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La Biblioteca Central: 10 años abriendo el saber a la ciudadanía

Biblioteca Central | MADERO CUBERO

Alejandra Luque

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La biblioteca más grande de Andalucía. 2 de abril de 2007. Después de casi cuatro años de construcción, la Biblioteca Central se hacía realidad en el barrio de Lepanto. Una biblioteca que no se localizaba en el centro y que vino a romper el concepto de servicio público que, por aquellos años, imperaba en la sociedad cordobesa. El director de la Red Municipal de Bibliotecas, Rafael Ruiz, ha vivido durante 10 años cómo la Biblioteca Central ha contribuido al cambio urbanístico y sociológico de una zona que se encontraba huérfana de este tipo de equipamientos. Ruiz no entiende de efemérides encorsetadas en tan sólo 24 horas. Por ello, 2017 será un año de celebración. Día tras día.

Cuando desde el Ayuntamiento de Córdoba se decidió poner en marcha el proyecto, el Consistorio supo la dificultad que entrañaba la Biblioteca Central. En primer lugar, “iba a ser un edificio que no iba a estar en el centro. Pero fue una apuesta por descentralizar el equipamiento de la ciudad y distribuirlo; que los intereses se repartieran y el centro no estuviera saturado de servicios”. En segundo lugar, Ruiz reconoce que, por aquella época, los barrios que la rodeaban eran de “clase media-baja” con una “población poco acostumbrada a hacer uso de equipamientos públicos. Y no porque no supierann sino porque no los tenían”.

Este aspecto socio-económico influyó de tal manera que “no son pocas las veces” en las que los trabajadores se han encontrado con usuarios que “se llevaban el libro sin más”, sin antes reservarlo, o usuarios que “se llevaban el periódico debajo del brazo”, apunta Ruiz. “Esto pasaba no por mala intención sino, simplemente, por falta de hábito cultural”, señala el director.

A estos dos factores hay que sumar la intención de “cambiar el concepto de biblioteca” que se tenía hasta ese momento. El carácter elitista y exclusivo no podía formar parte de la Biblioteca Central. Y contra eso lucharon sus artífices. Ruiz explica que “el público que teníamos en el Archivo Municipal, en la calle Sánchez Feria, era elitista y con mayor poder adquisitivo. Además, el concepto que se tenía de la biblioteca era el de la custodia y salvaguarda de los libros. Y con la Biblioteca Central queríamos hacer todo lo contrario: que los libros salieran a la calle y que éste dejara de ser un sitio cerrado”.

Todas estas pretensiones se volcaron en un proyecto que bien recibieron los arquitectos encargados de la obra: Gabriel Rebollo, Rafael Valverde y Sebastián Herrero. Ruiz sonríe al recordar a este equipo que supo “formar un buen tándem” con todos los que apostaron desde un primer momento por esta biblioteca. El reto era difícil: convertir unas instalaciones militares en un centro de sabiduría. “Si conceptualmente le quisimos dar una vuelta al servicio bibliotecario, también queríamos dársela al edificio. La normativa no nos permitía hacer un lugar nuevo, sino adaptarnos al que ya teníamos. Nos encontramos con un edificio que quería defenderse del exterior y que nadie entrase. Y nosotros no queríamos eso. Queríamos invitar a la ciudadanía a entrar”, explica Ruiz.

Dicho y hecho. Cada aspecto de la biblioteca es un reflejo del espíritu con el que nació la biblioteca: “Que vieniera la gente”. Por ello, “la entrada está a la misma altura que la calle, las entradas son todas cristaleras, el mismo pavimento interior es el que sale al exterior y el ladrillo sale de fuera a dentro. Quisimos transformar el concepto de biblioteca como templo sacrosanto para que pueda entrar todo el mundo”.

Y lo han conseguido. Desde hace diez años, la Biblioteca Central ha recibido casi tres millones de usuarios de todas las edades, desde los más pequeños en clubes de lectura hasta los de mayor edad. Ruiz señala que es esta clase de usuario la que “más ilusión nos hace”. “Se trata de personas o que no habían leído antes o que nunca habían entrado en una biblioteca por ese respeto reverencial que se tenía a estos edificios”.

En esta clasificación de usuarios, Ruiz distingue entre los que consumen los recursos y los que hacen uso del espacio. Y son de estos últimos de los que surgen las peticiones de mayores puestos de lectura y más horas y días de apertura. Sin embargo, Ruiz aclara cuáles son las funciones principales de la Biblioteca Central: “Si nos atenemos a las leyes, el dar puestos de estudio no es una función propia de las bibliotecas públicas pero reconocemos que es una demanda. Sin embargo, las bibliotecas son centros de información, de cultura y de difusión que deben ir dirigidos a los que demandan recursos”.

En este sentido, Ruiz reconoce “no estar a la altura porque no tenemos los medios para ello”. “La biblioteca debería tener el libro que interesa a la misma vez que se encuentra en los escaparates de las librerías y si no lo hacemos es por falta de recursos económicos”. No obstante, la Biblioteca Central palia estas deficiencias dando “otro valor añadido a través de selecciones bibliográficas o manteniendo vivos libros interesantes que ya no están en las librerías”. Actualmente, el fondo bibliográfico de la librería es de 109.158 ejemplares, de los que un 20% pertenece a un fondo histórico que “por ley tiene que estar en custodia y no puede salir de la biblioteca”.

Una de las controversias a la que ha tenido que hacer frente la biblioteca ha sido la entrada de aquellas personas que no tiene un lugar en el que guarecerse o, simplemente, pasar el día. Y esto, incide Ruiz, se debe también al lugar que ocupa la biblioteca. El directo es taxativo en su respuesta: “No debemos ni queremos negarle la entrada a nadie. En las bibliotecas públicas, el derecho de admisión no está previsto. Estamos en una zona que por los equipamientos sociales y cuestiones históricas tiene un gran número de personas sin hogar que utilizan la biblioteca como refugio. Es un lugar abierto y para todos”, concluye el director.

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