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José Sacristán, ese ¿impoluto? fontanero de la política...

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Manuel J. Albert

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El Gran Teatro se asomó anoche a ese oscuro mundo -común en todo occidente- de las trastiendas de los grandes partidos políticos y sus campañas electorales. Ese hábitat propio de enchaquetados y perfumados hombres -y también mujeres- que hacen y deshacen gobiernos a golpe de talonario e influencia. Una casta muy especial, seguidora de una sencilla ideología con un único mandamiento: lograr el máximo beneficio posible. Algunos les llamas lobistas; otros, fontaneros; pero todos saben que, de una forma u otra, ellos son los que realmente mueven los hilos. Y casi nunca pierden. Aunque, eso sí, José Sacristán contó anoche sobre las tablas un caso muy especial en el que uno de estos personajes sufre su particular tarde de perros.

El guionista y dramaturgo estadounidense David Mamet escribió Muñeca de porcelana pensando en Al Pacino, que la estrenó en Broadway. Y en España ha sido el veterano actor José Sacristán el encargado de dar vida a este alto cargo de las sombras en su estreno hace justo un año en Sevilla. La obra tiene un punto cordobés ya que de esta ciudad es su director, Juan Carlos Rubio, que ha contado con la colaboración en la versión castellana de Bernabé Rico.

La exquisita y sobria escenografía está tangencialmente dominada por un precioso sillón Eames -sinónimo del reposo del guerrero ejecutivo estadounidense de los años cincuenta y sesenta- donde jamás se sienta Sacristán en la hora y cuarto que dura la obra. Porque la tensión no deja de crecer en ese remolino en el que se convierte la jornada de un protagonista que contempla cómo su vida gira sin frenos por el sumidero.

El artista da vida a un veterano multimillonario -con algún que otro ademán mafioso cuando se le tocan las narices- que se las promete muy felices con su jovencísima y atractiva novia. Una serie de desgracias le tendrán enganchado al teléfono a lo largo de prácticamente toda la función. Con una mano hablará con ella, con la otra tendrá en vilo a antiguos camaradas de campaña e incluso amenazará a todo un gobernador que parece estar haciéndole la vida imposible.

En lo que se convierte prácticamente en un monólogo, Sacristán interactúa con todos ellos sin que los espectadores escuchen las réplicas. Un ejercicio en el que el intérprete pasa por antagónicos estados de ánimo en segundos, manteniendo dos o incluso tres conversaciones a la vez -bien al teléfono, bien con su secretario, único secundario interpretado por Javier Godino- al tiempo que se mueve por la habitación, abre y cierra armarios, apunta instrucciones o da inverosímiles utilidades a una maqueta de avión.

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