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David Morales abordó sin complejos la homosexualidad de Lorca

Homenaje de David Morales a Lorca | TONI BLANCO

Francisco Martínez Sánchez

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Hay quienes son de la opinión de que tratar y exponer sin tapujos la homosexualidad de Federico García Lorca en pinturas, escritos o espectáculos, como el presentado por el bailaor David Morales el jueves en el Gran Teatro, son actos deshonestos y reprochables; sin duda asunto escabroso éste para la moralina de bastantes, para los que la corrección burguesa en cuanto al comportamiento en público es lo que debe ser preponderado, ocultando bajo cerrojo de siete llaves intimidades tenidas como sórdidas y pecaminosas para una sociedad hipócrita y pacata. David Morales ha afrontado con arrojo y elegancia el reto de desvelar el latente por oculto amor de Lorca, a través de su lenguaje que es el del baile flamenco, en eficaz correlación con la danza contemporánea. El resultado: Lorca muere de Amor, Musical Flamenco Tributo a Federico García Lorca.

El bailaor gaditano se empleó a fondo en una ininterrumpida sucesión de bailes, comenzando por un punzante martinete, principio de una narración visual y sonora sin artificios, nutrida de lenguaje plástico como vértice para revelar la pulsión de dos hombres en la vital disyuntiva entre la vida, el amor y la muerte. Si los bailes estrictamente flamencos expuestos por David Morales -Lorca- ayudaron a dar consistencia a la trama, ésta no alcanza su momento álgido hasta la aparición en el escenario de Iván Amaya -amante-. El persuasor ondular de movimientos en solitario del bailarín, al amparo del cante por tientos, desencadenó un tentadora por sensual e idílica escenificación amorosa. Momento culminante de la obra, enardecida dramatización transmitida por dos bailarines en supremo éxtasis, refinamiento y pasión cautivadora, figurada en proféticas imágenes proyectadas, indicando el devenir de la inconfesable relación. A partir del encuentro de los protagonistas, García Lorca-Juan Ramírez, la celebración por bulerías para el cante y baile de todos, fiesta eclipsada por la soledad abocada al desamparo y mal agüero, el destino de un trágico desenlace.

La obra, sustentada en el libro Los amores oscuros (Edit. Temas de Hoy, 2012) de Manuel Francisco Reina, hubiese quedado insuficiente sin el aporte de las convenientes imágenes proyectadas con el objetivo de explicitar la unión entre García Lorca y Juan Ramírez de Lucas. A Juan Estelrich se le debe la plasmación cinematográfica y dirección, siendo el autor de la música el guitarrista Daniel Casares.

Los bailes realizados por David Morales discurrieron dentro de las coordenadas que un solvente bailaor suele emplear, en su caso con una dilatada experiencia artística. El de la Línea de la Concepción mostró su sapiencia flamenca en variados bailes con todos los ingredientes técnicos para el lucimiento oportuno. Iván Amaya ejemplarizó cómo la danza contemporánea puede maridarse con el flamenco sin sobresaltos ni disonancias.

La bailaora Noelia Sabarea tuvo momentos para el lucimiento del mantón, apuntando bailes desde el marchamo tradicional y femenino. Los guitarristas Rubén Picuela y Gaspar Rodríguez, junto a los cantaores Kiko Peña, Manuel Peralta y Esperanza León, el percusionista Guillermo Ruiz y el violinista Nelsón Ruiz, aportaron el imprescindible soporte musical de la obra tributo a Federico García Lorca.

Cuando el escaso público que se dio cita en el Gran Teatro abandonó la sala de butacas y el telón cubría el escenario en el que se había narrado una sublime historia de amor truncada por la muerte, el asesinato, recordé al escritor Manuel Francisco Reina que relata la confesión de Juan Ramírez de Lucas, el amor oscuro del poeta granadino.

“Federico fue mi luz, aunque al irse me dejara completamente a ciegas. Con el tiempo pude volver a vislumbrarlo, como una llama titilante, a lo lejos, que me guiaba en la soledad más absoluta, acompañándome siempre... Durante parte de mi vida me he sentido culpable o partícipe de su muerte. Lo siento así todavía. Quizá yo no lo delatase, ni disparase contra él, pero nuestro amor fue un ingrediente decisivo en su trágico final...”

David Morales e Iván Amaya han hecho resurgir aquella solapada pasión del poeta, la llama aún no esta apagada.

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