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Pablo García Baena: “Los poetas del sur somos más poetas”

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Marta Jiménez

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Cuando la periodista abre su cuaderno en el salón de la casa de Pablo García Baena, situada en el que dicen es el punto más alto del casco urbano de Córdoba, cae una servilleta de su interior. Es una de esas típicas servilletas de taberna que Cosmopoética distribuyó el pasado otoño por los bares cordobeses con un verso escrito sobre ellas. La que ha caído al suelo de casa de Pablo dice así: “Escribir un poema es pedirle el teléfono a una desconocida. Eduardo García/2014”.

Eduardo murió el pasado abril a los 50 años. Un aire de tristeza se adueña del barroco salón. “Pobre Eduardo, qué pena tan grande. Qué espléndido pensamiento en ese verso. Emocionaba su poesía y luego él era tan divertido, tan alegre, tan amigo, que olvidabas esa tristeza momentánea”, suspira Pablo.

Al poeta más joven de Cántico, que ha cumplido ya los noventa y cinco años, se le ha invitado a conversar con Cordópolis para inaugurar 2017. Y ha aceptado. En este año que hoy comienza se cumplirán setenta años del primer número de la revista Cántico (1947), además de celebrar el centenario del nacimiento de una de sus almas, el poeta Ricardo Molina. Rodeados por la sólida quietud que dan cortinajes y óleos, pastorcillos y vírgenes, libros con muchos años encima y mucho amor por los objetos que han acompañado a Pablo toda la vida, sentados en una mesa camilla presidida por una reproducción en plata del monumento a Torrijos de la plaza de la Merced de su querida Málaga, aquel héroe utópico que murió por la libertad y la constitución, mantuvimos una charla muy grata unos días antes de Navidad, a la que ahora el lector puede asomarse.

“Eduardo nos ha telefoneado a nosotros con ese verso desde la eternidad”, dice Pablo mirando al infinito. La intuición de una charla que bien puede alcanzar varias dimensiones

PREGUNTA. ¿Cuáles son sus deseos de año nuevo?

RESPUESTA. Yo ya puedo desear poco, porque los años están ahí amontonados y algún día se cobrarán de tanto tiempo que me han dejado vivir. Es una fecha de recuerdos. Tendríamos que recordar a tantos amigos, como los poetas de Cántico, de los que no queda ninguno excepto el pintor Ginés Liébana. De desear algo, el mundo está tan desolado, tan al borde de un abismo que desconocemos, que pediría un poco de paz para la gente migrante, a esas naciones enteras que se echan al mar con todos sus peligros por culpa de la guerra y el hambre.

P. En 2017 se cumplen setenta años del primer número de la revista Cántico y cien del nacimiento de Ricardo Molina en 1917.

R. En realidad, él nació el 28 de diciembre de 1916, el Día de los Inocentes. Él decía siempre, yo nací el Día de los Inocentes, como don Pío. Don Pío era Pío Baroja, que también nació el Día de los Inocentes, así que por cuatro días se celebra su centenario en el diecisiete, pero él vive cuatro días en 1916.

P. ¿Cómo le gustaría que se celebraran estas dos efemérides?

R. Bueno, a mí me gustaría que se reconociera de una vez la categoría de poeta de Ricardo, de flamencólogo, de prosista de ensayos impresionantes, como su libro La función social de la poesía, su labor de periodista, que yo a veces le decía te has escrito el Córdoba entero, porque lo hacía con varios seudónimos. Que se reconociera su valor enorme. Cántico sin Ricardo no hubiera existido. Él no era el que mandaba ni el director, él era el pensamiento entero de Cántico. Alguien ha dicho que los poetas de Cántico son solo un poeta, y en eso que parece una bobada, hay mucho de verdad. Directores no éramos ninguno y éramos todos. Todo lo que salía en Cántico estaba previamente, dicho, pensado y discutido entre los cinco poetas de Cántico. La voz de Ricardo era autorizada y siempre le hacíamos caso, pero él también nos hacía caso a nosotros.

(Suena largamente el teléfono de casa de Pablo y pregunta la periodista “¿va a cogerlo”?, a lo que su dueño responde tajante y burlonamente sorprendido “¡no!”. El fotógrafo ríe.)

Cántico sin Ricardo [Molina] no hubiera existido

P. Este periódico, Cordópolis, que es digital y, por tanto, posee datos muy fiables del perfil de quienes lo leen, tiene una mayoría de lectores entre los veinticinco y los cuarenta y cuatro años. Se trata del medio generalista de Córdoba con público más joven. Puede que muchos de ellos no tengan la menor idea de lo que fue Cántico. ¿Cómo se lo explicaría usted?

R. En aquellos tiempos y en Córdoba, que es terrible, fue como el sendero, una luz en un cuarto oscuro. Nadie puede imaginar lo que era aquella vida de la posguerra en una ciudad tan cerrada y desdeñosa como Córdoba. Fue un verdadero acontecimiento del que si Córdoba se dio cuenta, le dio exactamente igual que no hubiera existido. La maravilla de Cántico es que se sostuvo y no pocos años, aunque lo parezca. Las revistas de poesía tienen una vida muy corta porque los suscriptores se cansan, los lectores se cansan y las revistas acaban. En Córdoba ocurrió algo impensable, la revista Rubor que nació en el 35 ó 36 y duró solo un año. Las revistas tienen una vida muy ligera, son como las flores, lo decía Góngora, Ayer naciste, morirás mañana. Cántico alcanzó un número fatídico, trece, nos tomamos un descanso, hubo una primera y una segunda época, pero el verdadero valor de Cántico fue con los suscriptores, que eran los amigos, mantuvimos aquellas páginas con la relativa libertad que tuvimos. Hacer un número a Cernuda, prohibidísimo del régimen y régimen prohibidísimo por Cernuda, que no quería saber nada de España y mucho menos de Andalucía. Estuvo preguntando a José Luis Cano y a Bernabé Fernández Canivell, pero estos poetas de Córdoba quiénes son, con ese nombre de Cántico, que él creía que era por el libro de Guillén [Jorge].

P. ¿Y el nombre no venía de ahí?

R. Noooo, su nombre viene de los cánticos de la Biblia, de San Juan de la Cruz y de toda la literatura. Cuántas mujeres terribles hay en la Biblia, que cortan la cabeza de un hombre y luego hacen un cántico; o el Magníficat, que es otro cántico, ese es el primer documento asequible a nosotros, aunque los habrá más antiguos. También está el reconocimiento a Guillén, pero es secundario, porque él también toma su cántico de la Biblia y de San Juan de la Cruz.

Nadie puede imaginar lo que era aquella vida de la posguerra en una ciudad tan cerrada y desdeñosa como Córdoba

P. ¿Erais atrevidos o incautos haciendo esa revista en aquella época de plomo?

R. Yo diría que éramos más incautos que atrevidos y quizás por eso se nos dejó, estos cuatro o cinco locos que andan por aquí… Incluso poetas del exilio prohibidos, como Antonio Aparicio, tan desconocido y otros, aparecieron en Cántico y nadie dijo nada. Tradujimos a Louis Aragon, el comunista francés, y tampoco nadie dijo nada. Córdoba es desdeñosa, ella está segura.

P. ¿Cree que un joven o un adolescente de hoy puede verse reflejado en su poesía o en la de Cántico, descubrir que en algún poema suyo están sus mismos problemas, sus mismos deseos?

R. Yo creo que sí, si la lee con atención, si lo hace a la ligera porque tiene que ir a clase o ver al novio o a la novia o ir a dar un paseo, pero si lee con atención  la poesía de Cántico lo puede ayudar.

Las elegías de sandua [Ricardo Molina], habrá un libro de amor más hermoso que ese. Muchas veces lo he comparado con las Rimas de Bécquer, pero es un libro en el que junto a ese amor de niñez, se respira la sierra de Córdoba, el Bejarano, Trassierra, los lagares… tantos lugares por los que paseaban los poetas de Cántico.

Éramos más incautos que atrevidos y quizás por eso se nos dejó

P. La crítica de la época no reconoció la literatura de un grupo tan estéticamente independiente, en un país alejado del valor y la belleza por la que Cántico apostaba, ¿soñaban entonces con haber pertenecido a otra época?

R. Hemos soñado muy poco, no nos daba tiempo a soñar. No somos poetas de los sueños, sino reales. He dicho que era un poeta visual, no he escrito nada que no hubiera visto nunca. Tampoco éramos realistas, no teníamos ese ensueño romántico y un poco pesado de Espronceda, Bécquer o Zorrilla, nosotros éramos Cántico sencillamente. Vivíamos porque habíamos nacido y aceptábamos aquello porque era lo que conocíamos. Sabíamos que existían otros países donde había más libertad y otro afán, con ayudas a la poesía y a los estudiantes. Estábamos sueltos por Córdoba y nunca intentaron aprisionarnos. Hubo un momento en el que en el Ayuntamiento había un concejal que leyó el poema Narciso y le pareció una verdadera barbaridad, un poema pagano... no conocía el mito de Narciso, seguramente, y hubo un poco de lío pero no pasó nada, todo se diluyó como las aguas en las que se miraba Narciso.

P. ¿Cántico no hubiera sido sin Córdoba?

R. Yo no lo concibo sin Córdoba. Es una muestra de lo que puede ser Córdoba si se la quiere de verdad y se le quitan algunas asociaciones que molestan. No me refiero a los patios ni a las peñas ni a las cofradías, me refiero al conjunto en general (silencio). Uy, esto va a ser polémico. No lo digo con mala intención, quiero decir que todo eso enmascara a la ciudad. Córdoba era una ciudad seria, callada, pensativa, la vio bien Romero de Torres aunque sea un tópico, con esas mujeres enlutadas, asomadas a un quicio, esperando algo. También los poetas de Cántico esperaban algo. Pero no irse a Madrid a triunfar, qué disparate y qué tontería, con lo mal que se vive en Madrid. Alguna vez fuimos a Madrid, fuimos a visitar a Aleixandre, era la meca del momento. Fuimos Ricardo, Juan Bernier, Julio Aumente, que luego vivió en Madrid, y yo. Después fuimos en más ocasiones. En homenaje a nosotros siempre tenía una botella de Montilla para tomarnos una copa. Se lo agradecíamos mucho y nos lo envidiaban los poetas de Madrid. Era la meca de la poesía en aquel momento.

P. Le he escuchado decir en alguna ocasión que los poetas del sur eran una especie aparte ¿Qué significa eso exactamente?

R. Significa que los poetas del sur somos más poetas. Pero eso significa también que nos aíslan. Los poetas del sur somos distintos, entre otras cosas, porque los poetas del norte nos aprisionan debajo del país. Eso de vamos a aplastar a los andaluces ha pasado siempre, pasó con Herrera y pasó con Góngora, se le vio el aire fresco y europeo y se le consideró aparte, como a todos los andaluces. Pues mire usted, con mucho gusto.

Estábamos sueltos por Córdoba y nunca intentaron aprisionarnos

P. ¿Y les pasa también a los de ahora?

R. Seguramente sí, aún cuando ellos no quieran parecer andaluces. Hay poetas muy buenos en Córdoba ahora mismo, verdaderamente jóvenes. Y los hay de la eclosión aquella de poesía de los noventa, que se hicieron antologías solo de los poetas de Córdoba, como la de Luis Antonio de Villena y la de Lostalé. Los de ahora, que a lo mejor no sé el nombre, los hay muy jóvenes, que son buenos y llegarán. Hay que empezar muy joven para llegar a los 95.

P. ¿Es casualidad que en Córdoba siga habiendo tantos poetas?

R. Creo que en toda España hay una eclosión poética. Las revistas de poesía hicieron mucho durante la posguerra, había grupos en muchas ciudades, como Platero de Cádiz con Carlos Edmundo de Ory, Fernando Quiñones o Pilar Paz Pasamar, o Caracola en Málaga, con María Victoria Atencia o Rafael Pérez Estrada, poesía latente en muchas ciudades. La caña gris en Valencia, había en todas partes, Proel en Santander, con Pepe Hierro y Julio Maruri. El país quería acabar con aquel horror que acaba de pasar y la poesía tenía que salir y todo eso ha seguido. Esas tendencias han pasado a otras generaciones. El caso de Córdoba a lo mejor es más especial y Cántico sirvió de ejemplo, porque a la revista no le fue tan mal a pesar de sus inconvenientes y sus enemigos. Por qué no va a haber un segundo Cántico, una segunda hornada de poetas jóvenes que vayan a valer con el tiempo.

P. La revista Cántico acabó convirtiéndose en una corriente literaria de la España de posguerra, algo que se reconoció al cabo de las décadas. ¿Pudo intuir Ricardo Molina (fallecido en 1968) el reconocimiento que tendría Cántico?

R. No. Ricardo se va precisamente cuando va a empezar el reconocimiento. Hay ya un cierto amanecer, porque indudablemente, Ricardo, que se carteaba con todo el mundo, ya tiene cartas con Gimferrer [Pere Gimferrer, poeta], que no digo que sea discípulo de Cántico, ni mucho menos, pero la luz de Cántico llega hasta él. Ya hay esa exquisitez de la palabra, ese buscar la palabra justa para cada cosa. Ricardo tuvo epístolas con Gimferrer pero faltaría casi diez años para que apareciera el libro de Guillermo Carnero sobre el grupo Cántico, que fue lo que empieza a abrir la puerta para los poetas de Cántico, pero eso no lo conoció. Solo llegó a vislumbrar la luz de la palabra de Gimferrer. Hay algo que nos une a Cántico con la palabra ardiente, la palabra que llamea, dice Gimferrer en algún sitio. Cuando muere Ricardo, Gimferrer le hace un artículo en la revista Ínsula hablando de Cántico. Y hay algo que yo he usado mucho, aunque yo en el 68 estoy alejado de la poesía, viviendo en Málaga con mi tienda de antigüedades. Bueno, pues Gimferrer en aquel artículo póstumo dedicado a Ricardo habla del fantasmal Pablo García Baena. Pues sí, porque desaparecemos igual que salimos. Ricardo se muere y Juan Bernier se dedica a la arqueología, a su diario, a tomarse su café con Pepe Jiménez en la puerta de su tienda de fotografía en la esquina de Cruz Conde, Julio Aumente cierra su oficina de tractores en la calle Fray Luis de Granada y se va a Madrid, Mario López en su pueblo con su poesía fiel, que tanto lo han intentado separar de los poetas de Cántico y es tan Cántico como Juan Bernier, son otras facetas de Cántico.

También los poetas de Cántico esperaban algo. Pero no irse a Madrid a triunfar, qué disparate

P. ¿Cuando no escribíais poesía, seguíais siendo poetas?

R. El poeta no digo que nazca, nace quizás con algo favorable y debe aprender a leer y leer muchísimo, sobre todo poesía. La lectura es la universidad del poeta. En ese tiempo yo no he sentido nunca la necesidad de escribir. A mí me dicen, por qué no haces un poema para tal cosa, pues me pongo y lo hago. Es lo que me ocurrió en Málaga. El Corral era un bar donde se reunían los artistas malagueños con harto disgusto de la autoridad porque tenían que pedir un permiso para celebrar aquellas reuniones. Estaba Pepe Infante, Fernando Merlo, Aguilera, Pepe Bornoy, acudían Rafael León y María Victoria, Bernabé Fernández Canivell... y ellos deciden hacerme un homenaje. Pepe Infante me dice, tendrás que hacer un poema nuevo, porque llevas diez años sin escribir, y le contesté, bueno, lo intentaré, y lo hice para ese momento. Entonces volví a abrir un grifo, aunque nunca he sido un poeta manantial, más bien venero (risas), y ya empecé a hacer una vida más dedicada a la poesía, que viene y va. Después llegaron premios, homenajes… bueno.

P. Junto a las olas de Torremolinos, ¿llegó a ser libre?

R. Pues sí, sí. Málaga daba esa sensación de libertad que no veía en el resto del país. Era una ínsula, llena de extranjeros, que es el primer lugar que pisan en España tras la guerra. Las maravillosas suecas, que aunque suene a lago mítico había algo de verdad. Era como abrir un ventanal al mar y a la libertad del poder pasear por las playas en bañador, que estaba prohibido en muchas otras playas. Yo también me sentí como en biquini.

La lectura es la universidad del poeta

P. Volvamos a Ricardo, ese ser polifacético, trabajador incansable y gran agente cultural…

R. Era una fuerza enorme y tan humano. Lo mismo estaba leyendo filosofía o Rilke o qué sé yo, Andre Gide. Conocía a cualquier autor y tenía tiempo para leer. Dominaba a los poetas arábigo-andaluces y siempre estaba ajetreado, yendo y viniendo de una academia a otra, dando clases, la Academia Hispana, la Academia Espinar o las monjas de Santa Victoria… él acudía a todos los trabajos. Ya en los últimos años, en los 60, aconsejaba a Antonio Cruz Conde, el gran alcalde, en temas de Cultura, y crea el festival de flamenco que tras el de 1922 de Granada, creado por Lorca y Falla, intentó continuar trayendo a la gente más prestigiosa del flamenco como jurado. Tuvo el buen gusto de no olvidar el festival de Granada y el de Córdoba se llamó Segundo Concurso Nacional de Cante Jondo. Eso a la vez le hacía escribir con Mairena sobre flamenco, ensayos sobre poesía, libros de poesía, tener correspondencia en intercambio con todas las revistas de España, con poetas como Cernuda, que ahora ha aparecido toda esa correspondencia recopilada por Olga Rendón… tenía tiempo para todo. Luego era humanísimo, amigo hasta el fondo y con su madre era de una ternura que a mí me maravillaba. Doña Flora, en su patio de la calle Lineros, como se llama ahora, antes se llamaba Coronel Cascajo y le decíamos ¡cómo vamos a poner la dirección de la revista en tu casa! (risas) [Ciríaco Cascajo, sangriento militar, destacado por su participación con los sublevados en julio de 1936 en la ciudad y provincia de Córdoba, y también por la represión posterior],  hay que poner el domicilio de Juan Bernier, o el mío que es Hermanos López Diéguez, que nadie sabe quienes son…

P. ¿Qué hubiese pensado Federico García Lorca de aquel primer ganador del concurso en 1956 llamado Antonio Fernández Díaz, Fosforito?

R. Se hubiese vuelto loco. Porque una persona que domine todos los cantes y que obtuvo todos los premios que se daban en los distintos palos del flamenco no es común. Él se presentó a todos y arrasó totalmente. Fue deslumbrante. Fosforito es el más completo de los que hemos conocido. Luego estaba Mairena, que era la sabiduría de raza, la fragua de su padre, era el cante mismo y sabía más que nadie. Pero era frío. Lo podía hacer todo pero siempre había una frialdad. En Fosforito, no. Ese taranto “no tengo na que envidiarte”, es tremendo.

Nunca he sido un poeta manantial, más bien venero

P. A lo mejor se cruzó usted alguna vez con Lorca en el casco histórico de Córdoba.

R. Sí, porque parece que estuvo en Córdoba en el 35, en los primeros meses del 36, también una Semana Santa viendo a las Angustias, que es una leyenda pero parece que hay algo de verdad. Pudo ser solamente el 35 o el 36. Se sabe que el Viernes Santo del 36 está en Sevilla, así que pudo pasar por Córdoba, ver la Virgen de las Angustias y seguir hacia Sevilla, puede ser.

P. Se dice que Lorca frecuentaba algunas tabernas cordobesas en sus visitas, tabernas que ustedes también hacen suyas en cierto modo ¿De qué hablaban, fumando y en torno a una copa de vino?

R. De todo menos de poesía. De poesía poco, hemos hablado poco. Hombre, él [Ricardo] se ponía serio y a veces hablábamos de la poesía que iba llegando, de lo que íbamos a publicar. Luego caímos bien entre los poetas mayores, Aleixandre, Gerardo Diego, Adriano del Valle, tan divertido. Recuerdo una lectura de Adriano en el instituto [Góngora], que era la sala donde se daban las conferencias de los escritores que venían, que fue divertidísima. Tuvimos mucha amistad con él y cuando vamos a Madrid, hacemos una tertulia a la que van los poetas de Madrid de todas las tendencias a la que van Dámaso Alonso y Joaquín de Entrambasaguas, que se odiaban con cordialidad, y se ven en la oficina de Primer Plano, la revista de cine que dirigía Adriano del Valle y adonde habíamos llegado con los botellones de Montilla para hacer una reunión. Todo eso lo organizaba Ricardo. Al igual que acompañaba a Dámaso Alonso en aquel estudio que hizo del acento en la zona del sur de la provincia de Córdoba, La Andalucía de la e, donde cambian las letras. El mismo Dámaso dice no sé cómo Ricardo habrá conseguido el coche para ir a Lucena, Puente Genil… pero él lo consigue todo. Y junto a eso, Ricardo cuidaba a sus gatos, uno era persa que lo recogió una noche de lluvia infernal que volvía desde mi casa a la suya y por la calle del Coliseo de San Andrés se encontró a aquel gato mísero en una graílla, como se dice aquí, y lo recogió y lo llevó a su casa. Era un gato patriarcal. Luego tenía otro más loco llamado Paquito. Amaba la belleza, la música clásica, a su madre.

(En Málaga) me sentí como en biquini

P. Qué bonito que alguien así pase por la vida de uno.

R. Sí. Ricardo nos enriqueció a todos, pero creo que a mí especialmente porque tuvimos mucho trato con él. Él iba a las academias caminando, se pasaba por mi casa y yo lo acompañaba, a la Academia Espinar, que estaba en Colón, y yo vivía en López Diéguez y él en Coronel Cascajo. Él venía por la calle Almonas, pasaba por mi calle y seguíamos hasta Colón donde yo lo dejaba en su clase. Siempre hablando de poesía, de lo que habíamos recibido para publicar… Era único. Los demás hemos crecido a su sombra, indudablemente. Porque incluso el propio Bernier, que era mayor que él, presumía de ser el prosista de Cántico y apenas tenía poemas, solo uno o dos, muy buenos, que estaban en su primer libro Aquí en la tierra, uno se llamaba Deseo pagano y otro que es Él llamaba a la muerte. Esos dos poemas son los únicos que tenía Juan Bernier de antiguo cuando empieza a escribir el suplemento de Cántico, lo demás está escrito para ese suplemento. Ricardo también influyó mucho en Julio [Aumente]. Guillermo Carnero lo dice, los tres poetas que son más Cántico son Ricardo, Julio y Pablo, son los que tienen unidad de lenguaje y casi de temas. En cambio, Juan es un profeta con esos poemas largos y tremendos como los inviernos de Córdoba. Y Mario López es su campiña y su pueblo.

P. Juan Bernier escribió en su diario que usted lo enamoró en su niñez por su perfección estética, y ya de adolescente le atraía su espíritu y sensibilidad poética. ¿Cree que el mundo de hoy puede llegar a comprender lo que encierra ese diario?

R. El diario de Juan, por una parte a personas digamos normales que leen el diario, el Diario Córdoba, por ejemplo, les puede parecer hasta escandaloso. Pero, en realidad, es un reflejo bastante vivo de esa Córdoba subterránea que existía. Tampoco podemos tomarlo al pie de la letra porque Juan fantasea mucho, hay cosas muy inventadas en el diario. Eso no se le puede decir a Curro Bernier, el sobrino, porque se pone furioso, le parece que es un espejo y no es tan espejo. Hay mucho de verdad y hay mucho de arte literario para enmascarar y darle un aire más poético y más dramático a lo que está contando. Es un documento indudable el diario de Juan, él tiene muchos artículos periodísticos y tiene un libro espléndido que debería ir a las escuelas, Córdoba, tierra nuestra, sobre los pueblos de la provincia y sobre el ser cordobés.

En las tabernas hablábamos de todo menos de poesía

P. Escribe Bernier en el diario: “Molina no se da cuenta como esta peña, que se considera como la máxima altura de inteligencia de la ciudad, se ha formado, más que por afinidades espirituales, por una secreta adivinación de los instintos comunes”. ¿Qué cree usted que unió a Cántico?

R. Yo creo que indudablemente la poesía. Todos de alguna manera ya escribíamos. Cuando nos junta Juan, que parece que me descubre en la Biblioteca Pública leyendo, él lo cuenta en el diario. Él nos trae a Ricardo y yo les llevó a Liébana, a Miguel del Moral, que eran amigos. Y luego uno que no está metido dentro de Cántico y que era poeta es Gabriel García Gil, que nos pone en contacto con Mario López. Yo creo que es la poesía, simplemente. Julio Aumente tenía un poema adolescente anterior a la revista, que se llamaba Cántico a Estrella, dedicado a una novia de Granada, de esas mitad real mitad inventada, soñada. ¿Qué otra cosa podía reunirnos? Tenía que ser una afición común que nos hiciera sentir de forma parecida. Era la poesía, sin duda.

P. Me gustaría preguntar por cada uno de sus compañeros, pero no hay tiempo ni espacio, aunque no quiero dejar atrás a Vicente Núñez. Cuénteme cómo era peregrinar al Tuta de Aguilar y sorprenderse una y otra vez con él.

R. Ah, Vicente. Sí, es un cántico aparte. Guillermo [Carnero] cuando viene a hacer su tesina sobre Cántico, a los que conoce por su profesor José Manuel Blecua, en la Universidad de Barcelona, tenía la intención de visitar a Vicente Núñez. Llegó a estar en el pueblo, pero Vicente no estaba y quedó separado en su estudio. Pero, en realidad, Vicente nunca había sido de Cántico porque conocemos a Vicente en 1954, en el congreso de poetas de Santiago de Compostela. Cuando aparece Cántico en el 47 no lo conocemos. Es una de la personas más interesantes y divertidas que he conocido, y he conocido a muchas personas. Era especialísimo porque pasaba de la más alta filosofía o del poeta más oculto o más alemán, a la mujer que en ese momento cruzaba la plaza ochavada de Aguilar y gritaba, mariquita nosecuanto o Juana, ¿qué tienes en la plaza hoy? Increíble, ¿no? Hablaba con todo el mundo, llamaba al guardia municipal que estaba en la puerta del Ayuntamiento y le decía ¿cómo está tu mujer que me han dicho que está embarazada? ¿Otra vez? Cosas de estas de intimidad de pueblo que él las llevaba, lo mismo que te hablaba de cualquier poeta o filósofo.

[El diario de Juan Bernier] es un reflejo bastante vivo de esa Córdoba subterránea que existía

P. En 1984 se le abrieron las grandes puertas de la Cultura Nacional con el Premio Príncipe de Asturias de las Letras. ¿Fue un hecho que lo removió todo?

R. Qué sofocón. Claro que lo removió, pero la cosa había empezado antes con el homenaje en Málaga, ya había venido Carnero, los Novísimos, conocíamos a Villena… la cosa estaba ya revuelta. Consagración me parece exagerado, pero abrir la puerta mayor, la Puerta del Perdón (risas) para los poetas vino con este premio. Y empecé a tomarme esto en serio. Esto se va a poner peor, pensaba. En la mañana de Oviedo, que no me dejaron ni desayunar los periodistas, llegó un momento que dije ¿pero yo, qué necesidad tenía de esto? Debí negarme a recoger el premio y mis sobrinos me decían ¿qué estás diciendo? Ellos pensaban en el millón de pesetas... es una broma esto.

P. En el estupendo documental Cántico, de Sigfrid Monleón, usted revela que en su poesía ha puesto una vela a Dios y otra al diablo. ¿Cómo se lleva con sus contradicciones?

R. Sí, bueno, porque hay gente que me toma como un poeta religioso y otros, como uno pagano. No saben que somos de los dos, estamos divididos, somos una mezcla del bien y del mal y lo tenemos todo. Una persona tan solo buena es tonta para el mundo, para Dios, no. Y si es diabólica, es un perturbado. En cambio yo me he sentido muy humano en sentir, por una parte, el deseo normal, corporal de cualquier hombre y, a la vez, también tengo mis momentos de intimidad con la divinidad. Y eso está en la poesía. ¿Solo se puede escribir por una rama existiendo dos que están dentro de nosotros y tan enmarañadas? Puedes llegar hasta el reproche a esa divinidad. Y luego también el deseo, el querer el cuerpo, el deseo, el estío de Córdoba que asfixiaba en la juventud. Ahora no te asfixia nada, ahora tienes frío siempre.

A Cántico lo unió indudablemente la poesía

P. ¿No cree que Cántico ha contribuido a perpetuar esa mítica Córdoba cristiana y pagana que parece que aún no se ha perdido?

R. Córdoba es una ciudad eterna, augusta, de las elegidas, quizás. Si hay diez ciudades del mundo elegidas, ahí está Córdoba. Pero ella no lo sabe o sí lo sabe pero dice, vamos a dejarlo, vamos a dejar el manto de púrpura y todos los atributos de la realidad y vamos a sentirnos populachera y vulgar. Si soy la ciudad del silencio ahora voy a ser la más ruidosa. Y si soy de cal y capuchinos, pues luego puedo ser la feria en el Arenal con todo el disparate y a imitación de otras ferias. Eso es lo que yo le echo en cara a Córdoba, el ir por detrás, como si ella no tuviera carácter, como si estuviera por encima de los demás diciendo no me importa, sé que esto es una mala copia tuya, pero como soy augusta y eterna, pues lo puedo hacer. Es una ciudad muy difícil y una ciudad desorientada tal como va. En su pobreza, en su silencio, en su estar aparte, no notarse que existe, mientras que quienes la visitan la comparan con Florencia o Brujas o ciudades maravillosas que han sabido persistir en su centro y en su manera de ser. Córdoba no, está adormilada y tal vez algún día despierte y se dé cuenta que lo único que merece la pena es su silencio. Esos amaneceres de Córdoba con las tapias blancas y nadie, no hay nadie en Córdoba. Una ciudad terrible y difícil y bella y vulgar, populachera, eso se me hace insoportable.

P. La gran gongorista Amelia de Paz me contó una vez en una entrevista que cree que Córdoba es una ciudad “profundamente civilizada”, donde no es preciso rendir culto a sus poetas ni a sus filósofos ni a nadie en el templo de la Cultura, porque ellos son parte inherente de su ser, son su sustancia misma. ¿Usted se siente sustancia de esta ciudad?

R. No, por Dios, no me siento esencia, que parece que estoy metido en un frasco de perfume. Yo me siento vivo por las callejas, no me siento eterno ni nada de eso. Pero sí es verdad eso de que se siente tan segura, que no le importa disfrazarse de pueblo de Cádiz o de Huelva. Tiene tan claro su ser o su majestad, que inventa festivales y cosas vulgares. Sobre los grandes de Córdoba, que no es Cántico ni soy yo, qué duda cabe que forman parte de ese ascetismo de Córdoba, del silencio que se perdió, de esa manera de dar a entender su grandeza sin decir nada. Tenemos esa bodega enorme que es la Catedral, con una oscuridad de arcos árabes, de los árabes más puros y más religiosos. Se levantó a un Dios que es el mismo con nombres distintos. Y se sigue rezando allí, eso es lo grande Córdoba. Es un sitio privilegiado, en ese cuadrado se ha rezado desde el principio de los tiempos, han pasado unos y otros y allí estaba Dios. Pero qué pena lo que lo rodea, esa Judería, qué lástima de ciudad.

En la mañana de Oviedo, [antes de recoger el Premio Príncipe De Asturias] llegó un momento que dije ¿pero yo, qué necesidad tenía de esto?

P. ¿Qué le apena tanto de esa zona de la ciudad?

R. Me apena algo que está prohibido, que se abran puertas para poner negocios en fachadas, no hay ninguna ley que autorice a poner macetitas, esto no es un patio, bien la calle de Las Flores, que ha tenido flores siempre, pero ya está. Al principio había arriates con don pedros, pero, ¿la calle Manrique? ¿la calle Romero? Céspedes, que era la última pura que creía que había, pues también. Velázquez Bosco, la de las Comedias ¿qué diría Tirso de Molina si volviera a poner sus comedias por allí? No reconocería nada, le parecería estar en el infierno.

P. ¿En qué lugares de Córdoba está la huella de Cántico?

R. La ciudad conserva muy bien nuestra huella porque como no ha hecho nada… ¿No es triste que la casa de Ricardo tenga una lápida que pagó Antonio Mairena? Es de azulejo sevillano y merece un mármol de Córdoba. No digo que la quiten, que tiene su mérito y fue un momento histórico porque es Mairena, es el cante y Ricardo fue el gran pontífice, pero el Ayuntamiento podría poner un mármol que explicará que allí se gestó Cántico. Por eso las huellas están, están todas. Bueno, yo en la casa que nací tengo mi pequeña gloria [un azulejo en la calle Parras en el que se lee “En esta casa nació en 1921 el poeta Pablo García Baena”].

¿Solo se puede escribir por una rama existiendo dos que están dentro de nosotros y tan enmarañadas?

P. ¿Lamenta que no exista ninguna institución en la ciudad dedicada al estudio y la difusión de la obra de Cántico?

R. No, porque Cántico es esa Córdoba que se calla y que está como olvidada. Aquí lo que luce es otros autores, otra cosa, no quiero hablar mal de nadie ni tengo por qué hacerlo, Córdoba es así, pero se está trabajando en intentar hacer una fundación, un tema que se ha retomado. Que si podía tener sede en la casa de Julio Aumente, que era espléndida, que además es de De la Hoz, en la esquina de Maese Luis con Fernando Colón, casa de tipo cordobés pero moderna y espléndida. Parecía que había cierta seguridad en que se podía comprar o alquilar, pues parece que la han vendido. Bueno, pues ya será casi imposible pensar en eso. El estudio de Miguel del Moral es una joya en un lugar precioso de la Judería [en la calleja de la Hoguera], con la columna de Góngora, que el del bar de la puerta tapa con su lista de tapas. Eso si viviera Miguel, bueno, bonito era, pondría al dueño del restaurante…

P. Hablar de vosotros también es hacerlo de Sandua. ¿Fue Trassierra y el Bejarano el sitio de recreo del grupo?

R. (suspira) Sandua… En realidad, conocemos la sierra de Córdoba desde pequeños. Yo iba con mi familia a Trassierra, a las Ermitas, íbamos de campo, no de perol ni vino, ni nada de eso, sino con el bocadillo de tortilla. Íbamos andando, claro, siempre. Luego, ya con Ricardo, también, y yo conocía todo aquello, el Guadiato, el Guadalmellato, la fuente del Arco, del Elefante, el Rosal de tres palacios, los lagares… Ricardo es el que más se une a la sierra por sus Elegías de Sandua, pero yo ya conocía todo eso desde niño, tengo fotos con mis primos bajo las cruces del vía crucis de las Ermitas, esas que por poco se carga Fray Albino, que quiso poner a los carmelitas en la calle. Con el grupo a veces nos alquilábamos una casa en Trassierra, durante la feria de mayo, que era una fiesta que nos horrorizaba. El cariño de Córdoba por el campo es de siempre. Lo malo es que esos paisajes completamente paradisíacos se están poblando. El Brillante, el Cañito bazán, todo eso son calles ya.

Ahora no te asfixia nada, ahora tienes frío siempre

P. Comprenderá que es un misterio para muchos el objeto que depositó en la cámara acorazada de la sede central del Instituto Cervantes. Un legado que permanecerá guardado hasta el 12 de mayo de 2065. Dígame, al menos, qué cree que sentirá quien lo descubra.

R. Tengo, no recuerdo bien, veintisiete o veintinueve sobrinos biznietos, el mayor tiene veinte años y la pequeña está por nacer, y se va a llamar Marta, como tú. He pensado en ellos, que serán los que vivirán, esperemos que vivan, y tendrán buena edad para abrir cajas de un tío difunto y loco, así que he pensado en ellos. Entonces he puesto algo que les pueda interesar a todos ellos.

P. ¿Cómo le gustaría seguir leyendo el mismo libro de sus días?

R. Hay páginas negras que no quisiera volver a vivir. Y otras páginas que son como el alba, como la mañana que empieza. Siempre he vivido cerca de conventos para oír las campanas y el amanecer de los pájaros. Esas páginas de alba pueden ser las páginas de amistad de los poetas de Cántico, esos días de hacer la revista me gustaría volverlos a vivir. Por lo demás, esa Málaga a la que voy con cinco o seis años con mi madre, a los Baños del Carmen, de Apolo o de la Estrella, que eran unos casetones donde se bañaban las señoras mientras yo jugaba con bambúes junto a otros niños en unas galerías, esas páginas de familia y libertad, ya Málaga daba esa sensación, aunque yo fuese un monillo chico. Me encantaba ver pasar los tranvías con las campanitas, tin, tin tin, o la gente que subía al monte para ver los toros, que pueblo de locos. Desde entonces yo ya adoraba a Málaga. Ha sido lo contrario de Córdoba, era una ciudad muy vulgar pero ya llena de libertad. Todos mis amigos de Málaga estaban ya divorciados cuando voy en los años cincuenta, mientras que en Córdoba no se divorciaba nadie. Eso me abría los ojos de una manera, era otra forma de ser y ver la vida. Estaba el germen de los extranjeros, que en Córdoba no había, que vienen con los vinos en el XVII, los vinos de Málaga son famosos, los nombra Shakespeare, y está en los apellidos de mucha gente de clase alta de Málaga y eso ha dejado un sedimento que ha calado en la sangre española más dura y la ha dulcificado un poco. No como aquí.

¿No es triste que la casa de Ricardo tenga una lápida que pagó Antonio Mairena?

P. ¿Sigue viendo películas, Pablo?

R. Ya no, casi no veo. Pero con las películas me pasa como con los libros, seguiría viendo las mismas. Asuntos privados, El expreso de Shanghai, La dama de las camelias… mis estrellas de siempre, Marlene sobre todo, pero también la Garbo y la Hepburn y la Crawford. No me gusta el cine de ahora, no lo veo pero me da igual, no me interesa. También las grandes películas del oeste, La diligencia, Gary Cooper, todos los grandes que trotaron por los desiertos de Arizona, sí, me gusta verlas. O las reinas, recuerdo a Cristina de Suecia, Katherine Hepburn en María Estuardo, Marlene en un disparate (risas) llamado La emperatriz escarlata. Esas cosas lujosas pero con un poco de ironía y de humor las sigo viendo sin verlas, porque las recuerdo.

P. Creo que es hora de terminar, Pablo [a quien ya llama su sobrina para almorzar], le he tenido charlando una hora y veintiocho minutos y se me ha pasado volando

R. Desde luego no tienes piedad.

Si hay diez ciudades del mundo elegidas, ahí está Córdoba. Pero ella no lo sabe o sí lo sabe, pero dice: vamos a dejarlo

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