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¿Qué pasó en Córdoba el 18 de julio de 1936?

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Alfonso Alba

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El 18 de julio de 1936 no fue un día más en Córdoba. Era sábado, día de paga, y fue un día más fresco de lo normal para un mes de julio: 33 grados de máxima. Los periódicos de la ciudad, como La Voz de Córdoba, abrían su edición con la noticia de que había llegado un extraordinario rodaje. Cifesa (la gran productora cinematográfica de antes de la guerra) había trasladado a Córdoba a los protagonistas de El genio alegre, una adaptación de los hermanos Quintero, para rodar los exteriores de la película. Su estrella era Rosita Díaz Gimeno, nuera de Negrín y portada aquel día en la prensa.

En 1936 Córdoba era una ciudad de algo más de 100.000 habitantes (se fusiló a un 4%, aproximadamente, tras la dura represión que siguió al 18 de julio) muy diferente a la actual. Los límites de la ciudad quedaban al Norte en la estación de tren, al Oeste en el Paseo de la Victoria, al Sur en el Campo de la Verdad y al Este en la Axerquía. Más de 100.000 personas vivían en una zona en la que ahora no residen ni 40.000. La Plaza de las Tendillas, la calle Cruz Conde y el Bulevar del Gran Capitán apenas si tenían 20 años, pero fueron los puntos centrales de todo lo que ocurrió aquel 18 de julio.

La madrugada fue tensa. Las noticias de lo que ocurría en Madrid (días antes se había asesinado a Calvo Sotelo, diputado de la CEDA, y al teniente Castillo, del Frente Popular), pero sobre todo de lo que estaba pasando en África (donde el golpe empezaba a fraguar), mantuvieron en vela a gran parte de la población. Por un lado, simpatizantes derechistas pasaron la madrugada en el Círculo Mercantil de la calle Gondomar esperando noticias. En Córdoba, el Ayuntamiento estaba gobernado desde la primavera por el Frente Popular. Su alcalde, Manuel Sánchez Badajoz (del PSOE), reunió en el Ayuntamiento (que estaba donde el actual) a decenas de militantes. Después, siguieron las noticias desde su casa de la Avenida Medina Azahara y por la mañana ordenó que se le instalara una radio en su despacho del Ayuntamiento. El gobernador civil de Córdoba (clave en todo lo que ocurrió ese día) se fue al cine. Era Rodríguez de León, republicano, aunque muy lejano al Frente Popular.

La mañana del 18 de julio fue tranquila. Los obreros (era día de paga) acudieron a sus trabajos. Abrieron los comercios y los cordobeses de a pie hicieron su vida normal, pendientes de las noticias que llegaban de la radio o del boca a boca.

A las 14:30 se precipitaron los acontecimientos y ya nada volvió a ser igual. En el cuartel de Artillería (en lo que hoy son los edificios de la Gerencia de Urbanismo y Sadeco) el coronel Ciriaco Cascajo recibió una llamada desde Sevilla. Era Gonzalo Queipo de Llano, que había tomado la ciudad sin apenas resistencia y que le ordenaba que declarase el bando de guerra en Córdoba y que se sumase a la rebelión militar. La llamada fue interceptada por un guardia de asalto (la actual Policía Nacional), que rápidamente alertó al gobernador civil y a la Casa del Pueblo.

Mientras Cascajo se preparaba para sacar al centenar de militares a su mando a las calles de Córdoba, el jefe de Tercio de la Guardia Civil, coronel Marín, ofreció su lealtad a la República y al gobernador civil. La noticia de la llamada de Queipo de Llano corrió como la pólvora y empezaron a formarse grandes grupos de ciudadanos por toda la ciudad. A las 15:00 los sindicatos convocaron una huelga general. El alcalde Sánchez Badajoz se atrincheró en el Ayuntamiento y muchos militantes derechistas se reunieron de nuevo en torno al Círculo Mercantil. Muchos acudían directamente al cuartel de Artillería.

Ante la inmovilidad del gobernador civil, que recibió llamadas del propio ministro, los cargos y simpatizantes del Frente Popular decidieron acudir al Gobierno Civil, que se localizaba en la esquina de Ronda de los Tejares con Gran Capitán, justo enfrente de lo que era la plaza de Toros (hoy edificio de El Corte Inglés). Desde el día anterior, el Frente Popular había pedido al gobernador civil que entregara todas las armas disponibles en la ciudad a los obreros, ante los rumores de que se estaba gestando un golpe militar. El gobernador civil siempre se negó.

A la hora de la siesta, los militares seguían acuartelados en Artillería y el Gobierno Civil era un hervidero. Según describe Francisco Moreno Gómez en su libro 1936: el genocidio franquista en Córdoba, allí estaban el alcalde Sánchez Badajoz, los diputados Vicente Martín Romera, Bautista Garcés y Manuel Castro Molina; el exdiputado Joaquín García Hidalgo; el presidente de la Diputación, José Guerra Lozano; el presidente de Unión Republicana, Ruiz Santaella; y el fiscal Gregorio Azaña (sobrino de Manuel Azaña), entre otros. Todos rogaron al gobernador civil que entregara las armas e incluso le llegaron a encañonar. Pero no hubo manera. Muchos militantes decidieron entonces salir a la calle para movilizar a la masa obrera de la ciudad, que en esa época gozaba de buena salud especialmente en los grandes centros de trabajo de la Electromecánicas y también en el sector ferroviario.

A las 17:00 de la tarde ya no hay marcha atrás. En el patio de Artillería Ciriaco Cascajo se dirige a la tropa y al centenar de personas derechistas que aplaudió la lectura del bando de guerra. Entra en escena entonces el que está considerado como héroe de la resistencia democrática en Córdoba: el capitán de la Guardia de Asalto Manuel Tarazona. Logra escapar del cuartel, tras tratar de frenar a Cascajo, y entra en el Gobierno Civil, donde organiza rápidamente la defensa del edificio con los casi 240 agentes a sus órdenes. Es la hora decisiva.

Mientras, aunque el jefe del Tercio de la Guardia Civil había mostrado su apoyo a la República su actitud es pasiva. El coronel Cascajo sabe que si la Guardia Civil defendía al Gobierno el golpe militar no triunfaría en Córdoba. Por eso envía a un civil, Salvador Muñoz Pérez (sería alcalde de Córdoba al día siguiente), a negociar. El jefe de Tercio se niega a seguir la rebelión y acude al Gobierno Civil. Mientras, un comandante de la Guardia Civil, Luis Zurdo, se muestra leal a los militares. Es el paso que necesita Cascajo para seguir adelante con el golpe. No tendrá que enfrentarse en las calles de Córdoba a la Guardia Civil. Así, decide apostar al centenar de artilleros a su orden ante el Gobierno Civil (azoteas del Bulevar del Gran Capitán y Ronda de los Tejares, esquinas, portales, ventanas de la plaza de toros...) mientras el capitán Tarazona (que ideológicamente era de derechas, pero que se mostró leal al Gobierno) organizaba la defensa.

A la vez que los militares rodeaban el Gobierno Civil (dentro estaban todos los representantes de la legalidad republicana de la ciudad) ocupaban Radio Córdoba. Desde allí, el teniente Jesús Aragón Llorente emitió el primer parte de guerra en la ciudad. Curiosamente, no se dirigió a la población sino al capitán Tarazona para que se rindiera.

A las 18:00 el Gobierno Civil seguía sin rendirse. Cascajo (que lo dirigía todo desde su despacho) ordenó al comandante Aguilar Galindo que acudiese a hacerse cargo de la situación y a lograr la rendición. Al llegar, comprobó que el edificio estaba fuertemente custodiado y se mostró preocupado por la numerosa defensa de guardias de asalto, superior a los militares en número. Por eso, solicitó dos cañones del calibre 15,5 milímetros.

Minutos después, al lugar acudió también el nuevo comandante (nombrado por Cascajo) de la Guardia Civil, Luis Zurdo. Zurdo entró y se dirigió directamente al gobernador civil para que se rindiera en diez minutos o empezarían a disparar los cañones. Entonces, el jefe de Tercio de la Guardia Civil Marín, que estaba allí, le dijo que estaba a sus órdenes y que respetase el orden legalmente establecido. En unos segundos, los guardias de asalto le estaban apuntando a la cabeza, y ya no pudo abandonar el edificio.

No se sabe exactamente la hora, pero después de las 18:00 se dispararon los primeros tiros de la Guerra Civil en Córdoba. Tras la entrada de Luis Zurdo, a las puertas del Gobierno Civil hubo un intercambio de disparos entre los militares y los guardias de asalto. Hubo dos heridos del lado rebelde -uno de ellos, Juan Palma Carpio, murió días después- y otro de los guardias de asalto. Por ello se pactó una tregua.

El capitán Tarazona ideó una estrategia para ganar tiempo (el Gobierno no paraba de llamar a Córdoba pidiendo que resistieran, que iban a enviar refuerzos de Jaén, donde no triunfó el golpe militar y a mineros armados con dinamita procedentes de Peñarroya, que llegarían a la ciudad en una hora). Así, simuló que se rendía. El comandante que dirigía el asalto (Aguilar Galindo) entró entonces en el edificio para tomarlo junto a varios oficiales. Cuando llegó al despacho del gobernador civil fue encañonado y desarmado. Entonces, el capitán Tarazona llamó directamente a Ciriaco Cascajo para exigirle que cesara la operación militar o ejecutaría a los rehenes. Cascajo nombró a un nuevo comandante, Francisco Arteaga, al que ordenó tomar el edificio a toda costa.

A las 20:00 (la resistencia duraba ya tres horas) el comandante Arteaga llegó a la zona y ordenó a los artilleros que manejaban los dos cañones que estuviesen preparados. Pocos minutos después de las 20:00 sonó el primer zambombazo, que tronó en toda la ciudad. Después, tiroteos y a los minutos un segundo cañonazo. Los obuses abrieron un enorme boquete entre el edificio del Gobierno Civil y su colindante, el Teatro Duque de Rivas. Por ahí escapó el alcalde de Córdoba, Manuel Sánchez Badajoz (que estuvo dos semanas escondido hasta que fue localizado y fusilado). Junto a él huyeron el diputado Martín Romera y el presidente de la Diputación. Cundió el pánico y finalmente el capitán Tarazona salió al balcón con una sábana blanca. El Gobierno Civil se había rendido.

Los diputados y militantes del Frente Popular que siguieron en el lugar salieron manos en alto y fueron tumbados en el Bulevar del Gran Capitán, antes de ser conducidos ante Cascajo. Días después, fueron fusilados. Los guardias de asalto fueron desarmados, llevados a la plaza de toros, donde escucharon una arenga patriótica, y vueltos a armar para luchar ahora del lado de los rebeldes. El gobernador civil, del que siempre se había sospechado su afinidad con los golpistas, no fue detenido. Se dispuso una habitación de hotel para él y para su familia.

Mientras, en la calle Barroso, a la misma hora del asalto al Gobierno Civil, moría la única víctima de derechas del 18 de julio en Córdoba. El abogado de la CEDA José María Herrero Blanco caminaba pistola en mano por la calle cuando se cruzó con varios izquierdistas. Se enfrentó a ellos y tiró al suelo de un puñetazo a uno. El resto se le abalanzó, le quitaron la pistola y le dispararon varias veces hasta matarle.

Tras la caída del Gobierno Civil, la resistencia en Córdoba se desmoronó rápidamente. Los militares se apostaron en lugares estratégicos de toda la ciudad y avanzaron a controlar los centros de poder administrativo. Así, se ocupó el Ayuntamiento (sin resistencia alguna), Correos, Telégrafos... Además, se incendió la sede de la Casa del Pueblo, la de la CNT en Cercadilla y el Centro Comunista (en la calle Duque de Hornachuelos). Se liberó a todos los presos de la cárcel de Córdoba (que estaba en el patio del Alcázar) de ideología falangista.

La escasa resistencia obrera trató de incendiar dos iglesias. Hubo conatos en Santa Marina y en San Agustín, donde se derribaron sus puertas y se dañaron imágenes y capillas. Pero poco más.

En la madrugada del 18 de julio al ya día 19 Córdoba era una ciudad fantasma, totalmente controlada por los militares y militantes falangistas y derechistas que patrullaban la ciudad. El tráfico ferroviario se interrumpió a la altura de Los Cansinos, donde se detuvo a varios diputados andaluces del Frente Popular, a los que se encarceló en Córdoba y, por supuesto, se fusiló.

Empezó entonces una dura represión en Córdoba, ciudad de retaguardia (que también sufrió duros bombardeos republicanos durante las primeras semanas de la guerra). En los días siguientes no se paró de detener a gente. El capitán Tarazona fue fusilado (él mismo dio la orden de fuego entre vivas a España). En total, se calcula que en los años que siguieron al 18 de julio en Córdoba se mató a más de 4.000 personas solo en la ciudad (y a unas 11.000 en toda la provincia), en una de las represiones más salvajes de España.

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