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Héctor Alterio: “Regresar a España me distanció de la angustia del exilio”

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Cristian López

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Las luces se apagan y poco a poco surgen los primeros cuchicheos cuando su figura aparece sobre el escenario. Son cerca de nueve décadas de vida y aún sigue recorriendo los teatros de toda España. Y levantando largos aplausos. Una trayectoria envidiable, más por los trabajos que por los premios en sí, aunque también de éstos sabe lo suyo (Concha de Plata a Mejor Actor en 1977 por A un dios desconocido, Cóndor de Plata a Mejor Actor de Reparto en 1973 por La Maffia o Goya de Honor a la trayectoria profesional en 2004). Héctor Alterio sigue transmitiendo respeto y admiración en cada lugar que visita, en cada obra que realiza y con cualquier ropa que se ponga. En esta ocasión será un pijama el que le acompañe durante las más de dos horas que dura la función. El actor argentino es el protagonista de El Padre, una obra que acumula ya un centenar de escenificaciones por todo el panorama nacional. El pasado fin de semana le llegó el turno al Gran Teatro de Córdoba.

Dosis de humor, emoción y sorpresa a partes iguales. Una historia cargada de sentimientos divididos, en la que le acompañan figuras de la talla de Ana Labordeta, Luis Rallo, Miguel Hermoso, Zaira Montes y María González. Una «farsa trágica», en palabras de su autor, el francés Florian Zeller. Un tema tan espinoso como la pérdida de la memoria, contado desde una perspectiva diferente a la habitual, con un giro de guion absolutamente sorprendente, y que no permite pestañear al espectador en ningún momento. Del drama a la comedia en apenas unos segundos, e incluso con pequeños tintes de thriller al más puro estilo de Alfred Hitchcock.

Héctor Alterio atiende a CORDÓPOLIS horas antes de tomar las riendas del personaje de Andrés en la primera función del fin de semana. Hablará de su trabajo actual, su trayectoria, sus recuerdos, su familia, e incluso de uno de los momentos más duros de su vida. Cuando a mediados de la década de los 70, con España mirando cada vez más cerca a la democracia, él se vio obligado a dejar su Argentina, tras ser amenazado a muerte por la Triple A (Alianza Anticomunista Argentina) en el inicio del gobierno militar de María Estela Martínez de Perón.

PREGUNTA. Muchas personas se plantean el éxito como un destino que alcanzar, aunque en su caso parece más bien un camino del que no se ha separado nunca. A sus 87 años sigue llenando salas y levantando aplausos…

RESPUESTA. Bueno, pero no siempre fue así.

P. Pero cuenta con una amplia trayectoria, que aún hoy día sigue teniendo éxito.

R. Eso es cierto, pero bueno (risas). Hay matices, pero tengo que reconocer que he tenido una continuidad de trabajo que me permite a mí mejorar lo que yo considero mejorable de la noche anterior. Eso es lo que tiene de bueno el teatro, que me hace sentir un poco patrón de mi trabajo.

P. ¿Qué fue lo primero que le vino a la cabeza cuando leyó el guion de El Padre?

R. La primera versión que yo tuve fue una versión un poco rápida, un poco desprolija, del francés, que llegó a las manos de nuestro productor Jesús Cimarro, que fue el que me la ofreció a mí. No obstante, pese a estos inconvenientes, yo quedé prendado desde el primer momento del personaje, y le dije que sí que lo haría. Luego se incorpora a este proyecto José Carlos Plaza, que yo lo conozco desde hace muchos años. He trabajado con él, y además, tiene un dominio del francés estupendo e hizo la traducción y la adaptación de esta obra, la cual se transformó en lo que es ahora. Un hermoso proyecto, que ofertamos nosotros, en el número cien ya. Hace un año de todo esto. Y realmente la cosa cambió totalmente cuando puso sus manos en este proyecto José Carlos Plaza.

Y a partir de ahí, junto a otros compañeros admirables, jóvenes y talentosos, estamos gozando de la presencia del público. Del agradecimiento del público. De que nuestra oferta llega al corazón de la gente, y que ese señor anónimo que no hemos visto nunca, y que no lo veremos más, pero que es el que está representando al público que habitualmente viene, reciba no una repetición de cien interpretaciones, sino un estreno. Y ese es el motivo fundamental que hace que nuestro trabajo se convierta en una fiesta.

P. ¿Cómo valora la acogida que está teniendo la obra?

R. Optima. No ha bajado un ápice, a veces con mayor o menor público. Acabamos de hacer la última función (la entrevista se realiza el jueves) en un auditorio que acoge siempre a cantantes y a orquestas, y tiene cerca de 1.800 localidades, y nosotros llegamos prácticamente a tener 1.500. Y esa es la prueba fehaciente de que hay interés, y que el resultado es que esas 1.500 personas se pusieron de pie emocionadas y nos aplaudieron durante mucho rato. Y eso es inenarrable, la respuesta del público hace que todo sea una fiesta como dije antes.

P. Llega a Córdoba a representarla, ¿ha tenido contacto anteriormente con la ciudad?

R. ¡Cómo no! Yo vivo en España hace 40 años, y prácticamente desde que llegué estoy dando vueltas por todas partes. Y el teatro de Córdoba lo he visitado más de media docena de veces, así que la conozco muy bien. Pero no obstante a eso, cada vez que llego descubro cosas nuevas en la ciudad. Y ese descubrir, de aquí estaba esto y aquí lo otro, es un juego que hago yo antes de comenzar la función. Me ocurre también con otros lugares, y en Córdoba, que es una preciosa ciudad y tiene un teatro maravilloso, me pasa exactamente igual.

P. Encarna a un hombre con una enfermedad que afecta a la memoria. Si olvida alguna frase del texto, ¿se nota menos?

R. (Risas) Yo supongo que sí, y la puedo incorporar para que el público crea que es así. Eso suele suceder, claro. Pero no, soy muy respetuoso de las demarcaciones del director y lo hacemos con la mayor fluidez y mayor credibilidad que nos da la experiencia.

Y mientras nosotros seamos conscientes de que hay un señor que está esperando ver, que se ha movilizado de su casa y paga una entrada, por la cual vivimos, y ese señor se sienta pasivamente en la butaca y espera que lo movilicemos, ese señor tiene que ver un estreno. Ni un asomo ni un atisbo de las cien veces que las hemos hecho antes. Y eso para nosotros es un reto. Y afortunadamente tengo colaboradores jóvenes y talentosos que están de acuerdo conmigo, y hacemos de esta función una fiesta.

P. En El hijo de la novia ya trabajó de manera indirecta el Alzheimer, y más tarde, en Amanecer de un sueño, lo representó usted mismo, ¿es difícil interpretar a alguien con dicha enfermedad?

R. Es difícil, más en el caso mío que no había llegado a tener presente y de cerca ningún caso. Pero ocurrió que (Juan José) Campanella, que es el director de El hijo de la novia, antes de comenzar el rodaje me llevó a la residencia donde estaba su madre, que precisamente tenía Alzheimer. Y fue la primera vez que yo tuve una relación directa con el personaje. Fue una cosa muy emocionante, muy extraña, pero que a mí me llegó mucho. No sé si me hizo bien o mal, pero bueno, le estoy muy agradecido a Campanella que tuvo esa necesidad de mostrarme la realidad de la enfermedad. Una enfermedad que sufren más los que están alrededor que el enfermo en sí mismo.

P. Un personaje que está constantemente dudando…

R. Así es. Es que no se sabe tampoco. De repente uno quiere indagar, y el autor (Florian) Zeller, una persona joven que está teniendo éxito en todo el mundo con esta función, tuvo la habilidad de escenificar los personajes que están en la cabeza de este enfermo. Y entonces, de pronto, el espectador que está viendo la función ve personajes que no corresponden a la historia, pero que están corporizados por actores que están haciendo personajes que deberían ser otros. Y esto es lo que surge de una cabeza confusa como la de este personaje que hago yo, y que se corporizan, y hablan, y tiene diálogos con él. Y eso le da una oferta original, y que inevitablemente, y como suele ocurrir en estos casos, se produce en situaciones de humor, que distienden un poco la situación y el público lo agradece muchísimo.

Así que con todo esto, Zeller crea una oferta de teatro realmente original, atractiva, entretenida, y que el espectador agradece inevitablemente. En las cien representaciones ha sucedido que los asistentes han terminado emocionados y aplaudiendo fervorosamente.

P. Ha afirmado antes que en el teatro “es donde es patrón de su trabajo”. ¿Se agradece encontrar a estar alturas un papel hecho a su medida?

R. No sé si está hecho a mi medida. Yo lo incorporo a mi experiencia y trato de hacerlo lo más creíble posible. Trato de que no se vean las costuras, como suele decirse, y creo que éste es uno de los pocos personajes de los cuales yo me siento plenamente satisfecho. No he terminado de bucear en él. Tengo la oportunidad de poder repetirlo a la noche siguiente. Lo que se llama la responsabilidad absoluta, ya que estoy yo solo ante el público, y éste debe recibir de mí un estreno cada vez. Tiene que creerme a mí, y a eso van.

Esto es una historia que se repite de cuando yo era pequeño y jugaba a policías y ladrones con mis compañeros de siete o diez años, y nos creíamos eso. Sabíamos que era mentira, pero lo vivíamos de tal manera que era como si fuera verdad. Y esto se repite, en otro orden de las cosas, con el juego de este señor anónimo que compra una entrada, se sienta en la butaca, y nosotros tratamos de convencerlo de que nos está pasando lo que él está viendo.

Mientras todo eso suceda, y sea verdad, y el público se sienta conmocionado, divertido. Mientras suceda eso, ese juego existirá y existe desde hace muchísimos siglos. Desde los griegos hasta ahora, pasando por mi infancia. Y así transcurrieron más de setenta años, puesto que a los 16 yo ya estaba haciendo esto. Y no estoy cansado ni aburrido. Estoy pleno de satisfacciones, porque sé que estamos  haciendo algo realmente serio.

P. Dijo una vez en una entrevista que “todo dura un parpadeo”. Entre medias de ese abrir y cerrar de ojos, ¿qué hay?

R. Hay lo que se ve. Y hay que aprovechar esa milésima de luz para perpetuarlo en la memoria.

P. A mediados de los 70 vivió un momento duro, al verse obligado a exiliarse de su Argentina natal. Mirándolo ahora con perspectiva, aquel difícil momento le ha permitido tener una amplia carrera y ser muy querido en dos continentes.

R. Pues mira, esto sucedió en el año 1974. Recién me había casado, tenía a mi hijo Ernesto con tres años y a mi hija Malena recién nacida. Y así iniciamos una aventura con mi mujer, incierta, en un lugar desconocido, donde no me conocía nadie, y obligado por las circunstancias a quedarme aquí. Me hubiera ocurrido en cualquier lugar de Europa, pero estaba aquí, en el Festival de San Sebastián con una película que se llama La Tregua.

Estando aquí tuve que tomar la decisión de quedarme. Vino mi familia, que estaba de acuerdo conmigo, y así iniciamos una aventura dudosa, desconocida, pero dentro de todos esos inconvenientes, uno ve circunstancias que uno conoce quién es quién en situaciones límite, y de ahí rescaté a seres humanos maravillosos. Españoles que no tenían historia conmigo, tuvieron la generosidad de ayudarme y de sentir el abrazo fraterno y de hacer sentirme bien en unas circunstancias nada fáciles.

Eso ocurrió hace ya muchos años, el tiempo hace huella, y ahora lo digo a distancia. A veces me confundo y pienso que fue a otro, pero no, me pasó a mí. Pero bueno, la distancia y el tiempo hacen su trabajo, y eso es un relato que no me afecta ahora como hace muchos años. Pero existió, y de ahí rescato que hay generosidades espontáneas que no se olvidan.

P. Incluso ha dicho que llegó a sentirse extranjero en su propia tierra…

R. Sí, claro. Cuando volví a la Argentina después de siete años, el tiempo que duró el gobierno militar (1976-1983), sentía que yo debía estar a distancia para no herir a nadie con mi presencia. En fin, todas esas circunstancias que suceden en esas ocasiones, y es ahí cuando uno se siente extranjero en su propia tierra.

P. Pero siempre con el billete de vuelta en el bolsillo…

R. Siempre. Eso fue lo que me distanció un poco de la angustia de las esas situaciones. Sabía que yo iba a volver, y así transcurrieron cerca de cincuenta años.

P. Ha dejado claro en más de una ocasión que no quería que sus dos hijos (Ernesto y Malena Alterio), ambos actores y hoy día de sobra conocidos, se dedicasen a este oficio. Viendo como han transcurrido las cosas, ¿fue una buena decisión que le desobedecieran en aquel momento?

R. Sí, al final estaba equivocado yo (risas). Cuando vislumbré la posibilidad de que querían ser actores, lo único que me preocupaba a mí era que tuvieran un basamento intelectual que yo no tuve. Por situaciones de familia, porque era hijo único de madre viuda, porque tenía que trabajar desde muy pequeño, y todo eso me obligó a desatender un basamento intelectual que se produce con los estudios. Y eso es lo que yo quería para mis hijos, que antes de que se dedicaran de lleno a esta profesión, tuvieran la certeza de una base intelectual producida por los estudios.

Pero bueno, esto yo lo mantuve hasta que ellos tuvieron decisión propia. Ahí ya me aparté, y tuve suerte. Son dos seres humanos maravillosos, talentosos y me han dado muchísimas satisfacciones, incluso nietas, y les estoy totalmente agradecidos. Y yo me equivoqué.

P. Con más de sesenta años de carrera, tanto en televisión, cine y teatro, ¿le sigue sorprendiendo esta profesión?

R. Sí, y espero que nunca deje de sorprenderme. Sorpresa en todos los sentidos. Lo bueno y lo malo da experiencia. Y tanto en mi profesión, como en cualquier circunstancia en mi vida, como en la de otra persona, la sorpresa tiene que ser bien recibida. Entretiene. Alerta. Prevé. Uno le saca provecho positivo a todo eso.

P. Y para terminar, ¿le queda algo que le gustaría hacer o algún papel por interpretar?

R. No, no específicamente. Lo que sí me gustaría a mí es tener una continuidad de trabajo. Que no se produzcan esos grandes espacios entre un trabajo y otro. Pero bueno, esto lo vengo diciendo desde hace muchísimos años (risas). A veces se produce, y a veces no.

Pero un trabajo específico, de decir me gustaría hacer tal personaje, no. Lo esencial es que yo me lo crea. Si yo me lo creo, el personaje puede ser cualquiera. Es la única posibilidad para que me crean los demás.

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