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Ana Rivas: “Para tener una librería te tiene que gustar la gente”

Ana Rivas | MADERO CUBERO

Manuel J. Albert

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Ana Rivas tenía la vida resuelta. Funcionaria de las bibliotecas municipales, gozaba de un trabajo estable, un horario asequible y la garantía de una nómina mensual. Pero el mismo amor por los libros que terminó en ese –a priori- plácido esquema vital, la llevó a dar un giro a su día a día en forma de triple salto mortal con tirabuzón. Ese más difícil todavía se llama La República de las Letras y es su librería.

Ubicada en la plaza de Chirinos, en pleno centro de Córdoba, La República es mucho más que una tienda de libros. Desde que abriese sus puertas en 2015, este rincón se ha convertido en un polo de atracción cultural para todo el que ama el mundo de la edición y la letra impresa. Pero también para quienes se mueven por la inquietud en las artes plásticas, el vino de calidad o una buena conversación. Y es que lo primero que a muchos les llamó la atención cuando se inauguró la librería fue la presencia de una barra y una pequeña terraza con sillas y mesas a sus puertas. Una trampa acogedora para hacer del lugar un espacio casi hogareño en el que poder curiosear, dialogar y pasar las horas.

Este espíritu de andar por casa sigue presente en el momento de esta conversación con Ana. La misma se interrumpirá varias veces por dudas de los clientes que requieren la atención de la librera. De fondo, un conocido tocará piezas de música clásica en un piano de cola mientras más amigos cruzan la puerta saludando por su nombre a Ana. Fuera, en el velador, tres mujeres discuten sobre filosofía de Aristóteles y varios niños pegan balonazos. Lástima el tráfico, mucho más ruidoso e intenso desde la peatonalización de Capitulares.

PREGUNTA. ¿Cuántos vinos os habíais tomado en el momento en el que decidisteis abrir una librería con barra?

RESPUESTA. No sé, pero la verdad es que teníamos muchas ganas de montar un proyecto así y desde luego que lo celebramos. Con cuántos vinos ya no sé decirte, pero seguro que con bastantes (risas).

P. ¿Un negocio como éste hay que dejarlo fermentar un tiempo, como una buena bebida?

R. Sí... Cualquier negocio necesita un poco de reposo, dejar pasar algo de tiempo. Ocurre en cualquier sector y en el mío, desde luego. Un negocio no puede ser una cosa que de pronto surja. No es como ganar la lotería y que al momento recibas una cantidad de dinero. Tiene que llevar su tiempo porque una va modificando las cosas a medida que conoce la ciudad y es consciente de lo que ella demanda. Desde luego, para eso, hay que dejarlo reposar un tiempo.

P. ¿Te embriaga la lectura?

R. Sí. Pero cuando una se embriaga también se puede perder e incluso marearse un poco. Pero en mi caso, cuando leo, la verdad es que se me afinan muchísimo más todos los sentidos que en otros momentos de mi vida. Será por la costumbre. La lectura requiere concentración y creo que eso sí que lo tengo trabajado.

P. ¿Por qué La República de las Letras y no El reino de las letras?

R. Porque El reino de las letras suena un poco raro; La República de las Letras suena algo más participativo. En cualquier caso, el nombre viene de un movimiento que existió realmente y que comenzó en el Renacimiento con Petrarca y por el cual los humanistas de aquella época mantuvieron lo que ahora llamaríamos una red social, una comunicación continua por carta. Y duró cinco siglos, por encima de religiones y fronteras. Yo había leído mucho sobre lo que fue la república de las letras; me encantaba también el nombre por las reminiscencias de lo que pueda suponer ahora y me parecía algo fantástico. Fui a Madrid cuando la Biblioteca Nacional hizo una exposición de cartas de españoles que estuvieron en ese movimiento y tenía claro que si montaba algo iba a ser La república de las letras. Porque aquí también estamos todos al lado los unos de los otros hablando. Y, por supuesto, este nombre tiene que ver con el momento actual… Y esto es una república, no una monarquía (risas).

P. En tu república, cuál de estos libros sería la Constitución.

R. La república de las letras, del francés Marc Fumaroli, editado en Acantilado (risas). Estudió ese movimiento del que te hablaba y escribió un libro en 2013 que se lo publicó esa maravillosa editorial que es Acantilado y donde este autor suele editar. En este libro se hace una recopilación de todos los artículos que ha escrito durante muchos años. De todas formas, quien más ha estudiado el tema de la república de las letras es la Universidad de Standford, en Estados Unidos, que tiene todo un departamento dedicado a este tema.

P. ¿Qué pasó en 2015 para dierais el paso y abrieseis vuestra particular república de las letras? Tú trabajabas cómodamente en las bibliotecas municipales.

R. Siempre quisimos hacer un proyecto así. Yo tenía muchas ganas, lo consulté con mi familia y lo hicimos. ¿Por qué en ese momento? Pues la verdad es que no lo sé, siempre hay un momento en el que te das cuenta de las verdaderas fuerzas que tienes para hacer algo y te lanzas. Siempre hay un detalle, un instante en el que una conversación puede ser el pistoletazo de salida. Decidimos que sí, que había que dar el paso y creo que esa misma noche nos pusimos a planificar.

Siempre he considerado los libros productos de primera necesidad

P. Todos los negocios son arriesgados, pero una librería se antoja más todavía.

R. Una librería, como todo lo que tiene que ver con el mundo cultural, no vive su mejor momento con la crisis ya que un libro no es considerado un producto de primera necesidad. Cuando uno va justo para comprar el pan o la leche no se va a poner a comprar libros o cuadros. Aunque yo, personalmente, siempre los he considerado productos de primera necesidad porque creo que el tema de la lectura es fundamental en la educación. Pero bueno, de eso ya hablaremos más adelante.

P. ¿Por qué creías que podía funcionar?

R. Lo creía y lo sigo creyendo. Sabía que iba a ganar muchísimo menos de lo que ganaba antes -eso hay que tenerlo muy claro-, sabía que iba a trabajar muchísimo más -eso también hay que tenerlo claro- y que al principio íbamos a ganar solo para mantener la librería, prácticamente. Yo hice un plan de negocio y nos hemos puesto a nosotros mismos un plan muy duro porque sabemos que no es como montar una discoteca que se te llena de gente cada noche. Esto es distinto, es otra cuestión y lo hicimos sabiendo que era posible. Pero insisto: requiere de muchísimo trabajo, más todavía del que yo pensaba, pero estamos haciendo lo que nos gusta.

P. Vender libros no es fácil, pero vosotros vendéis algo más: una forma de entender la cultura. ¿Cómo definirías esa idea? ¿Y habéis logrado plasmarla en la librería?

R. Cuando uno tiene un proyecto, tiene que ver con su forma de ser y con su propio carácter. Esta librería somos nosotros, quienes la hemos montado. Si te digo que tiene gran parte del contenido de las estanterías que tenemos en casa, te puedes hacer una idea. El hecho de mover los libros continuamente o de tener editoriales diferentes ya es significativo. Y no solo por el hecho de tener editoriales independientes -que no todas son buenas, ni son sinónimo de calidad- sino por el trato y el tipo de libros que recomendamos o exponemos y que siempre tienen cierta calidad literaria. Y que nadie se asuste, pueden ser muy sencillos de leer, pero aquí no van a entrar libros como los de Belén Esteban; esa decisión tiene mucho que ver con el librero. Y luego está la propia fisonomía de la tienda: tener los libros muy repartidos por mesas y silla, además de las estanterías. Eso ofrece una forma sencilla de acercar a la gente a los libros. El otro día un señor de Madrid que vino me dijo que le daba la sensación de estar en una librería de viejo pero con libros nuevos.

P. ¿Por qué?

R. En las librerías de viejo está esa costumbre poner los títulos en las mesas y que la gente rebusque en ellos con afán de lectura. A nosotros en La república de las letras lo que nos gusta es rebuscar entre los libros durante horas, nos encanta. Y nos sale de manera natural disponer así los libros. Por eso, lo mismo tenemos la barra como ahora mismo, tan llena de libros que casi no nos deja ni servir las copas. Pero sobre todo, en lo que queríamos centrarnos y ser diferentes era en el tipo de libros que íbamos a vender. No queríamos centrarnos en un tipo de libro que fuese best seller. A ver, no es que no haya libros de Ken Follet, -normalmente tenemos un ejemplar, no más, por si viene alguien- pero nuestra filosofía es otra; es la de transmitir que el libro es algo cercano y nada elitista. Los libros buenos no son de una élite, tienen que ser una cosa cercana y yo trato de proyectar ese concepto por los libros han sido cercanos para mí siempre. Quería que la gente pudiese tocar los libros, que los cogiesen, los ojeasen y que lo pudiesen hacer también los propios niños. Por eso tenemos puestos esos pufs (señala) al lado de las mesas. La gente puede curiosear para ver si algo les interesa y si no es así, pueden devolver el libro a su sitio como harían en casa. La librería tiene que ser un espacio natural en el que la gente esté de la misma forma en que puede estar en su casa.

Esta librería somos nosotros, quienes la hemos montado

P. Pero en vuestro caso existe un orden. Porque en las librerías de mi casa...

R. Claro, aquí la narrativa está con la narrativa, el conocimiento está en otro sitio, la poesía en otro, la novela gráfica tiene su propio lugar... Lo que ocurre es que, como tenemos tendencia a cambiar mucho, nuestros letreros son todos de quita y pon; no tenemos ninguno fijo porque nos gusta mucho sacar temas y ponerlos encima de las mesas o sillas... Así que hoy ves esta mesa aquí con temas relativos al conocimiento y mañana estará con temas de mujer o de filosofía.

P. ¿La ciudad cala de alguna forma en esta dinámica de la librería?

R. Una de nuestras características es que tenemos mucho contacto con las personas que vienen aquí y con las que al final terminas teniendo una relación muy fluida ligada al libro y a todos aquellos temas que les pueda atraer. Es un feedback que traigo de mi etapa en las bibliotecas públicas. Allí estamos muy acostumbrados a hablar con los ciudadanos para saber lo que les interesa e incluso les hacemos preguntas -que muchas veces ni ellos mismos saben a cuento de qué- para conocer sus intereses. Es muy importante hablar mucho con la gente, tanto como ofrecer nuestro propio espacio para que la gente se reúna y hable. Aquí viene grupos de todo tipo y eso te da información continua de primera mano. Para estar al día no solo puedes leer revistas especializadas, sino hablar con la gente; y nos gusta. Para tener una librería te tiene que gustar también la gente, no solo la lectura, sino interactuar con las personas.

P. Nos citabas antes tu etapa en las bibliotecas...

R. He estado muchísimos años allí. Y muy buenos. Estaba encantada de estar allí trabajando porque soy una defensora absoluta de las bibliotecas y de las bibliotecas públicas, por supuesto. Esto es diferente, desde luego. Creo que la parte similar entre una biblioteca y la librería la pongo yo porque no puedo dejar de ser bibliotecaria. Esto de hablar tanto con la gente y de recomendar un libro y no otros -aunque los pueda vender- tiene mucho que ver con esa parte de bibliotecaria que llevo encima.

Aquí no van a entrar libros como los de Belén Esteban

P. ¿Y no choca con tu parte empresaria eso de aconsejar a un cliente que no compre un libro determinado?

R. Eso mismo me dicen los comerciales pero yo creo que a la larga, aunque sea más lento, es algo de agradecer. Al fin y al cabo, en las librerías te gastas un dinero. Siempre puede ocurrir que te recomiende un libro y al final no te guste, aunque a mí me parezca estupendo. Eso pasa mucho. Pero si un libro es malo -porque los hay- sienta muy mal que alguien te lo venda. Y eso hay que cuidarlo porque al final la gente te va agradecer la calidad y la honestidad. El otro día, por ejemplo, llegó una mujer y me preguntó por novela erótica. Yo me asusto con esas cosas por la moda que hay con las sombras de grey y tal. Yo no conocía a esa señor para nada pero ella me apuntaba que quería algo no demasiado denso. Así que le pregunté si había ido a ver la película de las sombras de Grey. “Oh, no, por favor”, me respondió. Imagínate que no le pregunto y le doy directamente 50 sombra de Grey, que es una novela malísima, horrorosa; pues esa señor se habría gastado un dinero y yo habría quedado... (silencio). Pero bueno, al final, es siempre el cliente el que termina eligiendo. Yo intento orientarles y advertirles, si llega el caso, del lugar en el que se están metiendo. Y eso, como te digo, no solo se termina agradeciendo, sino que forma a un tipo de cliente que te es más fiel porque sabe que puede hablar contigo y que puede comentarte el libro.

P. ¿Y cómo lograr eso en un mundo en el que empiezan a abundar a los jóvenes a quienes se consideran nativos digitales?

R. Al menos se les considera, aunque creo que no saben tanto.

P. ¿Se les puede hacer de papel otra vez?

R. No hay una fórmula y si la tuviésemos, ya la habríamos puesto en práctica. Lo que es cierto es que el sistema educativo va cada vez peor en muchísimos sentidos y el tema de la lectura lo tiene absolutamente abandonado. Pero no solo el sistema educativo, también se tiene abandonado en la familia. Y no porque se esté sustituyendo por lo digital, sino porque no se le está dando un papel relevante a la lectura en general. Y un chaval que no sepa leer, ya sea en digital o en papel, no es capaz de entender lo que lee en general. Da igual que se lo pongas en una pantalla o en un libro de texto; tienes letras, palabras y oraciones que tienes que entender lo que significan. Si eso no se trabaja, tenemos un problema y creo que no se está trabajando e ello. Para empezar, hay un porcentaje de profesorado cada vez mayor que no lee. Algo que, por otro lado, ocurre con los adultos en general.

No se puede considerar el libro como un castigo ni usarlo como tal

P. ¿Cómo resolver eso?

R. Una fórmula no existe, insisto. Tiene que ser algo natural en sus vidas y eso se hace a través de la enseñanza en escuelas y hogares. Ahora mismo, en general, la lectura les resulta algo ajeno mientras que no lo es un móvil o un iPad. Si es algo natural, se conseguirá pero hace falta un trabajo de fondo. No puede ser que los chavales lean un libro de pronto y luego nada...

P. Y que no se vea el libro que se manda leer como un castigo.

R. Es que a veces lo mandan como si fuese un castigo. A mis hijos jamás les he negado la compra de un libro. Para castigarlos, jamás les he dicho que tal libro no se lo iba a comprar porque los considero fundamentales para la vida. Nunca se puede considerar el libro como un castigo ni usarlo como tal. Sí creo que en la enseñanza tienes que obligar a leer algo, pero hay que trabajarlo para que a los estudiantes les resulte más agradable. Porque el sistema que se usa consiste en que primero se leen la historia y luego les hacen preguntas concretas sobre ella. Sinceramente, eso es una estupidez como un castillo y hace que cuando uno lea no disfrute porque se esfuerza en recordar detalles que ni los que estamos habituados a la lectura recordamos. Leer sabiendo que te van a poner un examen es mortal porque lo haces de la misma forma que si te leyeses un libro de texto. Sería mejor que se hiciese un debate en clase en vez de examinar a los chavales de un libro, eso lo considero una barbaridad absoluta. Mi hija de 15 años está en esa tesitura y se lee los libros que les mandan apuntando estupideces sobre detalles de los personajes y sus acciones. Yo no me leo un libro así. Si me leo un libro, me lo paso estupendamente pero no me quedo de memoria con los detalles. Y eso es lo que se hace, sin ningún sentido. Y los chavales están horrorizados. Yo, quitaría ese tipo de exámenes de manera radical y luego ya veríamos cómo hacemos las cosas.

P. Reconciliar de nuevo la lectura con el placer.

R. La lectura, nos guste o no, es fundamental y hay que leer. Los seres humanos tenemos una inteligencia lingüística y como no la desarrollemos vamos mal. Nos hace falta y es fundamental para nuestra especie porque es la inteligencia más importante que tenemos. Hay que leer y si además podemos unir a esta obligación el placer, muchísimo mejor. Habrá un porcentaje que nunca lo haga pero creo que muchísimas más personas se iniciarían en la lectura si se trabaja de esta otra manera. Se ve claramente en los clubes de lectura donde hay gente que se viene a charlar sobre libros de una forma más agradable y sin necesidad de entrar en ese grado de detalle que se usa en los exámenes de las escuelas. Entiendo que es una forma de evaluar más cómoda para el profesor, pero creo que ni siquiera sería necesario poner notas para este tipo de ejercicios.

Lo que hace más daño a la venta de los libros es que no se lee

P. ¿El libro electrónico es un peligro para un modelo de negocio como el tuyo?

R. No, el libro electrónico no está haciendo tanto daño como se cree. Hay un porcentaje de personas que lo usan pero aún es poco. Todo lo digital se usa más para los manuales universitarios, libros de estudios y eso. Pero cuando uno lee ficción, el porcentaje de personas que usan estos dispositivos mucho menor. Date cuenta de que es una pantalla que siempre es igual por mucho que le agrandes las letras. Y a los seres humanos nos gusta percibir más cosas, tenemos más sentidos. Por eso es mucho más agradable leer en papel, aunque sí hay un porcentaje de personas al que le gusta lo digital. Pero no es lo que más daño va a hacer a los libros y a las librerías. Lo que hace más daño a la venta de los libros es que no se lee. Y ya está. Eso daña tanto al libro electrónico como al papel.

P. ¿Córdoba es una ciudad especialmente dura para las librerías?

R. Córdoba es dura para la cultura en general, no solo para las librerías. Pero que lo sea no quiere decir que no pueda ser permeable; eso es un trabajo más lento y de fondo. Uno no puede creer que poniéndolo en marcha se pueda dar un pelotazo pero hay que trabajar entre todos, desde lo privado y lo público. Estoy muy agradecida a la gente de Córdoba pero que nadie piense que me estoy haciendo rica, me mantengo. Es un trabajo muy lento pero cuando realmente empiezas a hablar con las personas y ves el resultado, no puedes más que estarles agradecida. Por cierto, aprovecho para decir que el 16 de marzo tendremos aquí a José Ovejero que vendrá a presentarnos La seducción, publicado por Galaxia Gutemberg.

P. Eso demuestra que es una librería muy viva y que tratáis de darle una dinámica social amplia. ¿Estáis consiguiendo lo que teníais pensado?

R. Hacemos lo que queremos. Hacemos exposiciones, como la última de Elena Jiménez, porque venimos del mundo de la cultura. La librería es lo que nosotros somos. El proyecto tiene que ser uno y eso somos nosotros. No digo que estemos haciendo lo que hemos proyectado, estamos haciendo lo que queremos y nos lo pasamos estupendamente. Detrás hay muchísimo esfuerzo con jornadas desde las siete de la mañana a las nueve y media de la noche sin comer en casa. Yo estoy dispuesta a eso porque soy muy ambiciosa en cuanto a sacar proyectos adelante, el resto me importa menos. Pero todo a costa de mucho trabajo, quebraderos de cabeza y noches sin dormir. Por eso dicen lo que uno quiere, muchas veces cuesta. Pero a nosotros no nos importan que nos cueste.

P. ¿Qué habéis aprendido de otras librerías de Córdoba? Hubo un momento en que, al ritmo en que cerraban, parecía que nos quedábamos sin ellas.

R. Yo he tenido mucho contacto a través de la biblioteca y han sido personas de las que he aprendido mucho sobre gestión de las librerías porque era un mundo que no conocía. Pero en el resto de aspectos, cada negocio tiene su propia personalidad y cada uno pone la suya en su negocio. Y ahí no he intentado parecerme a ninguna de las librerías que he conocido.

Córdoba es dura para la cultura en general, no solo para las librerías

P. Pero tendrás una librería favorita.

R. Sí, pero está en Madrid. Se llama La fugitiva.

P. ¿Y qué tiene?

R. Es una librería pequeña con tres mesitas de café y siempre encuentro libros que me gustan, aunque tenga pocos fondos. Pero el tema de volumen de libros siempre me ha dado igual: si no está el que busco, compro; como yo leo mucho no me importa. Y además, te puedes tomar un café. No sé exactamente qué tiene esa librería... creo que fundamentalmente eso: libros que a mí me gustan, que yo leo. Me siento muy a gusto con los libreros porque son gente muy abierta.

P. A lo largo de esta entrevista bastante gente te ha pedido consejo sobre títulos y libros.

R. A veces pasa, otras veces no.

P. Cuando vas a La fugitiva, ¿te dejas aconsejar por el librero?

R. A mí es que lo que me gusta es hablar con él sobre libros y descubrimos libros mutuamente. Eso también lo hago aquí y es algo que agradezco mucho porque como todos los libros del mundo no nos los podemos leer, hablar con personas que leen me sirve muchísimo. E imagino que lo que yo digo, a ellos también les sirve, sobre todo si es un profesional. Entre la personas que leemos, como a quienes les gusta la música, la conversación sobre libros es sale sola.

P. Cuando hablas de “las personas que leemos”...

R. Los que leemos somos muchos, más de lo que la gente cree.

P. ... parece que lo hagas como si fueseis una comunidad.

R. No, no. Lee mucha gente pero hay un tipo de persona que está más obsesionada con la lectura y habla más de lo que lee. Pero no formamos ninguna comunidad y, de hecho, no se pertenece luego a ningún perfil por clases, sectores o barrios. No, no tiene nada que ver con eso. Esto es como en el caso de las personas a las que les gusta mucho el cine. Cuando te gusta hablar mucho algo, te gusta hablar de ello. Pero en absoluto es una comunidad cerrada, la cosa es mucho menos mistérica de lo que la gente cree.

P. ¿Cuando empiezas a un libro lo terminas siempre?

R. Hasta no hace mucho sí, pero desde hace un tiempo he decidido que no. No sé muy bien por qué lo hacía, pero desde pequeña cuando empezaba un libro lo acababa aunque no me gustase. Ahora no lo hago porque al final, si no me gusta, me da la impresión de que es una penitencia.

P. ¿Y sigues descubriendo nuevos autores?

R. Continuamente. También es verdad que ahora publica muchísima gente y eso es un problema porque no todo el mundo tiene el don de la escritura. Y con esto de la autoedición, es mortal de necesidad. Pero a pesar de todo, sigo descubriendo autores buenísimos aunque no no me dé tiempo a descubrirlos a todos.

El libro electrónico no está haciendo tanto daño

P. ¿Y cómo ves el panorama editorial en Córdoba?

R. Ha aumentado el número de editoriales y eso está bien. Estaría mucho mejor que pudiesen funcionar y vivir de eso. Pero que la gente ya haga cosas me alegra mucho.

P. ¿Qué futuro le espera a La república de las letras?

R. Ahora mismo estoy muy en el presente, en lo que estoy haciendo y no sé sinceramente por donde irá el futuro. Imagino que en seguir haciendo lo que me gusta y en que se me vayan ocurriendo nuevas cosas, seguro. Pero el día que no me apetezca, no me apetecerá. Y no pasará nada. Ahora mismo no es así porque tengo muchas ganas pero no me voy a obligar a nada cuando deje de tener ganas. El proyecto está consolidado y quiero ampliar secciones como la de LGTB, mujer, arte, cine y música. También quiero que haya más actividades permanentes como talleres de escritura.

P. Actividad hay, justo en la mesa de al lado tres chicas hablan de filosofía ahora mismo.

R. Y van a seguir surgiendo grupos porque la gente los va montando. Yo provoco que esto sea un sitio donde la gente haga cosas.

P. Empieza la Feria del Libro dentro de dos semanas.

R. Nosotros somos una librería más que va a ir. Pero es verdad que existe una vinculación especial ya que yo, hasta el año pasado, he estado en la Comisaría del Libro. Defendemos la Feria y esperamos que vaya mejor. Al mismo tiempo, nos gustaría que no fuese un lugar al que vayan solo grandes autores, en cambio, esperamos que se convierta en un lugar de encuentro para todos.

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