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Parras, 6: el sitio de recreo infantil de García Baena

Javier Lucena, propietario del patio de la calle Parras, número 6. | ÁLVARO CARMONA

Rafael Ávalos

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En San Agustín nació el poeta, quien pasó sus primeros años de vida en una casa ligada, en modo alguno, a Romero de Torres y que fuera construida en el siglo XVI

El recuerdo de aquel niño. Ese pequeño que tiempo atrás, mucho ya, jugara junto al pozo que en el centro se encuentra. El que compartiera infancia con otros en un lugar que en modo alguno resuenan sus versos. Los recitan las flores, cual vivo cántico de mayo. El que supiera de una vida diferente a la actual, por las dificultades al igual que por el espíritu de vecindad de entonces. En la década de los veinte del siglo XX, entre las paredes de la vivienda que en realidad eran varias en una sola, nació el poeta. Una placa en la fachada de la casa lo recuerda al paseante tanto como al visitante. Es el patio que vio en sus primeros años a Pablo García Baena. El mismo que mantiene la esencia de centurias. Letras e historia en pleno barrio de San Agustín.

Las flores no lo son de un día en una de las casas-patio existentes en la calle Parras. Es concretamente la número seis, la misma en la que el escritor pasara su más tierna infancia, aquella que no alcanza los diez años. Alguno antes, cambió el hogar de su familia. No muy lejos, el colegio Hermanos López Diéguez, donde estudiara. “Mi abuela, que en paz descanse, y las demás personas de entonces eran las que estaban con él por aquí. Era como un patio de vecinos y jugaban todos en él, como se hacía antiguamente”, señala Javier Lucena Cantillo sobre lo que pudiera llegar a sus oídos de los días en que Pablo García Baena era un niño. Después llegaron los versos en ligazón con el Grupo Cántico. Las visitas al lugar en el que vio la luz cesaron no muchos años atrás debido a la edad.

Sin embargo, la luz sigue igual de intensa en una casa en la que ahora sólo habita una familia, a diferencia de lo que fuera décadas atrás una vivienda vecinal. Javier es hijo de los propietarios -la familia Lucena Cantillo- de uno de los patios más reconocidos en la ciudad. Muchos años son los que acumula en el Festival, en el que rara vez no obtuvo reconocimiento. Sin ir más lejos, en 2015 obtuvo el primer premio en la modalidad de Arquitectura Antigua. Nada más cruzar la puerta exterior, antes de comenzar a caminar por el zaguán, una pintura: es la réplica de una obra de Julio, el pintor, un nombre que en modo alguno también está ligado a la casa. “Según tenemos entendido, también vivió una modelo de Romero de Torres”, apunta Lucena Cantillo, quien no olvida el valor histórico del inmueble. “Destaca sobre todo la antigüedad, ya que es de 1589, creo, y los años que lleva conservándose”, indica.

En realidad, resulta muy complicado datar la fecha de edificación de la vivienda. Sí está claramente definido que pertenece al siglo XVI, muy probablemente a finales. Desde entonces y hasta hoy “no se ha tocado nada” más allá de los arreglos que se hacen necesarios por el paso del tiempo. Una de esas obras descubre a la mirada del visitante este año una arcada que hasta ahora estaba cubierta, que era desconocida. “Ha sido cuartel de la Guardia Civil, hospital y convento, junto las casas de al lado”, detalla Javier. En efecto, a lo largo de su existencia, unida a otras hoy colindantes, la casa recibió múltiples usos antes del habitacional. Probablemente fuera una de las desamortizaciones la que conllevara el paso definitivo a que Parras, 6 se convirtiera en hogar de varias familias.

Un hogar en el que “se ayudaban unos a otros” en torno a un patio cargado de colores. Para Javier Lucena Cantillo resalta “la hortensia central, que echa las flores de forma un poco más tardía pero es una maceta que está ahí todo el año”. Con sus cuidados, como el resto de plantas que presenta en sus tiestos y arriates un recinto abierto a la luz del sol custodiado en modo alguno por un gran árbol. Es un limonero lunero, conocido así porque en cada luna ofrece una tanda de flores: “Este año lo hemos podado un poco porque se vencía del peso”. O la esparraguera, que “recibió un premio del Jardín Botánico hace dos años”. No mucho tiempo atrás, el poeta reconocía que la vivienda apenas había variado en su aspecto desde que la abandonara, en la década de los treinta del siglo XX. Quizá su infancia entre las paredes y bajo el techo del cielo de ese patio encontró la inspiración futura para sus versos. Porque ése fue el hogar de los juegos infantiles de Pablo García Baena.

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