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Juan de Mesa, un cordobés universal

Nuestro Padre Jesús del Gran Poder en una salida procesional. | HERMANDAD DEL GRAN PODER

Redacción Cordópolis

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Estos días en los que se acerca el final del Año de la Misericordia las miradas de muchos cofrades se dirigen a Sevilla. La capital hispalense acoge la salida extraordinaria del Señor del Gran Poder -este jueves caminó hasta la Catedral, desde la que regresará a su templo el domingo-, una de las obras cumbre de Juan de Mesa y la que más devoción despierta de cuantas esculpiera este genio al que los investigadores rescataran del olvido a partir de finales del siglo XIX. A continuación el lector podrá realizar un recorrido por sus tallas más conocidas.

La Virgen de las Angustias de Córdoba, el Crucificado de la Agonía de Vergara (Guipúzcoa), el Cristo del Amor y el de la Buena Muerte de los Estudiantes de Sevilla… Son sólo algunas de las obras más conocidas y elogiadas del escultor Juan de Mesa y Velasco, sevillano de adopción pero cordobés universal, pues nació en esta ciudad en 1583. Sin embargo, ninguna ha alcanzado las cotas de fama y devoción, también universales, de Nuestro Padre Jesús del Gran Poder, que estos días concitó la atención de los cofrades por su salida extraordinaria, este jueves, para presidir en la Catedral de Sevilla el Jubileo de las cofradías por el Año de la Misericordia proclamado por el Papa Francisco y que concluirá el próximo 20 de noviembre.

Juan de Mesa es hoy uno de los imagineros más afamados de la historia del arte por lo que de su obra se conoce, pero no fue siempre así. Incluso en la actualidad, Mesa supone en parte un enigma dentro del arte andaluz. No existe retrato alguno o biografía sobre el autor cordobés como sí existen de Montañés o Alonso Cano, por citar algunos de sus ejemplos de personajes afamados que gozaron del interés en su tiempo por parte de sus coetáneos que dejaron algún rastro sobre su existencia para la historia.

En el caso del escultor cordobés no será hasta finales del siglo XIX cuando comiencen a darse datos en Sevilla y Córdoba sobre su vida y trabajo, en un primer momento gracias a la obra de José Bermejo y Carballo Glorias religiosas de Sevilla (1882). También José Hernández Díaz escribirá con todos los datos conocidos una primera monografía sobre Juan de Mesa. Hoy en día es considerado el representante más genuino del naturalismo barroco sevillano.

Hijo de Juan de Mesa y Catalina de Velasco, pertenecía el escultor a una familia de pintores. Fue bautizado en la parroquia de San Pedro, en Córdoba, el 26 de junio de 1583, según reza la partida de bautismo en ese templo encontrada. Se inició en la escultura con Francisco de Uceda. En 1606 se trasladó a vivir a Sevilla y entró a formarse en el taller de Juan Martínez Montañés, del que fue discípulo y del que aprendió dibujo, modelado, talla y composición.

Se casará el 11 de noviembre de 1613, en Sevilla, con María Flores en la parroquia de Omnium Sanctorum. Su primer estudio y taller lo tendría en la calle Peña Horadada de la capital hispalense, actual González Cuadrado, aunque en noviembre de 1616 se trasladó a una casa en la calle Pasaderas de la Europa, en la collación de San Martín.

Su primera obra conocida, de la que existe escritura pública, es un San José con el Niño de la mano para los mercedarios de Fuentes de Andalucía, en Sevilla, de 1615. Aunque hay estudiosos que le atribuyen una Inmaculada Carmelitana del convento de San José en la vecina ciudad, fechada por la crítica en 1610.

Carlos María López-Fe habla en la monografía Juan de Mesa, publicada en 2006, del escultor cordobés como “maestro de la expresión religiosa” y sostiene que “va a representar el punto de inflexión entre el sosegado estilo montañesino y el realismo de claro acento protobarroco” dada la actitud apasionada de Mesa en sus obras. A cada tipología de ellas sabe darle lo que es debido. Así, se aprecia serenidad pero también vigor en las imágenes de santos, candor y pureza en las del Niño Jesús y la Virgen María, que se convierte en aflicción serena cuando la Virgen es dolorosa y, por último, el dolor, la angustia y la muerte de sus Nazarenos y Crucificados, que suelen ser mayores del tamaño natural.

Sus obras más conocidas

Entre 1618 y 1623 Juan de Mesa protagonizará lo que Hernández Díaz llama “el lustro magistral” del autor. En esta etapa talla obras de tal categoría por las que ha pasado a la historia del arte como el imaginero de la Pasión y el Dolor, según explica Enrique F. Pareja en la citada obra Juan de Mesa de 2006. De dicho periodo hay documentación que le atribuye siete Crucificados, dos Nazarenos, un Resucitado, un Niño Jesús, seis imágenes de María, quince de Santos, retablos y sagrarios.

El primero de estos Crucificados sería el del Amor de Sevilla, de la misma cofradía, radicada en la Iglesia Conventual del Divino Salvador. Dicha imagen está considerada como una de las obras más importantes del arte sevillano por su dramatismo y por su monumentalidad. En la citada monografía, Enrique F. Pareja indica que en el mismo contrato del Cristo del Amor Mesa se compromete a hacer una Dolorosa que se ha identificado por estudiosos e investigadores con la Virgen de la Victoria de la hermandad también sevillana de las Cirgarreras.

En 1619 llegará el Crucificado de la Conversión del Buen Ladrón, de la hermandad de Montserrat, un Cristo más personal que el del Amor, un tipo distinto de Crucificado. Y en 1620 saldrá de sus gubias el Cristo de la Buena Muerte, que en la actualidad venera la hermandad de los Estudiantes de Sevilla pero que fue encargado en origen para la hermandad sacerdotal de la Casa profesa de la Compañía de Jesús de la ciudad hispalense. Éste es su tercer Cristo en la Cruz. El de la Buena Muerte, explica Enrique F. Pareja, “aúna el sentido poético, la musicalidad y la aguda unción derivada de las enseñanzas de Montañés y de la nueva manera de hacer Mesina, llena de fortaleza, más realista, con sentido ascético, más propia de la época barroca y con pleno concepto procesional”. Su dulzura lo distingue del resto de sus Crucificados y, según Hernández Díaz, ejerció un gran impacto en los medios artísticos sevillanos, pues sirvió de modelo para otros posteriores.

El de 1620 es un año glorioso en la vida artística de Juan de Mesa, pues además del Cristo de la Buena Muerte realizará otras de sus mejores obras, como el Resucitado de la localidad sevillana de Tocina y el Yacente de la hermandad del Santo Entierro de Sevilla, obra atribuida aunque no documentada, al igual que la Virgen del Socorro de la hermandad hispalense del Amor. Pero muy especialmente Nuestro Padre Jesús del Gran Poder. El contrato para este Nazareno, que con el paso del tiempo se ha convertido en el Señor de Sevilla, se firmó el 1 de octubre y posteriormente, durante mucho tiempo la imagen fue atribuida al maestro Montañés, como otras obras mesinas, hasta que el cordobés salió del olvido.

En 1621 Juan de Mesa comienza el Crucificado de la Buena Muerte que se conserva en la Catedral de la Almudena de Madrid y el Nazareno de La Rambla, en Córdoba (terminado en 1622), en el que el parecido con el Gran Poder de Sevilla es indiscutible.

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