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La noche en la que Rosendo no se puso la rebequita

Concierto de Rosendo en el Teatro La Axerquía

Redacción Cordópolis

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Corría el año.... bah, yo no era ni mayor de edad y volaron botellas por el cielo de la Axerquía. Parte de una se incrustó en la cintura de un backliner. Un tipo coronó la escena dando un salto arriba y agarrándose al hombro del Maestro así, “en plan colegas”.  Sonaba Jugar al gua cuando Rosendo bajó del escenario de la Axerquía enfadado -y con razón- privándonos del lujo de escucharlo... y esa fue la última vez que lo vimos en el Teatro al aire libre. Y anoche era evidente de que había ganitas de reencuentro y de borrar ese recuerdo feísimo anclado en la memoria de los que estuvimos allí.

Los bares colindantes, horas antes, recuerdan una escena de cómic donde viejos rockeros se reencuentran en un precalentamiento obligatorio primando las camisetas de Leño.

Festival de la Guitarra n. 35 y por fin uno de los mayores representantes vivos del Rock Estatal nos regala su presencia en la capital. No corre ni un milímetro de aire y hace un calor de morirse, pero el teatro está hasta la bandera. Y teloneándolo, Hijos del Hambre, que no veas la alegría que me da ver a mi queridísimo Pastrana y a Antoñín, mi compi de estudios, con su banda de Rock ahí, haciendo saltar al personal.

Rosendo, Rafa J. Vegas y Mariano salen al escenario. Guitarra, bajo y batería, formación clásica donde las haya que, si bien espacio físico ocupan poquito, tras los primeros acordes de Mala Vida, tema con el que inauguran la noche, aquello comienza a ensancharse gradualmente.

De su gira Mentira me parece con la que han recorrido buena parte del país presentando su último disco Vergüenza Torera que rebosa quejas con mucho gusto y claridad sobre la situación política actual, he asistido a varios conciertos. Y me alegra enormemente descubrir variaciones, combinaciones y permutaciones en su Set List, que siempre me sabe a poco. Un variadito mono de doce de sus quince discos en solitario que resume su carrera y nos remezcla sensaciones al resto. Atajo de cobayas, Quincalla o no, Corazón, Amaina Tempestad, Muela la muela...

Además de ser un espectáculo a la vista y disfrute para el oído, siempre he pensado que el premio añadido de estos grandes que llevan tantísimos años en la cumbre más alta de la música es la enorme carga de vivencias emocionales que porta cada canción, transportando con intensidad a cada uno de los presentes a miles de momentos de su vida.

Ya se ven puños arriba. Todo el mundo canta y sonríe. Hasta los niños; esas semillitas que han parido los últimos rockeros de la ciudad y que tampoco han faltado a la cita.

Y tanto corear “Leeeeñoooo... Leeeeeñoooo... Leeeeñooo...” obtiene su fruto:

-Me había traído una rebequita pero creo que no me la voy a poner. Ya sólo nos queda tocar una canción que tiene más años que la luna...- que está preciosa, por cierto- El Tren.

Rafa J. Vegas comienza a dar saltitos de esos “elásticos” que a mí me encantan... y el teatro en pleno lo secunda. Acaba de empezar la segunda parte, la de por fin desinhibirse...

Con Vergüenza Torera de su último disco el desfogue hace su aparición. Rosendo sabe como nadie poner palabras a la rabia que todos sentimos. Mienten. Y se reafirma entre aplausos.

Cuando llega el clásico Por meter entre mis cosas la nariz yo ya he gastao unos cuantos kleenex, pero eso es cosa mía me temo. En Masculino Singular el suelo tiembla. Y deseando estaba yo que llegase Flojos de Pantalón para ver el cruce de botes y piernas que bajista y cantante se marcan de lao a lao del escenario. Porque de todos es sabido que el baile de Rosendo se limita únicamente al meneo de su pierna izquierda. Sin más. Ahora que... como nadie. Que bien la mueve, Maricarmen.

Flojos de pantalón nos recuerda de nuevo que qué buena elección ha sido para el Festival de la Guitarra este espectáculo. No hay quien pueda con esos punteos ni esos dedos añejos que no fallan ni una nota.

Con Agradecido se despiden aunque nos regalarán un par de salidas más para finalizar con el himno Maneras de Vivir o si no lo matamos.

Los mocos ya me llegan por los tobillos de tantas sensaciones. No sólo por lo que he presenciado arriba. También me han llegado las vibraciones de abajo, la otra parte imprescindible, la gente, prisioneros del disparate...

A medida que el concierto va acabando me viene a la cabeza qué pasará el día que nos falte Rosendo, que esperemos que no sea nunca. El día que se canse, el día que nos abandone... y me entra una tristeza de morirme.

43 años sobre los escenarios se dice pronto, pero es justo mi vida. Y a mí se me ha hecho eterna. A veces, en mis momentos obsesivo-compulsivos en los que hilo a todas las personas importantes de mi vida, pienso que Rosendo comenzó a tocar con Fresa el año en que yo nací para que el universo me impulsara a seguirlo.

Y también pienso que la “sisagenerosa” se inventó para que mi Vegas la luciera (si no lo digo, reviento).

Gracias por la noche... recarga de energía para todos

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