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Juntos en la noche de la resurrección

Córdoba - Valladolid, en El Arcángel | ÁLVARO CARMONA

Rafael Ávalos

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El Córdoba y su afición muestran una comunión absoluta en el inicio de campaña ante el Valladolid

Cuán complicado, por no decir imposible, resulta a veces explicar una experiencia. Tal vez sea así porque ya es difícil, por no decir de nuevo imposible, llegarla a entender. Es una vivencia para cuya exposición no existen palabras. Sencillamente, se siente o no. Es pura magia. Como la del Nuevo El Arcángel en la noche del reencuentro, el de verdad, el que tiene lugar con el comienzo de un camino diferente. La primera jornada de la que ha de ser la campaña del retorno a Primera no pudo tener mejor final. O sí. Sólo algún gol más hubiera terminado de completar una gran fiesta que, en torno a las nueve y media, probablemente nadie podría adivinar. Tan inimaginable como única, como lo suelen ser las grandes citas, los grandes momentos. Los instantes que de un modo u otro pueden cambiarlo todo y que, y esto sí es seguro, quedan grabados a fuego en la memoria. Ya sea colectiva o individual. En este caso, es en la primera. Al fin y al cabo, nada habría tenido sentido, ni lo tendría, si no fuera juntos.

Poco a poco, la grada de El Arcángel recobró su vida. El pulso y el aliento los recuperó cuando los de corto aparecieron sobre el césped. Entonces, el rito no sólo volvió a llevarse a cabo, sino que fue cumplido con mayor fuerza que nunca. Sonó el himno de Manuel Ruiz Queco que en realidad es un canto al sentimiento, a la pasión. Pasión como la que demostró una afición, la del Córdoba, que de buenas a primeras olvidó, en un sano ejercicio de amnesia selectiva, el mal trago de la pasada campaña. Aquel sufrimiento de antaño, aunque reciente, había desaparecido de una realidad que desde este domingo es completamente distinto. Probablemente porque juntos así lo quisieron futbolistas y seguidores. En Tribuna, unos cuantos valientes llegados desde Valladolid, atendían en silencio, y no sin cierto asombro, al espectáculo. “Y tocar el cielo en las Tendillas y sentir que mi alma grita Córdoba”, cantaba al unísono, como es norma de la casa, una hinchada que segundos antes ya había vibrado a golpe de imagen.

Una lona quedó descolgada en Fondo Norte. “Juntos hemos caído”, rezaba el texto que en ella aparecía. Apenas un instante después, otra lo hacía al otro lado de esa grada. “Juntos nos levantaremos”, expresaba ésta. En el ambiente existía la sensación de que, en efecto, nada volvería a ser igual que antes y quizá todo sería como no tuvo que dejar de ser. De repente, entre cada una de las partes de la oración que toda una afición compartirá desde ahora y hasta el final, apareció San Rafael. El Custodio que lo es también de un equipo que volvió a soñar, e incluso a volar, tiraba de un escudo que no es cualquiera. El tifo de Incondicionales lo decía todo. Nadie falta en la aventura que supondrá retomar la verticalidad tras el enorme tropezón y nadie deja de ser necesario. La primera batalla estaba por comenzar y los soldados que a voz combaten, y combatirán, estaban suficientemente preparados. ¡A las armas! Juntos.

Porque tanto sobre el césped como en la grada retumbó el grito de guerra que nunca debe desaparecer: “Volveremos, volveremos otra vez”. Ya saben cómo seguía y sigue. El conjunto blanquiverde realizó una magnífica declaración de intenciones, ante un rival de peso y con el que, de alguna manera, existía una cuenta pendiente. Ésta quedó saldada. Fue necesario trabajo y tiempo, pero Fidel enseñó el camino de la victoria. Un triunfo que lo fue del Córdoba y de su afición, en una comunión absoluta que terminó con la definitiva resurrección, con la fiesta total. En el centro del campo los jugadores saludaban y en la grada sonaba de nuevo el grito de guerra: “Volveremos a ascender”. Quizá estaba escrito y nadie lo supo leer. Lo cierto es que en El Arcángel todo fue como había de ser. Y como habrá de ser. Pero siempre juntos.

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