconoce.

Mientras tanto, las lluvias de estos días ayudan a que las humedades sigan trepando por casi todas las paredes de la casa, floreciendo en oscuras manchas en los techos de la cocina, el cuarto de baño y los dos dormitorios. Las paredes de yeso y de cemento reblandecidas no son obstáculo para que los roedores se abran camino hasta las distintas estancias de la casa. Una realidad de la que ya avisa la primera bienvenida a este patio vecinal de Las Moreras. En las fachadas interiores, una mancha oscura de humedad de medio metro de alto sigue el arranque de los muros en todo el perímetro y lleva directamente hasta la ventana del salón de Raquel y José. Junto a ella, el cadáver de una rata de medio kilo empieza a descomponerse en la calle y bajo la lluvia que caía el pasado viernes.

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